Política
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Diez años después de su derrota en las urnas, el tricolor pretende reagrupar grupos internos

Acusan a Zedillo de cumplir compromiso abyecto de causar la derrota del PRI

Buscan en ese partido desmitificar la imagen del ex presidente como prócer de la transición

 
Periódico La Jornada
Viernes 2 de julio de 2010, p. 11

Diez años después de haber perdido las elecciones presidenciales, y tras convertirse en comparsa y colaborador de los gobiernos de Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) se impone la tarea de reagrupar las facciones internas que se disputan la candidatura a la Presidencia para 2012.

De aquel PRI omnipresente –inicialmente Partido Nacional Revolucionario, después Partido de la Revolución Mexicana y que luego adoptó su actual denominación–, que tras el homicidio del general Álvaro Obregón se convirtió en el poder incuestionable en la Presidencia, las gubernaturas de los estados, los congresos locales y las alcaldías, y que quedó a la deriva tras la elección de 2000, se abrió la puerta a la malograda transición democrática, que fue bandera mediática de Ernesto Zedillo y de líderes de opinión, intelectuales, televisoras y radiodifusoras.

El 2 de julio de ese año la derrota electoral del PRI, después de 71 años de haber ocupado el poder, motivó fiesta y algarabía. Intelectuales y comentaristas de la vida política nacional afirmaban: fue maravilloso; bienvenidos a la oposición; la derrota representa una demolición.

Algunos historiadores cercanos al poder político también reconocían amplias cualidades a Zedillo porque dejó un cambio notorio: fortalecía el Instituto Federal Electoral; durante todo su sexenio hubo elecciones estatales y municipales prácticamente sin conflicto y dio plena libertad a los medios de comunicación.

Años después tales ideas se derrumbaron, y en el caso del tricolor los actores de la debacle político-electoral aceptan el divorcio entre su partido y el entonces titular del Ejecutivo.

El presidente Zedillo quería que perdiera el PRI. ¡Simple: quería que perdiera!, resume con desdén el ex candidato Francisco Labastida Ochoa.

Antes de los comicios, el destino alcanzaba al PRI. Ni los programas de voluntarios, ni las redes, ni los servidores públicos priístas, que sumaban 2 millones y medio de personas, y mucho menos la pobre estructura electoral del partido, alimentada por una famélica administración de escasos recursos económicos, impidieron la derrota decretada por el entonces presidente de la República.

Durante ese proceso Labastida envió al destierro electoral a viejos priístas, y al observar su caída en la aceptación popular –medida en las encuestas– los llamó de regreso. Aún se recuerda el rencuentro en Toluca con Carlos Hank González –fundador del grupo Atlacomulco–, cuyos recursos económicos y apoyo logístico rechazó al inicio de la campaña.

En mayo de 2000, apenas dos meses antes de las votaciones, se sumaron los 21 gobernadores del PRI a la promoción del voto en favor de Labastida. También se adhirió Manuel Bartlett Díaz, identificado con la caída del sistema de cómputo electoral en 1988.

Tales sucesos enviaron una señal confusa a la ciudadanía, pues del nuevo PRI que se pregonaba, con el regreso de los viejos priístas conocidos como dinosaurios, se advertía que en realidad nada había cambiado.

Sombra en el umbral priísta

Con el paso del tiempo, Humberto Roque Villanueva, ex presidente nacional del PRI, refiere que la derrota de su partido se sustenta, entre otros motivos, en el predominio tecnocrático en las instituciones del gobierno y en las filas de su partido.

Zedillo no tenía una imagen clara de lo que era el PRI ni de lo que era el quehacer político. No tuvo la lectura adecuada de la elección de 1997, cuando yo era presidente del PRI, donde sacamos 12 y medio puntos de ventaja tanto al PAN como al PRD.

–¿Ernesto Zedillo fue priísta u oportunista?

–Estuvo ausente. Parecía no tener mucho interés de apoyar a su partido frente al reto electoral del año 2000. Su respaldo a Francisco Labastida en el proceso interno no lo refrendó en el proceso electoral. Esa indiferencia de Zedillo, junto a los errores de campaña de Labastida, dio como resultado la derrota.

–Tal postura de Zedillo, ¿no se fundó en algún trato inconfesable?

–No tengo elementos, pero sí advierto que hacia el final había indiferencia y resignación y al final se preveía ya la derrota.

Quien entonces se desempeñaba como secretario de elecciones del CEN del PRI, César Augusto Santiago, es más severo para desmitificar la imagen de Zedillo como prócer de la transición.

Me queda un profundo sentimiento de frustración, porque combatí la perversidad del gobierno de Ernesto Zedillo. Nunca estuve de acuerdo con él. Tuvo una condescendencia abyecta con los gringos y una complacencia absoluta con el Partido Acción Nacional. Zedillo cumplió un compromiso abyecto: generar una transición exigida por los gringos después de la crisis que él mismo causó.

–Zedillo llegó a la Presidencia de la manera más fortuita. ¿Al lado de quién se alineó?

–Zedillo se comprometió a una transición que abrigaba expectativas de un cambio que era totalmente desafortunado. Él se ocupó de sus intereses personales. Ahí lo tenemos ya como empresario y consejero de grandes consorcios.

Al hacer un recuento de estos 10 años, José Murat recuerda que Zedillo no dio entonces respuesta a la población. Yo dije que si habíamos perdido el gobierno, lo más importante era que no perdiéramos el partido. Hasta ahora no supimos ser una oposición que planteara una definición ideológica de principios y caminos para que el país saliera de la crisis en que se encuentra.