Editorial
Ver día anteriorJueves 11 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cólera en Haití e indolencia en el mundo
L

a acelerada epidemia de cólera en Haití había dejado, hasta ayer, un saldo de 643 muertos y casi 10 mil hospitalizados, según informó el Ministerio de Salud de ese país caribeño. Desde el mes pasado, el foco del brote se registró al norte del país, en la ciudad de Gonaives, y su expansión hasta Puerto Príncipe se vió facilitada por las condiciones de precariedad en que vive, desde siempre, la población haitiana. La vulnerabilidad señalada se agravó de manera exponencial con el devastador terremoto del 12 enero, que dejó más de 250 mil muertos y un millón y medio de desplazados y, unos meses más tarde, con el paso del huracán Tomás. Frente a tal situación, Jon K. Andrus, subdirector de la Organización Panamericana de la Salud –dependencia de la Organización Mundial de la Salud (OMS)–, señaló que Puerto Príncipe es una inmensa choza donde las condiciones son muy malas en materia de instalaciones sanitarias y de agua, y agregó que la situación en que se encuentra la isla es óptima para una propagación rápida del cólera.

Ciertamente, Haití se encuentra en una situación de vulnerabilidad ante cualquier epidemia: centenas de miles de haitianos viven hacinados en los campamentos de refugiados, algunos de los cuales se encuentran anegados, tras el paso de la tormenta tropical, y en pésimas condiciones de higiene, pues el agua y los alimentos están contaminados con la bacteria Vibrio cholerae, que hace un siglo había sido ya erradicada de suelo haitiano y que, en el presente, se ha diseminado en aguas residuales.

Pero si bien la actual epidemia de cólera en el país más pobre de América Latina –70 por ciento de sus habitantes viven en la miseria– es resultado de la insalubridad referida, ésta, a su vez, ha sido permitida por la indolencia de la comunidad internacional. El escenario de catástrofe sanitaria y humana actual obliga a recordar las advertencias, formuladas desde principios de año por distintos sectores de la opinión pública internacional, sobre el riesgo inminente de que surgieran brotes epidémicos en aquella nación, dadas las pésimas condiciones de higiene en que sobrevivía su población tras el sismo. Sin embargo, en vez de concentrarse en poner en marcha un programa que tuviera por objetivo la reconstrucción del país, gobiernos y organismos internacionales se empeñaron en sacar tajada propagandística de la tragedia: convocaron a foros mundiales –Unidos por un mejor futuro para Haití y Cumbre Mundial para la Reconstrucción de Haití, en enero y junio, respectivamente– en los que se limitaron a formular promesas y buenas intenciones y, con el paso de los meses, dejaron abandonada a su suerte a la nación más pobre del hemisferio. Aunque en esos encuentros se ofreció asistencia internacional por un total de 13 mil millones de dólares, el gobierno ha recibido únicamente 19 por ciento de esa suma, esto es, cerca de 506 millones de dólares, recursos claramente insuficientes para reconstruir la infraestructura del país.

Resulta desesperanzador observar que los propósitos acordados en la cumbres mencionadas no se han cumplido después de 10 meses y a pesar de la fuerza destructiva del terremoto. Si ni los sobrecogedores saldos de tragedia de ese fenómeno natural, tan explotados por los medios, han logrado que Estados Unidos, Europa y América Latina den efectivo cumplimiento a sus compromisos con Haití, cabe dudar que ahora, con la epidemia de cólera, los habitantes de ese infortunado país puedan esperar mucho más que promesas del extranjero.

En suma, la eclosión de una epidemia que resultaba predecible –de hecho fue intensamente anunciada en los días y semanas posteriores al terremoto– no sólo evidencia la relación directa entre miseria, insalubridad y epidemias, sino deja al desnudo, también, el atraso moral de la comunidad internacional.