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Centros comerciales y esquinas de Phoenix, Arizona, territorio para los invisibles

En EU, migrantes mexicanos pagan los pecados de la guerra contra el terrorismo

“¡Labor, labor!”, el grito a los posibles patrones

Piden “jale de lo que sea... por lo que sea”

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Periódico La Jornada
Lunes 17 de mayo de 2010, p. 12

Phoenix, Arizona, 16 de mayo. El policía camina lentamente hacia la entrada del estacionamiento. Los hombres fingen no verlo, pero se alejan poco a poco a la banqueta. El oficial también finge, mientras se pasea por el sitio que le han ordenado despejar. Los hombres lo miran ya desde la parada del autobús. Aquí podemos seguir hablando, dice el chihuahuense Julio Lozoya, hombre blanco y con lentes negros, una ametralladora de frases que presume entrevistas con CNN, Univisión y Telemundo.

Esto que sucede en el Home Depot de Thomas y la avenida 36, a unas millas del centro de Phoenix, pasa todos los días, desde muy temprano hasta entrada la tarde, en cientos de centros comerciales a lo largo y ancho de Estados Unidos. En todos los sitios donde hay esquinas o estacionamientos de jornaleros, pues así les llaman a estos hombres que esperan un trabajo, cualquiera. Ellos limpian casas abandonadas, pintan otras habitadas, le pegan a la jardinería, recogen la basura que nadie quiere levantar. Son muy buscados también a la hora de hacer colados de concreto y como acróbatas para limpiar y podar las altas palmeras de las casas ricas.

Esto pasa a diario, mientras en Washington le ponen otro nudo a la cuerda de la reforma migratoria.

Y esto que pasa es lo que algunos llaman el fenómeno migratorio: el policía finge no verlos, aunque sabe que su sola presencia los disuade. Igual hace el gobierno de Estados Unidos con los millones de migrantes que sí lograron cruzar o con los otros millones que entraron legalmente, con visa, y luego se quedaron.

Amarrada convenientemente a la seguridad nacional de Estados Unidos, la migración paga los pecados de la guerra contra el terrorismo. El gobierno de México ha puesto el otro ingrediente (su propia guerra, contra el narcotráfico, argumento más esgrimido por los republicanos de Arizona). El resultado es un coctel donde el miedo alimenta las encuestas: sellemos más la frontera.

¿Los migrantes ilegales que entran por la extensa y peligrosa frontera son el problema? Algunos cálculos indican que 5 millones y medio de personas entraron legalmente a EU y luego se quedaron; prácticamente la mitad de los ilegales. Sin embargo, sólo el año fiscal pasado, el muy activo sector Tucson de la Patrulla Fronteriza aprehendió a 27 personas con visas vencidas. Los mismos agentes detuvieron, en cambio, a 112 mil 488 personas sin papeles.

El gobierno federal y muchos locales hacen como este policía de Home Depot: no sean tan visibles, porque estorban. A veces, este policía y sus compañeros (o la migra en el plano nacional) detiene a unos cuantos, pero al día siguiente los jornaleros están de nuevo ahí, porque su mano de obra es necesaria. Por eso andan aquí los 50 jornaleros de este Home Depot; por eso hay 12 millones de indocumentados en este país.

Esperando la reforma

Aquí estamos, esperando la reforma migratoria, dice el guasavense Alfonso Ornelas, con 10 años en estas tierras. En México era fotógrafo y publicaba sus gráficas en la sección de sociales de un diario estatal. Con cinco hijos, no completaba el chivo. “Caminé cinco días con unos amigos que ya conocían el camino, sin pollero. Venía además con un trabajo asegurado en un taller mecánico”, donde estuvo hasta hace dos años, cuando llegó la migra a checar los seguros. Desde entonces espera aquí, porque “el jale que caiga es bueno”.

Los automovilistas salen del centro comercial. Si uno reduce la velocidad o se detiene es señal suficiente para que los jornaleros, cual mariachis de Garibaldi, corran tras él y rodeen el vehículo. Después de un breve intercambio, dos o tres hombres cierran el trato y se van con el patrón o en sus propios carros... A veces no sabes ni a qué te llevan, dice, resignado, Ornelas.

Una viejita en andadera pasa al lado de los jornaleros y les dice en inglés: Muchachos, que tengan un buen día.

–¿Y eso? –se le pregunta a Ornelas.

–Pues a veces pasa, igual que otros nos gritan regresen a México o “fucking beaners”.

