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¿La Fiesta en Paz?

Luchar, incluso contra toda esperanza de triunfo: Reynaldo Torres

H

ijo único de un michoacano y de una jalisciense a la que no le gustó el ambiente de Estados Unidos, no obstante que su esposo era jardinero en la casa del cineasta Cecil B. DeMille, en Hollywood, el tijuanense Reynaldo Torres (1932), pintor taurino y retratista de reconocida trayectoria, poseedor de una elocuencia para matizar ideas inusual en un medio más bien verboso y grillero, prosigue con el breve recuento (La Jornada, 31 de mayo de 2010) no de su vida, sino de algunas de las experiencias y actitudes que lo han marcado.

Enfundado en una fresca guayabera celeste y ante la bella y comedida mirada de su compañera, Reynaldo refleja en su estudio la serenidad gozosa de quien por dos ocasiones le ha ganado la batalla a la muerte, la más reciente el pasado 14 de febrero, en que diversas complicaciones lo tuvieron por varios días en terapia intensiva.

Siempre tuve disposición a la aventura, confiesa Reynaldo, pero con propósitos y objetivos muy claros. En 1956 Tijuana aún no existía como ciudad, por lo que animado por la publicación de mi primer trabajo en la revista El Burladero, que editaba en la capital el temido Don Dificultades, me animé, como tantos, a venir al Distrito Federal en 1957, con la pena de dejar a mi madre enferma pero en compañía de mi padre y de una tía. Se dice fácil pero fue doloroso.

En el DF ya tenían nombre y reconocimiento pintores taurinos de la talla de Antonio Navarrete, Pancho Flores, Ramón Espino Barros y otros también muy buenos. Yo llegué con unos cuantos pesos, conocía a una sola persona y cargaba con una maleta y un portafolio pequeños. Sabía de la existencia de varios personajes del mundo taurino, pero ellos ignoraban la mía; era mi única ventaja.

¿Tanta competencia no te desanimó?, pregunto. Mira, soy obsesivo a partir de lo que tengo que hacer, responde. Muchas veces las circunstancias tienes que crearlas tú, siempre y cuando estés convencido de tu disposición a la lucha. Siempre he sido un luchador, incluso contra toda esperanza de triunfo. Siempre he creído que en luchar está el placer. Hasta el día de hoy mi vida ha sido una sucesión de esperas, como la de muchos, pero la mía en actitud de lucha, no de especulación. Soy obsesivo a partir de lo que tengo que hacer.

Mientras el maestro atiende una llamada telefónica observo en otro de sus muros más óleos, acuarelas y dibujos: el muletazo de la ranchera, creación de Jorge El Ranchero Aguilar, en el marco inigualable de la plaza que hoy lleva su nombre; un pase de pecho de César Rincón, un retrato increíble de la actriz Christian Bach y varios silverios maravillosos, que junto con El Berrendito Luis Procuna son sus toreros más inspiradores, pues para él lo barroco es más intenso que lo clásico. Enseguida muestra una enternecedora foto en la que rodilla en tierra besa la milagrosa diestra de El Faraón de Texcoco, la misma que años antes habían besado Agustín Lara y Jorge Negrete, entre otros.

Estuve 20 años en la ciudad de México y luego me fui a San Francisco, California, donde me casé y estuve 14 años de esposo y padre. Regresé en 1991. Corroboré que la pintura taurina es más el fruto de la afición de los pintores por la fiesta que de las empresas y taurinos por la pintura, que históricamente reforzó la difusión del espectáculo cuando fue importante. No me gusta dogmatizar pero sí decir lo que pienso. No sé si he tenido talento pero siempre he tenido pasión, que tal ves sea otra manifestación del talento, remata con torería Reynaldo Torres.