Opinión
Ver día anteriorViernes 18 de junio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Marginalidad y violencia
E

n la experiencia de la marginalidad todo pareciera situarse en el margen, al margen, en las fronteras, en el exilio, en el silencio, en la exclusión, en la tierra de nadie, en el desarraigo, en la no pertenencia, en el no ha lugar de la ley, en la fragmentación.

Inframundo donde los fantasmas danzan en incesante carrusel de escenas grotescas fantaseadas y reales, donde la angustia es el afecto predominante, donde la muerte, las pérdidas y los duelos no dan tregua, allí donde la falta de lenguaje condena al sujeto al grito y al silencio. Individuos que han sido violentamente silenciados y que, por añadidura, silenciarán a los suyos en forma violenta. Grito acompañado de ecos terroríficos cuyo origen, sin origen, emerge de la oquedad, del vacío, de la disonancia Mascarada de dolor y desencuentro, escenario del terror sin nombre. Duelos negros, muy negros.

Herederos usufructuarios de desnutrición, depresión, carencias de toda índole y duelos no elaborados, los niños marginados vienen al mundo en condiciones precarias llevadas al extremo: servicios médicos inaccesibles, escasa o nula atención prenatal (cuando no iatrogenia), alta incidencia de complicaciones perinatales, inadecuado aporte nutricional y para agravar aún más la situación, llegan a un hogar donde privan el ruido, el hacinamiento y la miseria.

La mayoría de ellos crecen entre una madre deprimida y un padre ausente, o bien con problemas de adicciones y violencia. Crecen en su mayoría en hogares de un solo padre, donde varias figuras sustitutas ejercen los cuidados, ya que la madre con frecuencia tiene que laborar fuera del hogar.

Hogares que se convierten en excelente caldo de cultivo para las neurosis traumáticas. Ruido, violencia, confusión de roles, hostilidad, falta de privacidad o intimidad, obediencia por imposición, relaciones incestuosas y vinculaciones primitivas matizadas por el sadomasoquismo condicionan la huida de los hijos, previa actuación, de un hogar sofocante.

La promiscuidad en los adolescentes condiciona embarazos no deseados y es el inicio de una nueva familia que vendrá a engrosar las filas de la marginalidad. En estas condiciones el nuevo niño nace cargado con la estafeta de no deseado y de fantasías filicidas. Crece entre el rechazo y la desconfianza, el reproche y el autodesprecio; aferrado a un narcisismo de muerte, a la omnipotencia (enmascaradora de impotencia), condenado a perpetuar vinculaciones de índole sadomasoquista, cargado de rencor y odio hacia los demás y hacia sí mismo y limitado severamente en sus capacidades cognoscitivas y en los procesos de simbolización.

¿Dónde se inicia la incisión de la herida, la fractura, la transgresión brutal (además de la carga histórica ya aludida) que invalida e incapacita de manera tan severa y brutal al ser humano condenándolo al grito y al silencio, a la dolorosa experiencia de la marginalidad? Coincido con las reflexiones de Dolto al respecto: La organización del lenguaje se origina siempre, en el ser humano, en la relación inicial y predominante madre-hijo, debido a la larga impotencia del niño para sobrevivir solo. Tal madre y tal niño se inducen mutuamente, por modulaciones emocionales ligadas a las variaciones de tensión, de bienestar, que la con-vivencia y la especificidad de sus separaciones y sus rencuentros han organizado en articulaciones de signos. Conocimiento, desconocimiento y reconocimiento mutuo se liga a significaciones-señal sustancias y sutiles (...) cuando un ser humano no encuentra una respuesta a las variaciones en sus sensaciones internas o en las variaciones de sus percepciones, ni respuesta a su petición de un intercambio complementario, no experimentará en el encuentro a un ser en el que pueda confiar, un semejante a él por los vínculos de la connaturalidad. Resentirá esta nada como abandono en su hábito de ser humano, que no ha logrado encontrar entonces otro ser humano. Quedará sometido a sus solas tensiones internas de necesidades y deseos sin otra ayuda.

Tal es el destino de los individuos condenados al hambre, al dolor y a la miseria. Violencia engendra violencia. Poco o nada queda entonces para la sublimación y la creatividad. La agresión se actúa, las fantasías sirven de refugio y mientras el país se descompone y las cifras de crímenes violentos son noticia cotidiana el país entero se mece en el sueño del futbol.

Por si fuera poco, a la marginalidad se han sumado, cito palabras textuales del rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, José Narro: El surgimiento reiterado de crisis financieras, el incremento del desempleo o la aparición de lacras de una modernidad mal entendida: la desesperanza, la violencia y la inseguridad; el cambio climático y las crisis ecológicas; el narcotráfico y las adicciones (...)

Apostemos por la justicia, el estado de derecho y la educación para nuestro pueblo.