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El maestro presentó Quick Silver en el Claustro de Sor Juana

Impactó con estruendo silencioso la danza butoh de Ko Murobushi
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Con el maestro Murobushi en el proscenio, éste se tornó espacio de lo sagrado, donde aconteció una ceremonia de delicadeza extremaFoto María Luisa Severiano
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El bailarín está enfundado en un traje oscuro, y su cabeza entera en una capucha sin ojos, sin boca, sin nariz. Con expresión de lo absolutoFoto María Luisa Severiano
 
Periódico La Jornada
Domingo 11 de abril de 2010, p. 3

Cincuenta minutos transcurrieron sin que los circunstantes pudieran siquiera medir el tiempo, que estalló en añicos de mercurio. Todos quedamos estaqueados en el asiento, la vista fija, los ojos llenos, la mente en calma. El impacto de la danza butoh, desde la irradiación del cuerpo del maestro Ko Murobushi, causó tal estruendo silencioso la noche del viernes en el Centro Histórico de la ciudad de México.

El alumno de Tatsumi Hijikata, cuya estafeta sostiene como antorcha; el colega del fundador de Sankai Juku, Ushio Amagatsu, con quien a su vez fundó otra de las grandes compañías de butoh en el planeta, el maestro Ko Murobushi, presentó su más reciente trabajo solista, Quick Silver, en el foro Divino Narciso, del Claustro de Sor Juana.

En escena, la fugacidad plateada (Quick Silver) del cuerpo del maestro, imanta las miradas cuyos cuerpos también danzan: ya que la isóptica no existe en ese foro improvisado, los cuerpos de los circunstantes se mueven acompasados por la escena, para encontrar intersticios, puntos de mira, de lo que sucede en pleno proscenio, espacio de lo sagrado donde acontece una ceremonia de delicadeza extrema. A la vez sutil y brutal.

Siempre sorprende el maestro. El prólogo, umbral de penumbra herida, transcurre como preludio anticlimático: el bailarín está enfundado, su cuerpo, por un traje oscuro y su cabeza entera por una capucha sin ojos, sin boca, sin nariz. Con expresión de lo absoluto.

Esa obertura concluye con la apertura del escenario completo y el abrir en canal su cuerpo. Se desploma desde el proscenio hacia el vacío, oscuro y denso, para emerger desnudo, sólo cubierto por una capa de pintura plata.

E inicia del cuerpo su florear: sus músculos plateados reflejan la luz lunar, atesoran la energía solar, y se expande esa vibración hacia todo su microuniverso: el elemento tierra en sus huesos, en su carne; el elemento fuego en su temperatura que asciende mercurial; el elemento agua en todos sus fluidos; el elemento aire en su respiración: inhala y forma un mandala su mente abierta, exhala y borra la obra y la edifica entonces en la vacuidad.

Del cuerpo nacieron sinfonías

La melopea, la melodía infinita del instante. El sonido atronador del silencio lo envuelve todo. Suenan tendones, vibran tejidos, titilan los órganos. Del instrumento más poderoso que existe, el cuerpo humano, nacen sinfonías, oran oratorios, esplenden sonatas. Las palmas de sus manos tienden puentes y en el otro extremo sus rótulas arquean la espalda de felino que se vuelve marsupial que deviene plantígrado que se convierte en aullido de criatura minimal.

Si con la cabeza envuelta en trapo era la personificación, la puesta en vida del óleo El grito, de Munch, ahora con el cuerpo entero descubierto es un animalito que gutura y gime tiernamente y enseguida un peregrino que impreca con vocablos japoneses.

El fino arte de moverse sin moverse: cada poro, cada célula, cada átomo, cada fibra dorada de su intimidad las planta en vilo ahora que está justo en el centro del escenario semioscuro.

Del atemporal Homo erectus pasa al feto, la larva, el capullo en fracciones de segundo. La vacuidad es forma y la forma no es sino vacuidad. Su cuerpo es una línea vertical, un amasijo de tejido, músculo y vacío, de belleza espectacular que se desploma brutalmente y el estrépito del choque de su cráneo contra el piso, de sus huesos sobre la solidez de la nada, hacen estremecer al público que lo ve erguirse nuevamente para verlo desplomarse y así la historia circular mantiene su susurro como un mantra.

El grito visual, el estruendo de lo que se enuncia con el cuerpo, la energía voltaica que se extiende y se hace polvo lunar, astillas plateadas de lo eterno, lo infinito, lo atemporal y lo bello y lo brutal, lo humano y lo divino, ese desplomarse, caer a plomo, pluma plena de aplomo, luna volcada en el espejo de la energía femenina, yin, amaridada con la fuerza yang para hacer nacer del fondo del abismo la belleza, la conciencia serena de la muerte, la alegría estrepitosa de la vida.

Ko Murobushi en México. Una epifanía.