Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de julio de 2010 Num: 802

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Paradoja
ORLANDO ORTIZ

Nobody
FEBRONIO ZATARAIN

Carlos Montemayor y los clásicos
JOSÉ VICENTE ANAYA

La cámara lúcida de Barthes y la consistencia de Calvino
ANTONIO VALLE

Roland Barthes, lector
ANDREAS KURZ

¿Dónde quedó la izquierda?
OCTAVIO RODRÍGUEZ ARAUJO

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

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LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

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Luis Tovar
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A-típico

Dirigida por el treintañero debutante Julio Hernández Cordón –guatemalteco egresado del mexicano Centro de Capacitación Cinematográfica–, Gasolina (2008), película guate que la Cineteca Nacional está exhibiendo en estos días, debió sortear y superar los latinoamericanamente típicos escollos de índole material que suelen signar la producción fílmica en esta parte del mundo. Concluida gracias a los apoyos en metálico ganados en buena lid y provenientes de entidades internacionales creadas precisamente para brindar dichos apoyos –por ejemplo, tres que se otorgan en el Festival de Cine de San Sebastián–, antes de arrancar propiamente, la cinta tuvo a su favor entre otros el gesto generoso de unas tres decenas de artistas plásticos que donaron obra, cuya venta le reportó a Gasolina poco más de 20 mil dólares, desde luego insuficientes por sí mismos, pero sin los cuales quizá el proyecto entero jamás habría podido arrancar.

Para dar una idea más amplia de cómo las condiciones para producir cine en el país vecino del sur son aún más adversas que en otras regiones del subcontinente, baste mencionar que allá no existen una ley cinematográfica ni un instituto nacional de cinematografía. Eso significa que cualquier esfuerzo al respecto va, en todos los sentidos, por la libre, con la soltura e independencia que tal situación conlleva, sí, pero también con la precariedad y la incertidumbre que le son anejas.

TÍPICOS ATÍPICOS

En manos de Hernández Cordón, las típicas dificultades arriba referidas se convirtieron en soluciones creativas y formales que, considerando a la película como el todo que es, hacen parte lo mismo de una planificación previa que de una manera de ir resolviendo, sobre la marcha, la problemática que se fuera presentando. En todo caso, deben ser vistas como muestra de la gran capacidad de un cineasta para salir avante pese a tener prácticamente todo en contra y, en ese trance, darse la oportunidad de hacer una propuesta narrativa y visual que supera el nivel de lo meramente previsible y/o cumplidor.

Verbigracia, los adolescentes Francisco Jácome, Carlos Dardón y Gabriel Armas no son actores profesionales y fueron reclutados para la producción, más que en virtud de alguna capacidad actoral detectada con anterioridad, por el sencillo hecho de que alguna vez fueron vecinos del realizador. Empero, Jácome, Dardón y Armas llevan sobre sus espaldas el peso casi absoluto de la responsabilidad histriónica y, por ende, la carga dramática del filme, e inclusive tuvieron la oportunidad, muy bien aprovechada por Hernández, de aportar más de un elemento a la trama, para no hablar de la importancia que su contribución tuvo en el conjunto de giros idiomáticos, matices léxicos y otros aspectos de personalidad de los personajes –valga la no-redundancia–, que le confieren una frescura y una verosimilitud duramente asequibles por otras vías.

Típicos adolescentes de casi cualquier nacionalidad y época, los que Hernández retrata parecen tener mucho que expresar pero pocas, muy pocas maneras y capacidad para expresarlo. Dicho metafóricamente, el trío de jóvenes protagonistas son algo así como tres automóviles en la línea de salida que no paran de hacer rugir sus máquinas, cuyos conductores presionan a fondo el pedal del acelerador, pero sin quitar el otro pie del embrague y, en consecuencia, sin que los vehículos avancen un solo centímetro, y así hasta que en el tanque del vehículo no quede ni gota de gasolina.

Nada casual resulta, entonces, que sea precisamente la locomoción automovilística en una ciudad de Guatemala nocturna, preponderantemente silenciosa y notoriamente invadida de soledad, el verdadero asunto que cuenta Gasolina, salpimentado aquí y allá por dos o tres acontecimientos apenas dignos de recibir tal denominación, de los que aquí no será dicha una sola palabra, mucho menos del otro suceso, ese sí nodal y parteaguas tanto de la trama misma como de los derroteros emocionales que habrán de seguir los protagonistas.

Ver una película guatemalteca debe ser una de las experiencias más atípicas para el cinéfilo, sea éste o no asiduo y constante. Ver una película como Gasolina, típico producto del esfuerzo individual y colectivo de resultados plausibles no tan típicos, es todavía más inusual. Que el público en general tuviese a bien favorecerla con su asistencia masiva sería algo tan atípico como afortunado, tanto para el filme como para quien se dé la oportunidad de asomarse, fílmicamente hablando, al otro lado de una frontera hacia donde bien poco miramos desde este lado.