Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de marzo de 2010 Num: 785

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Anuario
LEANDRO ARELLANO

Precio y aprecio de los libros
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Miradas
RICARDO YÁÑEZ

El hombre, el abanico, la mujer, el yin y el yang
GUILLERMO SAMPERIO

J.D. Salinger: el guardián al descubierto
GUILLERMO VEGA ZARAGOZA

Rafael Cadenas: el acontecimiento interior
VÍCTOR MANUEL CÁRDENAS

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Rafael Cadenas:
el acontecimiento interior

Víctor Manuel Cárdenas

Cuando los medios de comunicación trataban de convencernos de que un loco alucinado como Hugo Chávez pretendía apoderarse de Venezuela y sus enormes riquezas, la Feria Internacional del Libro, con sede en Guadalajara, decidió, en su versión 2009, entregar su prestigiado premio literario al también venezolano Rafael Cadenas, un poeta casi octogenario nacido en Barquisimeto, provincia de Lara, el 8 de abril de 1930.

Como un oasis en medio de ese desierto, aquel niño creció rodeado de historias, libros y afectos: una familia longeva de militares retirados en papel de abuelos, un padre dedicado a la compra venta de libros y un grupo afanoso de mujeres especializadas en las artes de la conversación, la cocina, el canto y los versos. Lector temprano, a los siete años se convirtió en amanuense de sus mayores, a quienes leía y redactaba sus correspondencias. Ya en Caracas, tal memoria del paraíso convirtió al joven estudiante en inquieto activista, pues era inaceptable admitir la dictadura como forma de gobierno. Se alistó en los círculos comunistas, circunscribió sus pasiones a la convicción de cambiar el mundo y después de la cárcel conoció el exilio a sus escasos veintiún, veintidós años. Escribió entonces Los cuadernos del destierro, un poemario de impacto impresionante por su madurez formal, por las definiciones vitales que establece, por las revelaciones que desnuda su estar y ser parte del mundo.

Conocí la persona de don Rafael hace siete años, era octubre y el Festival Internacional de Poesía de Ciudad de México iba en su segundo día. Estábamos en la terraza del Hotel Majestic, frente al Zócalo, y las figuras centrales de la fiesta eran Ángel González y José Saramago; como invitado especial de esa noche, Claudio Magris, quien coincidía en estancia defeña. La tertulia giraba a su alrededor entre risas y antisolemnidades, como debe ser. Las realidades emergentes me llevaron al sanitario y en la puerta me topé con un señor alto y de antigua fortaleza. “Adelante, poeta”, me dijo, y con cierta confusión, me dirigí al mingitorio. En cuanto pude regresé a la terraza para unirme a la chorcha y en el intento, me percaté de que a poca distancia se encontraba, solo, el hombre de la puerta; veía con detenimiento la barroca catedral iluminada. Con el afán de que se uniera a la fiesta me animé a invitarlo. “Gracias –me dijo–, este espectáculo es maravilloso; en mis visitas anteriores no había tenido la oportunidad de presenciarlo; estoy bien así, gracias.” Regresé al grupo con cierta inquietud, por llamarle de algún modo.

Terminados los brindis y las risas regresamos a los respectivos hoteles. De nueva cuenta, solo y con paso lento a pesar del aire frío (con las prisas uno cree evitarlo todo, incluido el frío), el hombre aquel seguía en sí mismo. “Es Rafael Cadenas –me informó Marco Antonio Campos– ¿no lo conoces? Es un poetazo.” No lo sabía ni noticia tenía de él, pero lo confirmé al día siguiente en la plancha del Zócalo. Con voz clara y pausada, leyó: “…Pero ellos –mis antepasados– si estaban aherrojados por rigideces inmemoriales en punto a espíritu, eran elásticos, raudos y seguros de cuerpo.// Yo no heredé sus virtudes.// Soy desmañado, camino lentamente y balanceándome… la silenciosa locura me guarda de la molicie manteniéndome alerta como el soldado fiel a quien encomiendan la custodia de su destacamento, y como un matiz, sobrevivo en la indecisión.// Sin embargo, creía estar signado para altas empresas que con el tiempo me derribarían.”

Frente al silencio atónito de miles, el poeta continuó como auténtico sumo sacerdote: “Yo era el guardián de mi propia desgracia.// Residente de un mundo poblado por imaginaciones sin sentido, en mis manos permanecían las marcas de los viajes que había emprendido, contra prudentes avisos, a tierras sagradas.// De noche, bajo el acoso de sueños intranquilos, despertaba con un grano de sal en la frente. Desasistido como el primer infante, cruzado a lo largo por miedos irrescatables, llevado y traído por una fuerza aún no identificada, tendí al fuego humano los últimos carbones. Disolución. Mi cabeza cayó cortada por hoja de huracán.”

No hubo aplausos o no recuerdo si los hubo. Yo me perdí en el torbellino y la urgencia por leerlo me sacó del tumulto. Por suerte conseguí su Obra entera en la Colección Tierra firme del Fondo de Cultura Económica y me dispuse a una de las empresas más gratificantes de los últimos años: gozar la obra de Rafael Cadenas, un poeta a la altura de los más grandes poetas, un escritor donde la ética y la razón conviven con la modestia de nuestros afanes por ser conscientes de la parte del todo que somos aquí en la Tierra.

A raíz de que recibió el Premio fil regresé a su lectura. Es un poeta interminable. Lo releo como auténtica novedad. En sus páginas vibro y encuentro muchas respuestas a preguntas compartidas. En la sencillez personal, en su dolor por el mundo, mucho hay en su obra de lo humano que a todos nos signa. Fomentar la ignorancia sobre su persona y su poesía me harían aún más irresponsable de lo que hasta ahora he sido. Tómese el asunto como invitación a su lectura.