Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de septiembre de 2010 Num: 811

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

80 años de Ferreira Gullar
RICARDO BADA

Esencia de paisaje
TASOS DENEGRIS

Niños Héroes de película
JOSÉ ANTONIO VALDÉS PEÑA

La reforma agraria
HERNÁN GÓMEZ BRUERA

Natura morta, arte del bodegón literario
LOREL HERNÁNDEZ

Salvador Allende:
el pasado no pasa

MARCO ANTONIO CAMPOS

La filosofía náhuatl
conquista Rusia
ADRIANA CORTÉS KOLOFFON entrevista CON MIGUEL LEÓN-PORTILLA

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Javier Sicilia

Germán Dehesa

A Germán Dehesa me unió el cariño. Era difícil no quererlo. Pertenecía a la estirpe de los chaneques –esos seres fantásticos de la tradición náhuatl que tienen un espíritu travieso. Físicamente lo era; lo era también en lo espiritual. No había sitio o debate en donde no apareciera; no había tampoco polémica que no terminara zanjando con una ironía o un sarcasmo que provocaba la risa, esa forma de la comunión que tanto le gustaba y que a otros les aguijoneaba la conciencia. Se parecía –como lo señaló Hugo García Michel– a Carlos Monsiváis. Ambos logran lo que pocos intelectuales: tender puentes entre la “alta cultura” y “la cultura popular”. Ambos también fueron grandes lectores y observadores agudos de la realidad que, a través de la ironía, lograron que los asuntos nacionales fueran observados por grandes sectores de la sociedad. Sus diferencias, por lo mismo, fueron también profundas. Mientras Monsiváis –vuelvo a García Michel–, era dado “al fárrago escritural, a la complicación sintáctica y a la parcialidad” ideológica, Dehesa tenía un estilo límpido y coloquial, tomado de la mejor tradición de la picardía española y mexicana –que le mereció el Premio Don Quijote por “su brillante síntesis […] del idioma español y el habla popular mexicana ”–, y no tenía preferencias partidistas. Su conciencia no era ideológica, sino moral. Criticaba el cinismo y la inmoralidad de los políticos sin distinguir filiaciones. De allí que, a diferencia de muchas de las críticas de Monsiváis, las suyas tuvieran nombre y apellido; de allí también los colofones con los que concluía su Gaceta del Ángel: ¿Qué tal durmió?, una especie de memoria que hacía que en un mundo en donde, como escribió Emmanuel Mounier, “nada es más viejo que el periódico de ayer”, muchos de los más graves pendientes nacionales se mantuvieran como un aguijón en la conciencia.

A pesar de su ironía, de su devastador, áspero y a veces injusto sarcasmo –un recurso sabiamente forjado contra su soledad y su vulnerabilidad–, Dehesa podía también ser tierno y de una generosidad ejemplar. Su conciencia moral no se limitaba a la denuncia escrita. Iba al encuentro de los otros. Su casa fue un sinnúmero de inviernos centro de acopio de cobijas para la gente sin techo, y no hubo amigo a quien no le tendiera la mano –a mí, sin conocerme, me buscó para apoyar mi proyecto de una revista, Ixtus, y de una panadería artesanal que había creado con el filósofo belga Georges Voet. Nos dedicó varios artículos, nos compró suscripciones y nos abrió sus espacios de radio y televisión para difundirlas.

A pesar de su amor por la bohemia y de las enfermedades que no dejaron de perseguirlo, Dehesa nunca habitó el desorden. Fue, por el contrario, un espíritu extremadamente ordenado. Esta preocupación, que pocas veces se apreciaba en sus escritos y en la ironía de su conversación, a la vez que le permitió moverse en muchos territorios –dio clases, escribió teatro y montó obras, habitó el periodismo, la literatura, la radio, la televisión y el servicio social–, le dio también un espacio para preservar la soledad de la poesía que no escribió pero que leyó y conoció como pocos. Podría decir, sin temor a equivocarme, que en Dehesa habitaban muchos interlocutores, muchas pasiones, muchas capacidades, debilidades y finuras que le dieron a su obra una frescura que atraía de inmediato, pero que la hacían poco rigurosa. Su obra, como lo dijo Paz de la de Silvestre Revueltas, es “el pensamiento de una gran obra” que no pudo expresarse. No podía ser de otra forma: una vida no alcanza para ordenar elementos tan ricos y dispares. Sin embargo, hay en ella un tono inconfundible y único. No la ironía –tan absolutamente visible en todo lo que hizo–, sino la piedad y la alegría por los seres humanos y sus mundos. Por ellas, su obra alcanza una significación espiritual que la sobrepasa y que, al recordarla, me alegra el corazón. Lo imagino ahora, en el misterio que nos aguarda, no preguntando a las conciencias inescrupulosas de esta nación por su dormir, sino habitando sus sueños como una luminosa y profunda pesadilla. ¿Qué tal durmieron hoy sin Germán Dehesa?

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la appo y llevar a Ulises Ruiz a juicio político.