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A la mitad del foro

El pedestal vacío

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Cientos de personas han asistido al Zócalo capitalino a observar los preparativos para la celebración del bicentenario de la IndependenciaFoto José Carlo González
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on desánimo de los revanchistas y su nostalgia por el jardín de las delicias llegan los festejos por el bicentenario de la Independencia, celebración en busca del pedestal vacío en que los inesperados beneficiarios de la lucha por la libertad y la igualdad quisieran erigir la estatua ecuestre de Agustín I. No se trata de dejar los pedestales vacíos, se trata de exaltar a Iturbide y denostar a Hidalgo, diría la historiadora Patricia Galeana en Morelos.

El revisionismo histórico cuestiona y no distorsiona, interpreta y no acomoda la realidad a los dogmas de la derrota que condenan la historia oficial para suplirla con su historia oficial. Muestrario de modernidad con pantallas electrónicas gigantescas, fuegos fatuos high tec y el pueblo en torno al televisor. El programa de un solo hombre, se llamaba el de Humberto G. Tamayo, afamado locutor y publicista que se despedía con sonora y retadora frase: Ahí les dejo mi reputación para que la hagan pedazos. Llegó el final del corto sexenio del descontento. En noviembre padecerán los panistas con el reto de conmemorar la Revolución del poder constituido, los derechos sociales y la educación laica y gratuita. Los cangrejos marchan al compás y la clase política toda se apresura a conjugar el verbo madrugar.

Cien años cumple la Universidad Nacional de México y el rector José Narro Robles habla de la deuda pendiente, de la igualdad negada y de la brecha profundizada de la desigualdad; Miguel León Portilla dice con sonrisa sabia que las formas adoptadas para festejar el bicentenario han llegado a lo inverosímil con ribetes de macabro; los restos de los héroes se integraron al cortejo para ser exhibidos en un laico ritual de veneración. Extraña visión de los enemigos del laicismo, del Estado laico que niega la clerigalla y en Guanajuato ha sido desplazado por una teocracia rastacuachera que, amargamente, condena a decenas de años de cárcel a las mujeres que han abortado. Aunque el yunquista señor Oliva restauró parcialmente la era de la razón ante el inminente desastre electoral.

Se avecina la sucesión y se adelantó el diluvio que cambió el curso de las corrientes bajo las aguas. Oaxaqueño era Benito Juárez y su nombre ha sido mencionado una vez por Felipe de Jesús Calderón al pronunciar su mensaje en Palacio y referirse sorpresivamente a los liberales que fijaron el curso histórico en el siglo XIX. Algo así como Ignacio Ramírez, el Nigromante, pronunciando en el nombre de Dios, el inicio de la Constitución de 1857. Y de Oaxaca llegan dos imágenes del desbordamiento de la política: Ulises Ruiz, gobernador priísta, en amigable diálogo con Gabino Cué, mandatario electo, candidato de la coalición del PRD y el PAN. La otra es del encuentro del gobernador Ruiz y el presidente Calderón al filo del agua, en el istmo de Tehuantepec.

En fin, oaxaqueño era Porfirio Díaz y festejó el centenario con gran pompa y circunstancia; erigió la columna de la Independencia; El Ángel, del Paseo que fuera de la emperatriz y es de la Reforma, y el Hemiciclo a Juárez. Y obras en todo el territorio nacional: pedestales para próceres de otras naciones; para el Reloj Chino, que soportó los impactos de proyectiles durante la Decena Trágica. Porque hubo una revolución y don Porfirio se embarcó en Veracruz rumbo a Francia, donde reposan sus restos en el cementerio Père Lachaise, en espera de otro festejo inverosímil con ribetes de macabro. Las obras de hoy, casi todas inconclusas: el fastuoso Monumento del Bicentenario, de luminosidad y laminados foráneos; el parque programado en terrenos de la demolida refinería de Azcapotzalco, y la mano de gato al Palacio de Bellas Artes. “El que venga atrás que arrié.”

Ha llegado la hora de hacer cuentas. El robusto señor Cordero ya envió el proyecto de robusto presupuesto de ingresos y robusta ley de gasto público al Congreso. A la sede del otro poder, del que tiene el poder de la bolsa, aunque lo haya dejado a merced de los que van en caballo de Hacienda. Pero no salen las cuentas y el Ejecutivo requiere un presupuesto de guerra; el programa de un solo hombre es monólogo (diría Perogrullo), en el que Felipe Calderón proclama la detención de un narcotraficante en su mensaje a la nación, en el que el recuento de muertos es multiplicador de exigencias de recursos públicos por la magnitud del esfuerzo que representa el combate al crimen organizado y la violencia asociada con su acción: 65 mil 265 millones de pesos del gasto público en 2011, propone destinar el Ejecutivo a seguridad pública. Ah, en el desfile militar del 16 de septiembre del año del bicentenario participará personal de la Policía Federal.

Desde Apatzingán, en los Sentimientos de la Nación, Morelos habla del valor fundamental de la educación, instrumento insustituible para la movilidad y permeabilidad social. Hoy es más profunda la desigualdad, más penosa la indigencia de la mayoría, más opulenta la riqueza de una pequeñísima minoría. Para educación pública (ramo 11) el Ejecutivo propone un incremento real de 0.62 por ciento. No es errata de imprenta, agrega el legislador Pablo Gómez, quien añade que “el ramo 20 (desarrollo social) tendría una disminución en términos reales de 3.86 por ciento. Parafraseando al Tigre Clemenceau: La educación, como la guerra, es un asunto demasiado serio para dejarlo en manos de iluminados o de aprendices de alquimistas.

Proyecta Calderón destinar menos de 1% del PIB a educación, arte y cultura en 2011, resume una cabeza de La Jornada de ayer. Menos de uno por ciento del producto interno bruto, de todo lo que producimos los mexicanos. Y así han amenazado con recortar las participaciones de los gobiernos de los estados, porque los legisladores del PRI han presentado una iniciativa para reducir el IVA de 16 a 15%. Es la hora 11 en el reloj de los cangrejos. Cien años cumple la Universidad Nacional. Justo Sierra se hizo cargo de los festejos del centenario en 1910, el que llamó a educar para enfrentar los retos del presente y porvenir; atender a la razón para que no llegara la derrota mientras nos perdíamos en debates bizantinos. Cien años después, Alonso Lujambio es llamado a hacer las cuentas del Gran Capitán. Y no hay palas ni azadones. Si acaso, misas y repiques de campanas.

Y un incómodo papel para un panista que se declara liberal en medio del embate clerical contra la educación laica y gratuita, que ha oído el canto de las sirenas y, en consecuencia, ha tenido que escuchar la dura sentencia de Elba Ester Gordillo, líder magisterial, presidenta del sindicato. Lujambio no atiende la educación, se ocupa de sus aspiraciones presidenciales, dijo la maestra milagrosa.

Y Santiago Creel puso en marcha su madrugadora campaña. Enrique Peña tiene miedo, dice el autor del contrahecho término sospechosismo. Será por el síndrome de Ícaro. En tierra, Manlio Fabio Beltrones propone una iniciativa para generar empleos auténticos, con prestaciones y derechos en el Seguro Social; Beatriz Paredes aplaude las imprudentes declaraciones de Roberto Madrazo. Andrés Manuel López Obrador predica paz y atesora en silencio el aval de Fidel Castro, el que estuvo muerto y resucitó. Marcelo Ebrard agradece los anatemas cardenalicios. Y Manuel Camacho recita La vida es sueño.

Hay un pedestal vacío. Y el poder no lo admite.