Opinión
Ver día anteriorViernes 23 de julio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La ruleta rusa
L

a violencia y la sinrazón se enseñorean en el país. El ¿terrorismo? nos envuelve. Un coche-bomba explota en Ciudad Juárez. Asesinatos masivos en Torreón y Juárez también. Una granada estalla en Nuevo León en una sede policiaca. Previo a estos acontecimientos aparece el atentado del 15 de septiembre de 2008 en Morelia, Michoacán. Casi a diario atentados, secuestros y asesinatos en las formas más crueles; decapitados, mutilados, etcétera. Todo lo cual no hace sino ahondar nuestro terror, frustración y desesperanza.

Vivimos como en una ruleta rusa. ¿Hoy me tocará a mí? El pánico nos paraliza. Desde tiempos inmemoriales sabemos que la violencia engendra violencia, que la sangre llama a la sangre y que resulta difícil entender esta escalada siniestra.

El asunto se nos ha ido de las manos y no acertamos a comprender qué fuerzas poderosas y ocultas se mueven tras las “máscaras, las seguetas y los cuernos de chivo”, intentando que la faceta que se nos antoje sea un poco más comprensible. Quizás pueda ayudarnos a reflexionar, entre otras, la línea de pensamiento de Sigmund Freud.

El Diccionario de la Real Academia Española define el terror como un miedo muy intenso. Asimismo, como la denominación dada a los métodos expeditivos de justicia revolucionaria y contrarrevolucionaria. Renglones abajo aparece la palabra terrorismo, que se define como dominación por el terror y como la sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir el terror.

El terror va emparentado con lo siniestro. Esto es magistralmente descrito por Freud en uno de sus textos, titulado Lo ominoso, donde aborda el tema del efecto de terror que experimenta el individuo ante algún suceso que presenta el carácter de algo siniestro pero, a la vez, desde el inconsciente retorna como algo que nos es familiar. Algo inherente a nuestra propia estructura síquica.

Así, el terror y el terrorismo se nos presentan como fenómenos sumamente complejos, donde los extremos más paradójicos, irracionales e incomprensibles de la naturaleza humana nos salen al paso.

Si tratáramos de buscar una palabra que definiera el comienzo de milenio sería el vocablo terrorismo en diversos grados y con diferentes matices. Bajo la definición antes mencionada (actos de violencia para infundir terror) pueden incluirse desde el secuestro hasta los atentados terroristas, pero también las represalias desmedidas e indiscriminadas sobre la población civil que se ejercen más como retaliación que como acto de justicia.

Pero, ¿qué hay detrás del individuo que necesita mantener aterrorizado y controlado al otro? Pensemos en un ejemplo común y frecuente: el del paciente alcohólico. Indefenso, con un vacío interior intenso que pretende silenciar con su adicción, procura permanentemente, crear temor en los que lo rodean, en un vano intento por proyectar y exorcizar los demonios internos que pueblan su vacío.

Violencia engendra violencia, y en un mundo atemorizado y convulsionado como el actual, lo que menos necesitamos es vivir bajo la égida del terror. Intentar someter al otro bajo esta premisa sólo puede conducir a desenlaces desastrosos, donde el terror de unos desencadene los mecanismos de defensa más primitivos en el otro y la lucha sea entonces desde lo más primitivo, lo más arcaico y lo más destructivo del ser humano.

Por lo pronto, vivimos en una ruleta rusa cotidiana en la que no sabemos si nos tocará ser víctimas del crimen organizado. Todo esto en un ambiente de destructividad, violencia, sangre y un pánico que nos paraliza, en el que sobrevivimos entre la depresión, la rabia y la desesperanza.