Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de octubre de 2010 Num: 813

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Memorias de los pasajeros
JOAQUÍN GUILLÉN MÁRQUEZ

Monólogos compartidos
FRANCISCO TORRES CÓRDOVA

500 años de Botticelli
ANNUNZIATA ROSSI

Brasil y los años de Lula
HERNÁN GÓMEZ BRUERA

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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

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LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

Dramafilia
MIGUEL ANGEL QUEMAIN

Cabezalcubo
JORGE MOCH


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Marco Antonio Campos

Carlos Montemayor y la matanza del 2 de octubre

Miembro de la generación del ’68, Carlos Montemayor se ocupó en novelar y estudiar la historia reciente del país: el mismo movimiento estudiantil del ‘68, las varias y variadas guerrillas, la defensa de los pueblos originarios y las nuevas literaturas indígenas. Poco leído, sin embargo, ha sido el análisis hábil y meticuloso que llevó a cabo de los expedientes oficiales sobre la matanza del 2 de octubre y que publicó en la Editorial Planeta (Rehacer la historia). En él, Carlos diseccionó documentos del general Marcelino García Barragán –los cuales Julio Scherer y Carlos Monsiváis dieron a conocer en 1999 en su libro Parte de guerra–, treinta informes estadunidenses desclasificados y escenas de los documentos fílmicos que abrieron al público la Secretaría de la Defensa en 1993 y 1999 y el independiente canal6dejulio.

Varios nombres del gobierno priísta de aquel sexenio (1964-1970) son inseparables en la responsabilidad y culpabilidad de la matanza: de la parte política, el ex presidente Gustavo Díaz Ordaz, sin duda quien ordenó todo, y el secretario de Gobernación Luis Echeverría, el operador político; de la parte militar, el jefe del Estado Mayor Presidencial general Luis Gutiérrez Oropeza, quien llevó a cabo la logística de la matanza. García Barragán logró dejar la duda.

Si nos atenemos a los documentos que desmenuza Carlos Montemayor, dos eran las estrategias para acabar ese día con el movimiento estudiantil: una, la de Díaz Ordaz y Gutiérrez Oropeza, la otra, de García Barragán. García Oropeza fue quien coordinó la operación logística de apostar de francotiradores a oficiales del Estado Mayor Presidencial en distintos edificios en torno de la plaza para disparar al ejército y a la multitud con el fin de crear confusión y desatar la balacera, para luego el gobierno, a través de los medios de comunicación, totalmente controlados, acusar a los estudiantes de haber sido los francotiradores; por su parte, la estrategia de García Barragán consistía en que el Ejército, luego de rodear la plaza, desalojara a la multitud, y miembros del Batallón Olimpia del Ejército aprehendieran a los líderes estudiantiles que se hallaban en el tercer piso del Edificio Chihuahua de la Unidad Tlatelolco. Las dos se realizaron: la atroz matanza y la aprehensión de los líderes. Es fácil colegir que ambas estrategias las conocía Díaz Ordaz, pero García Barragán, si creemos a lo que él nos dice, ignoraba lo acordado entre el presidente y su jefe del Estado Mayor. Pese a contradicciones y  correcciones sobre lo que escribió en tres partes –en 1978, en una carta al hijo (Javier García Paniagua), en una larga conversación con el general Lázaro Cárdenas y en una autoentrevista donde él mismo se pregunta y se responde sobre hechos de la historia–, pese a querer exculpar a Díaz Ordaz, pese a creer que los estudiantes preparaban una trampa al pueblo y al Ejército, en la parte sustancial García Barragán es claro y concluyente y nunca ha sido desmentido: los francotiradores que dispararon al Ejército y a la multitud eran oficiales del Estado Mayor Presidencial y con eso toda la versión oficial dada por lustros se cae con estrépito: la matanza estaba calculada desde la cúpula, es decir, por Díaz Ordaz, Gutiérrez Oropeza y Luis Echeverría; él, como secretario de la Defensa, fue también víctima de una trampa. Respecto al material fílmico oficial y no analizado, en él se muestra en determinados momentos el lanzamiento desde un helicóptero de la luz de bengala -anuncio del inicio de la operación- y lugares donde se hallaban apostados los francotiradores del Estado Mayor Presidencial y la manera de identificarse para no ser detenidos. 

Pero ¿por qué la matanza inútil? Son varios los motivos, pero quisiera resaltar dos: la cercanía de los Juegos Olímpicos (faltaban diez días) y la personalidad misma de Díaz Ordaz. Se sabe, por un lado, que el entonces presidente recibía presiones continuas del Comité Olímpico Internacional para garantizar orden y tranquilidad en el curso de los Juegos o serían suspendidos; por otro lado, si bien para los presidentes priístas era consustancial el principio de autoridad y el respeto a la investidura, en Díaz Ordaz ese principio se volvía un autoritarismo sin réplica. Furiosamente anticomunista, odiando todo lo que fuera u oliera a izquierda (tenía listas de opositores y de quienes creía que lo eran), Díaz Ordaz encarnó abusivamente la ira del verticalismo. La crítica la vivía como insulto y el insulto como un desafío que debía pagarse caro.

De aquel sexenio, de aquel Tiempo de los Asesinos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y Luis Gutiérrez Oropeza quedaron señalados para siempre como criminales de lesa humanidad. La historia los ha juzgado como tales; las leyes mexicanas nunca.