Opinión
Ver día anteriorJueves 11 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El regreso de la identidad nacional
E

n estos tiempos de globalización, tratados de libre comercio y organizaciones trasnacionales son muchos los audaces que sostienen que la identidad nacional ha muerto. Pero mientras algunos celebran esta supuesta desaparición, otros la deploran. Y no sólo en México. No hay más que recordar el libro de 2004 del profesor de Harvard Samuel P. Huntington que tanto revuelo causó: Who are we? The challenges to American national identity (¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadunidense), para encontrar algunos de los referentes que hoy guían políticas migratorias, educativas y criminales en muchos estados de la nación del norte, así como en no pocos países. Con el pretexto de la defensa de la identidad nacional, los gobiernos incurren en discriminación, los partidos extremistas se fortalecen –como bien lo saben el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen en Francia, y Alianza Nacional, ahora Futuro y Libertad para Italia, que dirige Gianfranco Fini– y se levantan los fantasmas de los genocidios del siglo XX.

Huntington inicia su ensayo con una declaración de amor: Escribo en tanto que patriota profundamente preocupado por la unidad y por la fuerza de su país, y –dice– siente la obligación de dar la voz de alerta contra las amenazas que se ciernen sobre una identidad que, siempre según Huntington, está definida por los colonizadores británicos que llegaron a territorio americano en el siglo XVI, que hablaban inglés, y eran portadores de los valores del protestantismo: el individualismo, el compromiso religioso y el respeto a la ley. Desde este punto de vista estrechísimo de la cultura estadunidense, Huntington sostiene que los hispanos representan la peor amenaza a la integridad de Estados Unidos porque no se incorporan del todo a esta cultura blanca y protestante (Huntington hace caso omiso de los afroamericanos, en todo caso implícitamente los blanquea, y celebra que los asiáticos sean permeables a la cultura blanca y protestante).

El objetivo de ataque de estas nociones es el multiculturalismo que desde finales del siglo XX se impuso como derivado de la supremacía de los derechos humanos sobre la razón de Estado, y sobre el imperio del nacionalismo. La canciller de Alemania, Angela Merkel, lo dijo con todas sus letras en un discurso que pronunció el pasado 15 de octubre, ante las juventudes democratacristianas: Nos vinculan los valores cristianos. Aquí no hay lugar para quienes no aceptan esos valores. Aunque la referencia inmediata son las comunidades musulmanas alemanas, esa afirmación tan brutalmente discriminatoria en boca de la canciller provocó en no pocos de nosotros un escalofrío. La mayoría de los comentaristas, sin embargo, observó que los propósitos de la canciller deben ser entendidos como un llamado a que los inmigrantes acepten la legislación y las instituciones alemanas como propias. Es decir, un llamado a que se integren.

La preocupación por la identidad nacional también ha alcanzado a Francia, el país campeón de los valores republicanos y de la tradición homogeneizadora que fincó la Revolución francesa con base en el principio de la igualdad universal, y en contra de las corporaciones y de las comunidades arcaizantes. En ese respecto, el liberalismo dio un paso gigantesco hacia la incorporación de comunidades diferentes que habían sido marginadas. Pero ahora los principios republicanos son disfuncionales para la sociedad multicultural que se ha desarrollado en Francia, de ahí que al inicio de su mandato, el presidente Sarkozy instalara un Ministerio de la Inmigración, la Integración, la Identidad Nacional y el Desarrollo Solidario, que ha organizado grupos de discusión a propósito de qué significa ser francés, (mientras que los alemanes parecen saber bien qué es ser alemán).

En México dos acontecimientos han disparado un debate complejo e inacabado sobre la identidad nacional: el levantamiento zapatista de enero de 1994, que logró centrar la atención de la opinión pública en las condiciones de pobreza y marginación en que viven numerosas comunidades indígenas, y la creciente integración a Estados Unidos, que algunos aplauden sin pensar en las fracturas que propicia, para no mencionar la hostilidad antimexicana que alimenta en la sociedad estadunidense. Hasta ahora formulamos más preguntas que respuestas; por ejemplo, algún significado debe tener que los países ricos defiendan la identidad nacional, y los países pobres el multiculturalismo.