Opinión
Ver día anteriorJueves 10 de junio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Propuesta para las conmemoraciones
E

s muy desafortunado que la conmemoración de los aniversarios de 1810 y de 1910 ocurra en una de las peores coyunturas que hayamos enfrentado en los últimos 30 años. El país atraviesa una severa crisis económica que provoca críticas negativas sobre las profundas reformas de los años 90, e incluso sobre el cambio político, como lo sugieren los porcentajes de preferencia electoral que favorecen al PRI. Peor todavía, las imágenes de la violencia criminal que parece extenderse aceleradamente por el país corroen la disposición a mirar amorosamente nuestro pasado. De ahí la dificultad para encaminarnos al futuro con serenidad y confianza. A la debilidad notoria del Estado –que diariamente el crimen organizado se complace en exhibir– le corresponde una fragmentación social que se expresa en tensiones y conflictos entre vecinos, grupos políticos, asociaciones de diferente índole. Lo menos que podemos decir es que hemos perdido confianza en nosotros mismos.

Este momento oscuro se ha impuesto sobre nuestra recapitulación del pasado con tanta fuerza que no son pocos los comentaristas, e incluso los académicos, que se preguntan si acaso tenemos algo que festejar. De hecho, es como si las conmemoraciones nos las hubiera impuesto a regañadientes el calendario cívico. Si la conmemoración de nuestros aniversarios hubiera coincidido con la culminación del proceso de transición democrática el 2 de julio de 2000, seguramente habríamos aplaudido esta transformación como parte de un largo pero exitoso proceso de construcción nacional que, pese a sus muchos tropiezos y no pocos desequilibrios, tuvo un desenlace feliz. Tal vez seríamos más justos con nosotros mismos y reconoceríamos los aciertos, las victorias, los logros de 200 años de independencia y un siglo de cambio social y político. Yo me pregunto si alguien en su sano juicio está dispuesto a sostener que México estaría mejor si continuara siendo colonia española, si viviéramos gobernados por la Constitución de 1857, o si la dinastía sonorense no hubiera triunfado sobre el carrancismo. Imaginemos cómo sería México sin esas grandes transformaciones.

Es también desafortunado que las conmemoraciones hayan coincidido con la presencia en el poder de un partido que aparentemente no sabe muy bien qué hacer con la historia, y oscila entre la kermesse y la charreada. Los titubeos en este tema han sido más notorios que en otras materias, pero sobre todo han tenido la muy indeseable consecuencia de trasladar las diferencias partidistas de hoy a la interpretación del pasado, que es, quiéranlo o no, nuestro legado común. La incomodidad del gobierno con la historia es evidente en el caso de la Revolución, como si realmente no supieran qué o a quién recordar. Si los hermanos Flores Magón los inquietan o si Carranza los espanta, nada impide que se refieran con toda naturalidad a Francisco I. Madero, o a Luis Cabrera –que estuvo a punto de ser su primer candidato–, entre otros muchos. Sólo se requiere un poco de imaginación.

No obstante, poco ha hecho el gobierno por reconciliar a los panistas con el pasado de todos. Han dedicado muchos esfuerzos a recuperar la dimensión histórica de su fundador, Manuel Gómez Morín, pero en 1910 era muy joven, y luego la verdad es que no fue una figura nacional sino hasta que Acción Nacional llegó al poder, y no porque hubiera sido el líder de una oposición clandestina, sino porque después de 1945 su figura fue opacada por el ascenso al poder de otros abogados que tomaron decisiones trascendentales para el desarrollo del país.

La conmemoración de los aniversarios tendría que ser hasta cierto punto un festejo –sin olvidar sus costos humanos y materiales– del cual pudiéramos extraer claves para la superación de los problemas que nos agobian. En lugar de eso se ha convertido en otra fuente de pesimismo. Poco ha hecho el gobierno actual para contrarrestar el desánimo. La construcción nacional se llevó a cabo, al igual que en muchos otros países, en torno a acciones y propuestas estatales, y entre nosotros la iniciativa gubernamental ha sido clave para el fomento de actitudes positivas frente al pasado nacional, que era visto como un punto de partida de un futuro luminoso. No habría más que comparar el tono más o menos triunfalista de las conmemoraciones de 1960, la ponderación de los avances de la modernización del país, la certeza de que sabíamos para dónde y por dónde íbamos.

En cambio ahora, percibo algo así como un vacío, una ausencia que me produce desazón, como si la incapacidad del gobierno actual para ofrecernos una conmemoración creativa e inteligente de estos aniversarios confirmara las lecturas empobrecidas de nuestra historia que no ven en nuestro pasado más que traiciones y fracasos, y la entienden como un grillete del que debemos desprendernos si acaso queremos alcanzar el progreso tantas veces prometido. Si de veras poco hay de bueno que conmemorar, ¿por qué no posponemos los aniversarios una década? Así celebramos la consumación de la Independencia y la figura de Iturbide, y la elección de Álvaro Obregón.