Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 26 de septiembre de 2010 Num: 812

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Pedro Infante y el revolucionario romántico
MIRIAM JIMÉNEZ

Los dioses de Berlín Alexanderplatz
LOREL HERNÁNDEZ

La visita cariñosa de la Patria
ALEJANDRO ARTEAGA

La literatura del narcotráfico
ORLANDO ORTIZ

Los papeles del narco
JORGE MOCH

El Museo del Gordo y el Flaco
RICARDO BADA

Leer

Columnas:
Galería
ADRIANA DEL MORAL

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Luis Tovar
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El de todos tan temido (II Y ÚLTIMA)

No puedes poner a las gallinas al cuidado del lobo
para protegerlas de la zorra...
Auguste Comte

El infierno ha venido a actualizar [...] la discusión acerca de si el cine ‘debiera’ concretarse a ser un mero entretenimiento [...], una vía franca a la evasión de la realidad”, se apuntó aquí hace una semana. Mientras tanto, la realidad mexicana actual, siempre capaz de alcanzar simas todavía más profundas, nos puso frente al asesinato de Luis Carlos Santiago Orozco, fotógrafo de El Diario de Ciudad Juárez, balaceado mientras viajaba a bordo de un vehículo de la Comisión de Derechos Humanos de Chihuahua. Ignominiosa, testaruda y francamente cerril –y con la misma precipitación que diagnostica gastritis, pleitos entre pandillas y fuegos cruzados cada vez que un civil cae víctima de la “guerra contra el crimen organizado”– la verdad oficial sostiene que el asesinato del periodista juarense no está relacionado con su profesión, y afirma que aquél fue ultimado por  “motivos personales”.

No conforme, Alejandro Poiré –que así se llama el individuo encargado esta vez de proferir los exasperantes absurdos–, vocero de Seguridad Nacional, ha tenido la cachaza, la caradura de recomendar a los periodistas amenazados –¿es decir a todos?– que recurran a “la adopción de códigos y protocolos para el manejo de información sobre seguridad con base en experiencias internacionales y apego a esquemas de autorregulación de contenidos para evitar la apología del delito” (subrayados de este juntapalabras).

MINIPREGUNTARIO

¿Así o más clara la petición de autocensura que el dizque gobierno federal hace a los medios de comunicación? ¿No habrá uno solo de esos personeros oficiales capaz de darse cuenta de que, en el fondo, es el “gobierno” quien está respondiendo la pregunta que El Diario de Ciudad Juárez formuló al crimen organizado –“¿qué quieren de nosotros?”–, a resultas de lo cual hasta regañado salió ese periódico y, con él, todos los medios de comunicación? Parafraseando a Bob Dylan: ¿cuántos periodistas deben ser asesinados para entender que ya son demasiados? A esta última sí puede responderse: uno solo ya son muchos.

CORRESPONDENCIA TOTAL

Sabido es que el cine no sólo cumple a cabalidad, sino que incluso se le pasa largamente la mano con el flanco entretenedor de su doble cometido, y ahí están cuatro quintas partes de la cartelera de cualquier semana de cualquier mes de cualquier año para demostrarlo. El otro flanco, llámese espejo de la realidad, espacio de reflexión, ámbito para la denuncia, es el que suele mostrar flaqueza, sobre todo si se trata de cine de ficción. Escasamente, y hablamos de un lapso inmenso, el cine mexicano se ha dado a la tarea de subir a la ficción el relato de ciertas situaciones, aspectos y momentos concretos de la realidad. Cuando lo ha hecho, los resultados han sido diametralmente opuestos: para no abundar en ejemplos de propuestas fallidas, piénsese sólo en ¿De qué lado estás? y en Cementerio de papel. En el otro extremo están las míticas Canoa, Rojo amanecer, la censurada La sombra del Caudillo y, del propio Luis Estrada, La ley de Herodes.

A la estirpe de estas últimas pertenece El infierno, cuya clave fársica, tono de negrísimo humor y trazo caricaturesco se corresponden a la perfección –quién lo dijera– con la farsa y el involuntario humor chocarrero de la caricatura de gobierno que padecemos en México. La película de Estrada no contiene un solo elemento que no provenga o no pueda provenir de la realidad nacional: decapitados, disueltos en ácido, acribillados; trasiego incesante de drogas, colusión de autoridades municipales, estatales, policiales y de todo tipo con los narcotraficantes; abandono y desolación de poblados enteros, corrupción de sus habitantes que no encuentran ya otro medio de subsistencia distinto al de engancharse en las estructuras del narco...

Con ser también ellos caricaturas, meros estereotipos del narcotraficante lépero, ignaro, vulgar y asesino, El Benny y El Cochiloco, protagonistas de la cinta interpretados a nivel magistral por Damián Alcázar y Joaquín Cosío, casan a la perfección con el perfil que el imaginario colectivo le ha dado a esos personajes; son, en pocas palabras, miembros del pueblo tal como el pueblo mismo los ve, sin ahorrarse la contradicción agridulce de una repulsión y una identificación simultáneas. ¿Quién podría, aquí y ahora, negar que El Cochiloco lleva razón cuando afirma que “este es el infierno y no chingaderas”?