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¿Quién era don Juan Cañedo?
 
Periódico La Jornada
Lunes 12 de julio de 2010, p. a38

¿Quién era realmente don Juan Cañedo, el primer rejoneador profesional de México? ¿Una olvidada figura de la fiesta brava o un oscuro temible capo del hampa? Sus biógrafos lo describen como miembro de una rica familia queretana, que vino al mundo en abril de 1926, como hijo de doña Aurora Villafaña y del general Francisco Olvera, quienes lo bautizaron como Hugo Olvera Villafaña.

Después de estudiar en el Colegio Francés y en el Simón Bolívar, entró a una academia militar, en la que obtuvo el grado de teniente. Pero, amante de los caballos desde su infancia, dejó la carrera de las armas en los años 40, cuando vio la actuación del rejoneador andaluz Álvaro Domecq, y decidió hacerse torero ecuestre, como él. Domecq, el hombre que despojó de su fortuna a Manuel Rodríguez Manolete en su lecho de muerte, se convirtió en su maestro. ¿Sólo en la tauromaquia o también en otras disciplinas?

Con el nombre artístico de Juan Cañedo, Hugo Olvera rejoneó en público, por primera vez, el 26 de febrero de 1950, en el puerto de Veracruz, alternando con Fernando López y Curro Ortega ante un encierro de Piedras Negras. Dos meses después se presentó en la México y le cortó una oreja a un toro de Piedras Negras. En 1953 se encerró con cuatro astados en un coso de Campeche. A lo largo de su carrera participó en unas 350 corridas.

A principios de los 60, se casó con Dolores Olmedo, ex esposa de Diego Rivera, y dirigió la empresa del Toreo de Cuatro Caminos, en la época en que vinieron a México nada menos que Paco Camino y Manuel Benítez El Cordobés. Juan Cañedo se retiró en 1967, entonces comenzó la leyenda negra de Hugo Olvera Villafaña, a quien José González –jefe de guardaespaldas de Arturo Durazo Moreno, cuando éste era director de Policía y Tránsito del Distrito Federal, de 1976 a 1982– lo incluyó en su libro Lo negro del Negro Durazo como autor de múltiples asesinatos y narcotraficante.

Otra versión se limita a señalar que Olvera Villafaña era un hombre recio, de acusada personalidad y educado trato, cuya vida discurrió entre aventuras azarosas. Como quiera que sea, nunca pisó la cárcel y pasó la última etapa de su vida criando caballos de sangre lusitana. Víctima de una larga enfermedad, hace nueve días murió en un hospital de Querétaro. La noticia cimbró a la sociedad del Bajío, mas no a la llamada familia taurina. En medio de la mayor discreción, Olvera fue enterrado en su rancho de San Juan del Río, Querétaro, cerca del latifundio de Diego Fernández de Cevallos.