Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de julio de 2010 Num: 802

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Paradoja
ORLANDO ORTIZ

Nobody
FEBRONIO ZATARAIN

Carlos Montemayor y los clásicos
JOSÉ VICENTE ANAYA

La cámara lúcida de Barthes y la consistencia de Calvino
ANTONIO VALLE

Roland Barthes, lector
ANDREAS KURZ

¿Dónde quedó la izquierda?
OCTAVIO RODRÍGUEZ ARAUJO

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Naief Yehya
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La desesperada pobreza y la inmensa riqueza afgana

COMENCEMOS POR EL FINAL FELIZ

Últimamente la guerra de Afganistán se lee en la primera plana del New York Times y otros medios estadunidenses como una especie de telenovela o como un vertiginoso y siempre tenso episodio de la serie 24: un día se reconoce que la corrupción en Afganistán terminará por destruir cualquier gobierno y que ha hecho completamente irrelevante al régimen de Hamid Karzai, al otro se habla de que la guerra va muy mal y que simplemente no se podrá ganar, pero antes de que termine la temporada todo da un giro cuando se da la noticia del descubrimiento de inmensos depósitos de minerales que pueden producir billones de dólares de riquezas y todo puede cambiar. Una nación que a fuerza de guerras sin fin se ha convertido en un infierno sobre la Tierra resulta tener el paraíso bajo las piedras. Esa fortuna mineral podrá financiar la reconstrucción del país, estabilizar el gobierno, fortalecer la democracia y convertir a esa desgarrada nación asiática en una especie de Suiza de Asia central. De esa manera el grotesco ajedrez, el “gran juego” estratégico de las potencias coloniales por el control de Asia central, culminaría en un final feliz de cuento de hadas.

EL DESCUBRIMIENTO


In God we trust… píldoras de litio

En la primera plana del NyT del 13 de junio pasado, el reportero James Risen anunciaba en su artículo “U.S Identifies Vast Mineral Riches in Afghanistan” el descubrimiento de vastos depósitos de hierro, cobre, cobalto, oro, niobio (un mineral que se usa para producir acero superconductor) y el preciado litio, el mineral más valioso de la era de la información que se emplea para las baterías de todo tipo de aparatos electrónicos (ya dicen que este país será la Arabia Saudita del litio). Los depósitos, que se encuentran distribuidos por todo el territorio nacional, fueron descubiertos, según el artículo, por “un pequeño equipo de oficiales del Pentágono y geólogos estadunidenses que viajaron a Afganistán en 2004, como parte del esfuerzo de reconstrucción”. Entonces encontraron “viejas gráficas y datos recopilados por expertos soviéticos durante su ocupación del país en la década de los ochenta. Armados con esta información los estadunidenses realizaron varios estudios de medición gravitacional y magnética desde aviones, de esa manera confirmaron la existencia de dichos yacimientos. Buena parte de ellos se encuentran en las zonas más conflictivas del país, como en la frontera con Pakistán, lo cual hace impensable su explotación a corto plazo. Esta noticia debería traducirse en enormes inversiones internacionales, en una auténtica fiebre del oro que debería activar la economía, la cual hoy se basa en el tráfico de opio, narcóticos, armas y en la ayuda humanitaria y militar que dan algunas naciones (el producto doméstico bruto afgano es apenas alrededor de 12 mil millones de dólares). Oportunamente, nos señala Risen, Afganistán tiene una ley minera que fue escrita con la asesoría del Banco Mundial. Es fácil imaginar el tipo de ventajas y privilegios que ofrece a las corporaciones transnacionales para explotar los recursos sin importarle el medio ambiente, los impuestos, la distribución de los beneficios o el bienestar general de los nativos. La historia ha demostrado una y otra vez que los recursos naturales de los países pobres en general benefician a ciertas élites y a corporaciones de naciones poderosas.

AVATARNISTÁN

Las resonancias de este “descubrimiento” con la trama del filme Avatar, de James Cameron, no podrían ser más obvias y ominosas. La voracidad humana por explotar el unobtainium (material mítico de propiedades fabulosas en la ciencia ficción) del planeta Pandora es un eco de la ambición desmedida de Occidente por explotar el petróleo árabe. Pero Afganistán no tiene petróleo y su atractivo para las mentes coloniales radicaba en su posición en Asia y en los oleoductos que podrían atravesar el país en su recorrido del Mar Caspio al Mar Arábigo. Los minerales vienen a cambiar la ecuación y a volverlo un botín más atractivo. El filme de Cameron muestra a los nativos subversivos como héroes y defensores de un universo mágico y fabuloso que será destruido en la búsqueda del tesoro enterrado. El cuento del Pentágono viene a ofrecer la otra perspectiva, la de los nativos que viven en un universo espantoso que pueden salvarse con ese tesoro. Ambas narrativas están diseñadas para provocar reacciones pavlovianas en el público.

EL REDESCUBRIMIENTO

No hay duda de que se sabía de estos yacimientos desde hace décadas. El hecho de redescubrirlos ahora tiene por fuerza un carácter propagandístico. Por una parte el cuento del Pentágono debería hacernos creer que los problemas en Afganistán terminarán gracias a las riquezas del subsuelo, pero, por la otra, nos advierte que esto podrá desatar aún más conflictos internos, avaricia y corrupción, los cuales hasta cierto punto ya no serían problema de los invasores de la coalición. Quizás lo único que desea el Pentágono con esta campaña de relaciones públicas es ganar un poco de tiempo y esperar que algo mágico suceda.