Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 9 de mayo de 2010 Num: 792

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La legión de Lucía
CARLOS MARTÍN BRICEÑO

Zona del Ecuador
DIMITRIS DOÚKARIS

Kurt Cobain: all apologies
ANTONIO VALLE

360 grados de U2 en Texas
SAÚL TOLEDO RAMOS

Torrentes de música ligera
ROBERTO GARZA ITURBIDE

La música, la audiencia y otras resonancias
ALONSO ARREOLA

Todo se escucha en el silencio
ALAIN DERBEZ

Iggy Pop, la esencia del punk
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Abrazando la música, diseño de Jorge Yunes

Torrentes de
música ligera

Roberto Garza Iturbide

Digámoslo con claridad: basta con una computadora conectada a internet para tener acceso gratuito a un catálogo interminable de archivos de audio. Ahí está la preciada música que se hace en todo el mundo, sea popular, experimental, culta o folclórica, fluyendo libre en el entramado de la red global y multiplicándose como los gremlins cada vez que un internauta da clic en el botón de descarga (download).

No exagero al decir que en este preciso instante hay millones de ventajistas que están atiborrando sus computadoras de música sin pagar un peso por ella. La red es zona libre y los melómanos de la era digital aprovechan esta alegre condición para enriquecer sus colecciones sonoras. Y lo hacen desde el anonimato y con absoluta tranquilidad, por medio de los protocolos Bit Torrent, que permiten compartir archivos a través de redes de pares (Peer-To-Peer), aunque a costa de una industria discográfica merecidamente herida, misma que se esfuerza por adaptarse al cambio tecnológico, pero que aún no encuentra la manera de ganarle la batalla a la distribución gratuita de sus productos en este tipo de redes informáticas.

Es asombrosa la cantidad y variedad de archivos sonoros que circulan en las también llamadas redes de iguales. Desde catálogos interminables de música pop, con su infinidad de géneros y estilos, hasta complejas piezas académicas; desde obras destacadas del barroco y el romanticismo hasta lo más nuevo de la electrónica. Hay de todo y para todos. Es cierto cuando dicen que en internet, el que busca encuentra. Si no pregúntenle a los aficionados al porno.

Y también es cierto que en internet, no todo lo que brilla es oro. Un inconveniente mayúsculo de la descarga de música gratuita es que en su gran mayoría se trata de archivos MP3 (formato de audio digital comprimido con pérdida), que pueden sonar con cierta calidad en las bocinas de una computadora o en los audífonos de un IPOD, pero que demeritan notablemente cuando se les reproduce en un aparato casero y más si se trata de un equipo de alta fidelidad. Es como ver un video grabado con un teléfono celular en una pantalla IMAX de cine.

Pero la calidad del sonido parece ser lo menos importante en estos días. A música regalada no se le mira el formato, podría decir un yonqui anodino del MP3, uno de esos modernos entusiastas de lo gratuito que bajan tal cantidad de archivos que ni siquiera les alcanza el tiempo para escucharlos. Y es que al final de cuentas, el asunto con la música digital es acumular miles de canciones en la computadora, para luego llenar el reproductor portátil, colocarse los audífonos y dejar que suene de manera aleatoria. Hoy importa la cantidad, mas no la calidad del sonido (ya no digamos de la música).

Actualmente es tan fácil conseguir música en internet que por ello se le ha desvalorado. Me explico: si se tiene conexión de banda ancha, es posible bajar la discografía completa de Miles Davis en un par de horas. Fácil y rápido, como si la obra de un artista de la talla de Miles fuera algo tan insustancial y liviano como una presentación en Power Point. Y lo peor es que para desecharla basta un teclazo fulminante, como si de un correo electrónico no deseado se tratara. Todo Miles a la papelera de reciclaje sin el menor remordimiento de conciencia. Lo traumático del asunto es que al suprimirla no se está cometiendo un acto de vandalismo ni nada por el estilo. Sólo se eliminan los archivos del disco duro de una computadora, pero permanecen intactos en la red. En cualquier momento se les descarga de nuevo. Internet, en este sentido, es una ciberfonoteca mundial con capacidad para almacenar y preservar todo el patrimonio sonoro de la humanidad.

Los archivos digitales de audio son música inmaterializada, invisible, fantasma, sin un soporte físico que la respalde. En la pantalla de la computadora o del IPOD aparecen como una lista de títulos con algunos datos generales, pero en realidad son una serie binaria de unos y ceros, algo tan intangible y ajeno al mundo material como el alma, y a la vez tan susceptible de esfumarse de las computadoras si de pronto… ¡caput!, truena la máquina.

Los millones de cibernautas que descargan archivos de audio desde protocolos Bit Torrent no son un ejército mundial de ciberdelincuentes organizados, sino una comunidad gigantesca de melómanos que comparte libremente música en la red. Ejemplo: un jamaicano digitaliza su colección de vinilos de 12 pulgadas de reggae setentero y la sube a un Torrent para que el mundo entero la disfrute. Gracias, generoso rastaman, y que tu música fluya con absoluta libertad. Podemos decir lo mismo cuando alguien compra o le regalan un compacto y decide ponerlo a la disposición de quien lo busque en la red. Es un acto legal y altruista.

Pero, ¿qué pasa cuando un álbum empieza a circular en la red días o hasta semanas antes de su lanzamiento? Es obvio que alguien –ya sea de la disquera, un promotor o incluso un periodista o crítico– lo soltó con antelación. Aun en estos casos, cuando se sabe que la fuente original de un Torrent no pagó por la música, no se comente ningún delito si se le descarga por medio de una red de pares. Una vez que los archivos (audio, video, texto, software, etcétera) llegan a este tipo de redes para compartir, no hay manera de evitar su propagación masiva. En este caso, el único infractor es el vivales que soltó los archivos.

Algunos analistas del mercado de la música consideran que la transmisión gratuita de archivos sonoros en redes de pares, al final de cuentas, favorece la venta legal de música. Incluso la consideran como una poderosa herramienta de difusión. Tiene su lógica, pero la caída drástica en las ventas de discos compactos legítimos durante los últimos dos años hace pensar lo contrario. ¿Y para qué comprar una canción o un disco de archivos MP3 en línea si alguien te lo puede compartir gratis en un Torrent? Para no darle en la torre a los artistas. Para no acabar con la industria. Pero la verdad es que a la gran mayoría de los consumidores de música digital le valen gorro los creadores. Vaya, supongo que ni siquiera se dan cuenta del daño que provocan. Lo que quieren es hinchar sus computadoras con archivos de música ligera y desechable. Que se atasquen mientras haya lodo.