Opinión
Ver día anteriorMiércoles 27 de octubre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Alatorre, Chumacero y el gusto por el lenguaje
A

hora que se habla con insistencia de la desaparición del libro tradicional (el impreso en papel que no requiere energía alguna para dejarse leer salvo la que cada lector invierta al pasar sus páginas) no sólo duele sino preocupa la muerte de amantes de las letras como Antonio Alatorre y Alí Chumacero.

Uno fue especialista en los siglos de oro de la lengua española. El otro un poeta que nos dejó algunos versos memorables y el gusto por un oficio en extinción: el de editor y corrector de estilo.

Escribo algunos versos no por mezquindad sino porque Alí Chumacero no fue un autor prolijo: escribió tres libros de poemas que en realidad son muchos si nos dejamos guiar por la sensibilidad y la perfección de sus versos: Páramo de sueños, Imágenes desterradas y Palabras en reposo.

No exagero cuando escribo que el de Alí –el gran Alí, como le decían– es un oficio en extinción. En el mundo del libro el timón de las editoriales es cada vez más el mercado y sus mecanismos ciegos que sólo buscan generar mayores ganancias. La literatura y el buen uso del lenguaje, los grandes ausentes.

Cientos de libros inundan librerías y supermercados y los medios iluminan con flashes y con miles de impresos las novedades editoriales, aunque de esa gran oferta con el tiempo sólo queden unos cuantos volúmenes que puedan leerse dentro de 10 años.

Las editoriales son hoy en muchos casos más que un filtro para garantizarle al lector cierto estándar de calidad, una plataforma de lanzamiento mediático en busca de consumidores.

Por eso los libros de coyuntura se escriben en las piernas pegando recortes de periódico sobre el narco, la violencia, las corruptelas políticas. ¿Ha pensado cuántas novelas, cuentos, relatos quedarán para documentar al menos la famosa “guerra contra el narco”? Cuáles libros serán los equivalentes a La sombra del caudillo, Tropa vieja, Los de abajo o las Memorias de Pancho Villa? ¿O escribir en serio es cosa del pasado?

El caso de Antonio Alatorre no es menos ilustrativo. Él que se quejaba de que la academia preparaba expertos que sólo eran entendidos por expertos no tiene, al parecer, muchos seguidores. Y no precisamente de sus temas sino de la forma en que los abordó con amorosa minuciosidad.

Gracias a su pasión por la literatura pudo compartirnos verdaderos hallazgos sobre Sor Juana Inés de la Cruz y no el hilo negro que algunos investigadores descubren casi de manera cíclica de tiempo en tiempo. Investigadores que más que seguir la huella de un asunto se concentran en hacer puntos para ascender en el escalafón de la rígida estructura académica (no puedo olvidar aquella tesis doctoral hecha con fotocopias de anuncios dentales de principios del siglo XX con un ensayo introductorio de unas cuántas páginas y que mereció además ser publicado como libro).

¿Cuántos especialistas en Villa, Zapata, Juárez, la Revolución y la Independencia no se multiplicaron con motivo de los centenarios? Fernando del Paso tardó más de 10 años en escribir Noticias del Imperio, novela total sobre Juárez y Maximiliano. ¿Hace 10 años, cinco, tres, habrán empezado a redactar sus autores las biografías históricas que inundan librerías y puestos de periódicos?

Reconozco que no sé cuánto tiempo invirtió Antonio Alatorre en escribir El apogeo del castellano, Ensayos sobre crítica literaria o Los enigmas ofrecidos a la casa del placer de Sor Juna Inés de la Cruz. Estoy seguro en cambio que esos textos seguirán leyéndose en el futuro, para refutarlos, para comentarlos, para seguir aprendiendo de ellos.

Muchas de las traducciones de Antonio Alatorre, según Ernesto de la Peña, han sido las favoritas en nuestro idioma por las notas explicativas que ayudan entender a los lectores mejor el espíritu original en el que los textos fueron escritos.

Antonio Alatorre y Alí Chumacero compartieron el gusto por el trabajo editorial al lado de Juan Rulfo y Juan José Arreola. No pocos de nuestros clásicos modernos pasaron por las manos de Chumacero y algunos clásicos de todos los tiempos como Sor Juana Inés de la Cruz por las de Alatorre. ¿Realmente estaremos preparados para dar el gran salto de la letra impresa al libro digital sin editores como ellos? ¿Ese salto implicará eficientar las publicaciones haciendo a un lado a lectores atentos y entusiastas como fueron Alatorre y Chumacero?

Dos anécdotas retratan muy bien a estos dos personajes a quienes sorprendió la muerte.

Alí Chumacero dejó simplemente de escribir porque, dijo, ya había dicho todo lo que tenía que decir y Antonio Alatorre le reclamó alguna vez a Octavio Paz no sobre sus puntos de vista sobre Sor Juana Inés de la Cruz –como lo hizo– sino porque en alguna ocasión se había publicado en la revista Vuelta un texto lamentablemente escrito. Ahora la fama acompaña a quien escribió ese texto lamentable. Escribe libros, publica en los diarios y agradece los reflectores.