Opinión
Ver día anteriorLunes 3 de mayo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Melón

Los Castro, Graciela y José Luis

M

i querido asere, déjeme decirle que he pasado una tarde y una noche simplemente deliciosas. La primera me la regalaron Graciela y José Luis, el único maraquero chino, según el maestro Monsiváis. Y, para colmo pude disfrutar de la compañía de Nelly e Iván, así como del licenciado Pérez Escamilla y nuevos amigos que me hicieron sentir como si mereciera sus elogios. Desde aquí mi sincero y humilde agradecimiento. Lo único que se me ocurre es decirles que los quiero gratis, no les cuesta nada.

Ahora va lo que me ha hecho admirar desde siempre a una dinastía dueña de una calidad artística innegable. Pero, en esta ocasión le platicaré que hace algunos años –no digo cuántos para que Benito no me pueda reclamar que me meto con lo artístico– formaba parte de una maravillosa orquesta, la de Chucho Rodríguez y coincidimos en una caravana artística que actuaría en Tampico.

Esta caravana estaba llena de estrellas, como Rosa de Castilla, quien sencillamente paraba el tráfico, y Los Panchitos, tres jovencitos que ya apuntaban el cante (sic), los cuales eran Arturo, Jorge y Javier Castro, que años más tarde, en compañía de Gualberto, serían tan triunfadores como su calidad lo merece.

Creo, sin lugar a dudas, que se tardaron en reaparecer. Aquí un paréntesis para dar, no un aplauso, sino una ovación de pie a Paco Ayala por haber logrado presentar a Los Castro en Puebla y más tarde en el Icono, demostrando que Arturo tenía razón al asegurar que apostaban al prestigio. En la noche de la que les hablo se comprobó, pues el local estaba abarrotado. Sabido es que el público no se equivoca.

Ahora seguiré con mis recuerdos al echar el caset hacia atrás. Conocí a Gualberto arriba del escenario del Teatro Margo cantando Luna de miel en Puerto Rico. Tiempo después empezamos una amistad ya en otro aspecto, siendo compañeros de equipo, primero, en un campeonato en el que competíamos representando a los cantantes mexicanos, y más tarde en el equipo de la ANDA, por supuesto, en futbol.

Volviendo al aspecto artístico, al final de los años 50 del siglo pasado escuché a Los Castro en el Run-Run –anteriormente se llamó Cienflores–, antes de su partida a Estados Unidos. Del tiempo que les hablo el cuarteto actuaba así: Arturo, al piano; Javier, en el bajo; Jorge, voz y tambores, y Gualberto en la paila y voz, utilizando el scat al que se ha dado en llamar chúa-chúa.

Con Jorge también tuve un acercamiento chévere y puedo decir que fue magnífico cantante. Ya nos abandonó, por desgracia.

Pensaba, mi querido enkobio, hablarle de la actuación de Los Castro, pero en la mente se me atravesó Benito y no pude resistir. (Hace, sí, pocos años, compartí escenario con Gualberto y Benito en el Teatro Blanquita.) Dentro de la actuación de los magníficos (eso son para mí), Benito hace un monólogo de aquellita y remata con una canción de un autor argentino, según dijo, y según creo, se llama Cuando seamos viejos. Puedo asegurar que se la comió entera.

Todo empezó con El jamaiquino, del Niño Rivera, donde el scat apareció al igual que en El niche, que sirvió para lucimiento de Javier. Me sorprendió el público que cantó con afinación y sentido del ritmo, sobre todo, en la interpretación de Gualberto, que nos regaló una soberbia interpretación de Hasta que vuelvas, haciendo a un lado el micrófono y llenando con su voz el recinto, engalanándolo con sabor y sentimiento, sin seseo ni gritos. Dicho esto con muy mala leche, pero me permite recordar que popularidad no es sinónimo de calidad.

Fue una muestra de bien cantar. Debo reconocer que en gustos se rompen géneros, pero créame, mi yeneka, que lo de esa noche fue bocado de cardenal. Espero que esto sea el principio de un repunte del ambiente artístico y nocturno que, por desgracia, se nos fue y, sobre todo, haya más escaparates, porque talento hay todavía afortunadamente.

Espero que muy pronto sea toda la semana, como antaño, los espectáculos que se presentan y no sólo al fin de ésta. Mis mejores deseos para Icono Show Center y una larga cadena de éxitos porque, además, me parece que el lugar tiene algo para convertirse en un gran atractivo.

Me despido con un enorme agradecimiento para Lupita por sus atenciones y los invito a mi concierto que se efectuará el próximo viernes 7 a las 19 horas, en el Centro Cultural Jaime Torres Bodet, del IPN. ¡Vale!