Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de octubre de 2010 Num: 813

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Memorias de los pasajeros
JOAQUÍN GUILLÉN MÁRQUEZ

Monólogos compartidos
FRANCISCO TORRES CÓRDOVA

500 años de Botticelli
ANNUNZIATA ROSSI

Brasil y los años de Lula
HERNÁN GÓMEZ BRUERA

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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

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LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

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Al Vuelo
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Dramafilia
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Cabezalcubo
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La insensatez luminosa

Los insensatos, de David Olguín, es un carnaval: actoral, escénico, de luz y discursivo. Es un concierto donde la voz y el diseño sonoro le otorgan un carácter orquestal que podría disfrutarse/entenderse con los ojos cerrados. También podría comprenderse desde cualquier otra órbita lingüística tan sólo con un apunte anecdótico, porque la plasticidad coreográfica del trabajo escénico nos instala en una lógica donde la riqueza de planos y jerarquías visuales traduce los poderes léxicos y anímicos en juego.

Volcada escenográficamente sobre un rectángulo blanco, la obra transcurre bajo la referencialidad de La Castañeda, el manicomio que Porfirio Díaz mandó construir en 1910 en el marco del positivista “orden y progreso” rehabilitador y para festinar la Independencia. Pero instalado en el orden de la concepción finisecular sobre la locura (véase M. Foucault, Vigilar y castigar, y La locura en la época clásica), también se afilió al desprecio/terror y la negación generalizadas por la anomalía, por la diferencia, contra todo el pensamiento que se pronuncia en oposición al orden establecido por la autoridad absoluta.

En este contexto se desarrollan estas iluminaciones de David Olguín que conmemoran y no festejan las efemérides que el gobierno federal ha tratado, queriéndolo o no, de insuflar de cursilería anodina y ha conseguido hacer incomprensible un discurso histórico ajeno, sobre todo el revolucionario, que recuerda la separación Iglesia-Estado.

No es posible referirse a la obra de David Olguín sin señalar sus cualidades artísticas de probada polivalencia: como dramaturgo, traductor, periodista, editor, crítico y profundo analista e investigador. A todas esas posibilidades se agrega su capacidad como alumno/maestro/portavoz de una enorme tradición teatral que no sólo incluye la nacional: es un autor que conoce profundamente el proceso teatral y puede instalarse prácticamente en cualquier género. O destrozarlo en nombre del carnaval que proponen, por ejemplo, Los insensatos.

Esas virtudes le permiten que el conjunto actoral conformado por estos insensatos de La Castañeda, puedan ofrecer, a lo largo de dos horas y media, amotinados y en plena fundación de una utopía invertida, vamos a decirlo con el lugar común, lo mejor de sí mismos. Es verdaderamente un carnaval de delirios, de bordado fino en cada uno de los cuerpos y rostros que se desplazan en ese escenario magistralmente iluminado por Gabriel Pascal, también autor de la escenografía, móvil, sugerente, donde los objetos son cifras en un horizonte simbólico de ecuaciones plásticas que propone Olguín, por ejemplo sobre esa fantástica tina blanca que es una prodigiosa nave (¿Va?, de los ¿locos?).

Digo iluminado en muchos sentidos: el que aprovecha la luz interna de los personajes; del iluminador que se sitúa en la objetividad de la obra que propuso Olguín; en el incendio de la pupila del público que va del blanco al blanco en el piso, en el vestuario de los personajes y el de esas paredes blancas/blancuzcas inacabadas.

Rodrigo Espinoza (el hamletiano Amuleto); José Concepción Macías (Cruz Cruz); Humberto Solórzano (Cordero Pérez y Pérez); Ramón Barragán (Septiembre); Luis Mora (Pajarito); Rodolfo Guerrero (Macabrillo); Maricela Peñalosa (la fantasmal Ofelia) y Raúl Espinosa Faessel (Sean). En cada acto, cada palabra, cada gruñido, cada grito que explota en esas gargantas tan educadas como pasionales se intuye una historia personal, formas infantiles y adolescentes que modelaron la expresividad que le fue ofrecida al director para que perfilara los personajes de este mural delirante, donde todos han perdido su nombre y queda ese despojo que llamamos apodo.

Lo coreográfico, el diseño del cuerpo en el espacio, define tanto la construcción simbólica como pictórica. Verdaderos cuadros, dramas en un acto, estructuras que contienen en su ropaje la posibilidad de decodificarse como si se tratara de un orden mítico y simbólico. La sucesión de cuadros es demasiado rápida para ser captada al tiempo en que ocurren los demás discursos escénicos, pero valdría la pena enfrentar ese ejercicio y hacer una lectura, tal vez apoyada en las fotografías de ese drama en blanco y descubrir desde la fijeza móvil de la fotografía la multiplicidad de hallazgos poéticos que tanto Pascal como Olguín construyeron en ese espacio. Para saber dirección y horarios visite http://teatroelmilagro.blogspot.com.