Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de septiembre de 2010 Num: 811

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JOSÉ ANTONIO VALDÉS PEÑA

La reforma agraria
HERNÁN GÓMEZ BRUERA

Natura morta, arte del bodegón literario
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La reforma agraria

Hernán Gómez Bruera

Algo me sorprendió mientras me aproximaba a la ciudad de Recife, la capital de Pernambuco, ese estado del nordeste brasileño que ha visto nacer a algunos de los luchadores sociales más importantes de Brasil, incluido el propio Lula. No fue tanto la cantidad de baches que obligan al autobús a dar brincos a cada paso –tan común en las carreteras de esta región–, como esos repetitivos horizontes de caña de azúcar, monocultivos de agro tóxico, cuya propiedad se distribuyen unas cuantas familias por estado.

Brasil nunca tuvo realmente una reforma agraria. Ni la que tímidamente inició el gobierno de José Sarney –luego de dos décadas de dictadura– ni la que llevó a cabo Cardoso generaron cambios sustantivos en la estructura de la tierra. Algo cambió en el sur del país y otras regiones, pero en el nordeste la distribución de la propiedad rural es casi la misma. Cualquiera que pase por aquí se encontrará con esas grandes extensiones que por años han pertenecido a los mismos dueños. Para ellos la tierra no sólo es un negocio, también es un símbolo de poder.

Ese Brasil moderno, capitalista y globalizado, que hoy se proyecta hacia el exterior, coexiste con uno pobre, atrasado y semifeudal. Aunque muchas cosas han cambiado en el nordeste durante los años de Lula, el avance de la reforma agraria ha sido sumamente tímido. Llama la atención que así sea porque el PT desde su creación hizo un firme compromiso con su propia base social de emprender una “amplia y masiva” reforma agraria. Sin embargo, esta es una de las grandes asignaturas pendientes del gobierno que está por terminar.

Como no encontraría respuestas a esas preguntas entre estos paisajes desoladores, decidí emprender camino hacia Brasilia. Nada mejor que escuchar lo que tienen que decir los propios protagonistas de esta historia.

El ministro de Desarrollo Agrario, Guilherme Cassel, acepta conversar media hora sobre el tema. Comienza, como era de esperarse, por recitar ese tipo de números que en un país de las dimensiones de Brasil sorprenden a propios y extraños: “el gobierno no fue tímido: asentó 550 mil familias, destinó 40 millones de hectáreas de tierras para reforma agraria […] El área que hemos distribuido es mayor que la superficie de Holanda, Bélgica, Suecia y Dinamarca juntos”.

Pero la evaluación hecha por el MST, el movimiento social más numeroso de América Latina, es que el avance en la distribución de tierras durante el gobierno de Lula fue similar al de Cardoso. Evelaine Martines, integrante de su Coordinación Nacional, afirma: “la mayor parte de la tierra que se ha distribuido ha sido comprada, no expropiada, como debería ser. Esto no altera la estructura de la propiedad en el país. Al gobierno le falta determinación para enfrentar a determinados sectores”.

Después de unas cuantas entrevistas me queda claro que las posturas en relación con la reforma agraria han cambiado dentro del propio partido. Glauco Piai, un alto funcionario del partido en Sao Paulo, afirma: “Brasil está en condiciones de ser el principal exportador de granos a China en muy poco tiempo. Esas personas que están en la tierra deben aprender a utilizar la tecnología. No se trata hoy más de los sin tierra o los con tierra; hoy se trata de los sin computador y los con computador [...] Las demandas del MST están más que desactualizadas.”

Gilberto Carvalho, jefe de Gabinete del presidente y uno de los asesores más cercanos a Lula, habla así: “La visión romántica de que se puede hacer reforma agraria dividiendo y distribuyendo tierras está superada. Es necesario generar una gran inversión que viabilice la producción agrícola de la pequeña propiedad y las cooperativas.” Esa pareciera haber sido la prioridad de Lula durante estos años. En defensa del gobierno, Luiz Dulci, secretario general de la Presidencia, habla de la forma en que el gobierno incrementó el crédito a la pequeña propiedad. “En su mejor año”, asegura, “Cardoso destinó 2.4 mil millones de reales para financiar la agricultura familiar. Este año son ya 13 mil millones.”

Para Paul Singer, secretario de Economía Solidaria y militante histórico del PT, después de prometer toda su vida que haría una reforma agraria, en la elección presidencial de 2002 Lula dejó de hacerlo y está convencido de que ello fue, en gran parte, porque dejó de hacer referencias al asunto. “Ya hoy”, asegura, “lo que ocurre es que Lula no está dispuesto a romper con nuestros enemigos de clase, sean éstos representantes del agronegocio o dueños de latifundios”.

Las cosas empiezan a quedar  más claras cuando hablo con dos militantes de la Confederación Nacional de Trabajadores de la Agricultura, otra organización aliada al PT durante varios años: “En general, la cuestión rural es vista como un problema para el gobierno de Lula. Ellos no quieren enfrentar conflictos, especialmente porque eso podría generarle problemas con sus propios aliados de otros partidos en el Congreso, muchos de los cuales son grandes dueños de tierras. La llamada bancada ruralista que integran los latifundistas en el parlamento tiene más de cien diputados y la mayor parte de ellos pertenecen a la base aliada del presidente.”

La opinión de Osvaldo Russo, uno de los especialistas del PT en el tema agrario, es la siguiente: “La posición de Lula sobre la reforma agraria no cambió. Él siempre ha sido un administrador de equilibrios e intereses contradictorios. Si la reforma no avanzó es en gran medida porque Lula cree que sería un factor de ingobernabilidad.” Así parecen ser las cosas. Cada vez me quedaba más claro que la falta de mayoría de Lula y su partido en el parlamento limitó muchas posibilidades de transformación. Lula y los suyos –a veces se pierde de vista– han gobernado este país dentro de las limitaciones legales e institucionales existentes. Y si bien es cierto que, desde la óptica del poder, cambiaron algunas agendas, también es verdad que no todo en política es un problema de voluntad.