De las salidas voluntarias a los cargos criminales

Los jornaleros son los más vulnerables entre los migrantes. Hacen los trabajos más duros a cambio de los salarios más bajos y frecuentemente los empleadores los engañan: no les pagan y los amenazan con “llamar a la migra”.

En años recientes tienen cada vez menos la posibilidad de optar por la salida expedita de este país cuando son atrapados, como el veracruzano Israel Peña, quien lleva tres salidas voluntarias. El beneficio reservado para los migrantes mexicanos sin antecedentes criminales puede ser pronto una maravilla del pasado.

Todos los días aquí en Tucson tenemos juicios contra padres y madres de familia que comparecen ante el juez con esposas y cadenas que van hasta los tobillos. En una hora y media los condenan, en grupos de 50 a 70. Es más, hay un juez que los despacha en sólo 45 minutos, dice la abogada Isabel García, de la Coalición de Derechos Humanos de Arizona.

Los indocumentados aceptan esos juicios colectivos por una razón simple: de no hacerlo, podían pasar en la cárcel varias semanas más, o meses. La tirada de los antinmigrantes de Arizona es, dice García, acabar con las salidas voluntarias y hacer que todos los deportados enfrenten cargos criminales.

Los deportables

“¡Labor, labor, labor (trabajo)!”, gritan los hombres cada vez que pasa junto a ellos un vehículo en el cual adivinan un cliente.

Entre grito y grito, el también veracruzano Agustín Martínez explica que él solicitó la visa cuatro veces.

–La última vez que me la negaron le dije: señor cónsul: nos vemos en Arizona.

Y aquí anda, con su paisano Joel Pérez, quien fue soldado en México y se dice dispuesto a dar la vida, a enfrentar a quien se ponga enfrente sin importar quién sea. Lo dice después de ofrecer sus reflexiones sobre la nueva ley, y de hablar de lo que podría pasar con su esposa y sus dos hijos. Y si me ve como llorando es porque me arde ver a mi gente aquí, suelta, y vuelve a ofrecer sus manos a gritos: “¡labor, labor, labor!”

Estos veracruzanos forman parte del ejército de medio millón de mexicanos que, se calcula, viven en el estado de Arizona sin documentos. La población de Poza Rica y su zona conurbada, vaya. El ejército de los deportables, con algunos soldados muy silenciosos.

“¡Nacho, ven a contar del palmero que no te quiso pagar!”, dice Julio Lozoya. Pero Nacho apenas y contesta con monosílabos. Así que Julio es quien cuenta la historia –moneda corriente por aquí– del contratista que se llevó a Nacho, lo tuvo trabajando varios días y luego lo amenazó con echarle a la migra. Se aprovechan de la gente, porque saben que hay miedo y porque muchos no hablan inglés.

Julio, en cambio, presume las frases que le han permitido defenderse, desde que perdió su trabajo de carpintero (15 dólares la hora). Defenderse, por ejemplo, del patrón que ni agua le quería dar. Ahí está la llave, le dijo. O de la anciana que lo encerró en una casa porque se negó a ser tratado a gritos. Pato tirándole a la escopeta, Julio fue quien amenazó con llamar a la policía. Yo no les tengo miedo, les tengo coraje, dice Julio, hablando por igual de los patrones, la migra y los políticos antinmigrantes del estado de Arizona.

“¿Su periódico es de México, verdad? Ah, pues entonces dígale a los narcos, usted que puede, que ya dejen de fregar a la gente de Chihuahua. Y al gobierno que combata la pobreza, que cree empleos y bien pagados. Yo soy panista, pero este Felipe Calderón…”

La boca de Julio no para, sólo cambia de asunto en cuanto aparece la camioneta de un posible cliente. Una docena de hombres la rodean. Los hombres se disputan el trabajo a gritos: ¡Yo voy! ¡A mí dame siete (dólares la hora)! ¡Lo que sea!

Uno de los hombres aprovecha que el contratista es un mexicano joven y le pone la mano en la cabeza. ¡Ándale, yo hasta te hago piojito!

El chihuahuense Julio demuestra para qué sirve su labia. ¿Te seguimos o nos subimos? ¡Él y yo, órale, ábrenos!

Julio baja la ventanilla y se despide con una sonrisa de triunfo: ¡Cuando quiera seguimos platicando!

Los demás se quedan a seguir esperando. Uno se burla de otro: Uta, ni porque le dijiste que le hacías piojito.