Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 26 de septiembre de 2010 Num: 812

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Pedro Infante y el revolucionario romántico
MIRIAM JIMÉNEZ

Los dioses de Berlín Alexanderplatz
LOREL HERNÁNDEZ

La visita cariñosa de la Patria
ALEJANDRO ARTEAGA

La literatura del narcotráfico
ORLANDO ORTIZ

Los papeles del narco
JORGE MOCH

El Museo del Gordo y el Flaco
RICARDO BADA

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ADRIANA DEL MORAL

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Notas acerca del grupo de poetas
mexicanos nacidos en los años cincuenta
del siglo XX (III Y ÚLTIMA)

Nada tan alejado de un sentimiento generacional como las vocaciones y tentativas de los nacidos entre 1951-1960 pues, salvo rarezas, cada poeta fue una isla, al margen de que muchos se conocieran “antes” o frecuentaran las actividades de la socialité literaria. Además, agrupar a los escritores por décadas no suele ser afortunado, pues se asume que no hay coincidencias con la década anterior ni líneas que podrían continuar hacia la siguiente.

Pocos libros del grupo que comento son accesibles. Esa es una cara de la marginalidad, de ese riesgo en el momento (1975-1979) en que decidió tomar un medio editorial apto para su difusión: el de las revistas laterales. En ellas se publicaba a jóvenes deseosos de ser escritores y fueron un filtro para los poco perseverantes; sin pretenderlo, padecieron el problema congénito de la poesía “joven”: la indiferencia de los lectores acostumbrados a los grandes nombres, su debilidad por la novela y la progresiva invasión de los medios visuales. Fueron intentos por romper la inaccesibilidad editorial para publicar antes de haber quemado dos o tres libros antes del primero. De aquella época son los títulos de algunas revistas: El Ciervo Herido, Versus, El Nuevo Mal del Siglo, Rilma, El Telar y Cartapacios. En algún caso, sólo se publicó el primer número; la que sobrevivió más tiempo (diez números en casi seis años de existencia) fue Cartapacios.


Verónica Volkow, Manuel Ulacia y Alberto Blanco

La cercanía impide evaluar las cosas. Envidié los poemas de tres amigas con quienes compartí la experiencia de un taller. Me sorprendieron la frescura de sus imágenes, los textos, la novedad de las metáforas, su óptica del mundo: iban a comerse la lumbre a puños, pero desaparecieron del mundillo poético. Dos aparecen en la Asamblea convocada por Zaid y la lectura de sus poemas no dejaría mentir a mi entusiasmo. El descubrimiento de ese silencio fue una certeza “generacional” ante lo que fueron posteriores reuniones en libro: agrupar con taxonomías cronológicas a los poetas que estaban entre sus veinte y treinta años supone incalculables riesgos: soslayar la benéfica acción del tiempo, el apresuramiento crítico, la falta de objetividad, la falta de perspectiva para saber dónde localizarlos en algún mapa más amplio… Lo que expuso la década de los ochenta es que los muestrarios son insuficientes por la movilidad del territorio explorado: aparecen autores nuevos, desaparecen otros a los que se creía firmes, la publicación de un nuevo libro es la superación de la obra anterior o su derrumbe.

Hubo algunos poetas jóvenes, de los cincuenta y sesenta, que se creyeron prematuramente trascendentes; otros vivían en la promoción personal tendiendo al rubro de poetas “sociales”, pues sólo se les encontraba en las presentaciones de libros; unos publicaron una sola vez. Algunos trabajan mucho y publican poco, o regularmente; los menos, tuvieron una trayectoria donde leer sus cosas es relacionarlos con otras lecturas e inquietudes. No son legión. Hay tantas diferencias entre ellos que quién sabe si todos quedarían incluidos en un mismo grupo.

El gusto literario es reducto de críticos y lectores, no importa que prescinda de nombres célebres: hay un impulso por el que un lector se vincula con el texto para recrearlo. Ese movimiento de empatía con libros y autores produce asombro cuando alguien ignora (o no gusta de) una obra que nos parece insustituible: es parte del oficio de la lectura.

En el caso de los poetas nacidos en la década de los cincuenta, no todo olvido es ignorancia sino afinidad (s)electiva. Cada lector defiende una estética y propone un arte de lectura al buscar a ciertos escritores. Sus fronteras están ahí, al acudir a unos y olvidar a otros. En todo caso, salvo excepciones, el catálogo de la literatura otrora “joven” sirve para engrosar los diccionarios.

En la siguiente enumeración de poetas nacidos en los años cincuenta del siglo pasado faltan nombres, pero no se trata de un catálogo exhaustivo sino de un registro de los más visibles (el tiempo encarnizado lo filtrará y reducirá a cuatro o cinco: ya los vislumbro): Raúl Bañuelos, Alberto Blanco, Víctor Manuel Cárdenas, Héctor Carreto, Eduardo Casar, Ricardo Castillo, Sandro Cohen, José Francisco Conde Ortega, Luis Cortés Bargalló, Ricardo Esquer, Jorge Esquinca, Ángel José Fernández, Eduardo Langagne, Víctor Manuel Mendiola, Fabio Morábito, Blanca Luz Pulido, Silvia Tomasa Rivera, Javier Sicilia, Francisco Torres Córdova, Arturo Trejo Villafuerte, Vicente Quirarte, Manuel Ulacia, Verónica Volkow…

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