Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de marzo de 2010 Num: 785

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Anuario
LEANDRO ARELLANO

Precio y aprecio de los libros
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Miradas
RICARDO YÁÑEZ

El hombre, el abanico, la mujer, el yin y el yang
GUILLERMO SAMPERIO

J.D. Salinger: el guardián al descubierto
GUILLERMO VEGA ZARAGOZA

Rafael Cadenas: el acontecimiento interior
VÍCTOR MANUEL CÁRDENAS

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Alonso Arreola
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Divertimento

Se nos ocurre pensar en un futuro. Uno donde la música cause daños, alegrías, pasiones y curaciones de manera comprobada. Uno donde la influencia del sonido no termine en el tímpano provocando emociones pasajeras, sino donde su entrada al organismo termine modificando órganos y funciones corporales. Un futuro donde los compositores estén certificados para regular el uso de su magia poderosa, tal como pasa con doctores, arquitectos, ingenieros y pilotos, gente respetable en la que hoy descansa nuestra nada barata seguridad. Y es que, pese a los muchos estudios que refieren asociaciones entre ciertas músicas y malestares mentales, aún no parece haber muerto nadie tras escuchar una pieza en mal estado. No importa cuán podrida esté su armonía ni qué tan agusanado su ritmo, todavía no hay padecimientos incurables por la degustación de una pésima melodía. Si acaso un dolor de cabeza o un breve mareo.

En el futuro que imaginamos, empero, el ser humano ha alcanzado tal evolución en sus órganos auditivos que un mal arpegio o una cadencia irresuelta pueden orillar a la gente al más violento de los suicidios. En tal situación las escuelas de música, los exámenes a sus profesionales y la posible contratación de servicios (para fiestas, funerales, bodas o quince años) pasarán por estrictos controles digitales, garantes de que no habrá embolias, parálisis faciales o movimientos musculares involuntarios.

En ese futuro, claro está, los maestros de música, los productores de discos, los promotores de conciertos, los programadores de radio y televisión, los ejecutivos de la industria (ya no habrá disqueras, es un hecho), deberán ser músicos con múltiples postgrados en quienes se pueda delegar lo que nuestras familias escuchen. No como hoy, cuando cualquiera inyecta en la sociedad lo que su pobre pasado considera valioso o conveniente. En ese futuro los músicos, creadores e intérpretes de todos los géneros, tendrán que ser buenos y, lo mejor, serán bien pagados. Compondrán un blues para quien desee dormir mejor o una polca para el deprimido crónico. En el futuro del que hablamos tendremos tal conocimiento de las conexiones neuronales, del sonido y de éste con nuestras funciones específicas, que no habrá lugar para fallas. Es decir, por ejemplo, que habrá canciones para curar la hipertensión, aunque en sus formas difieran unos y otros autores contratados por diferentes laboratorios. Por aquí un jazz, por allá un reggae, pero ambos acaban con la influenza estacional.

En ese futuro, claro está, circularán piezas prohibidas. Sucederán conciertos útiles al sacrificio masivo organizado por algún fanático religioso con vastos conocimientos en tonalidades menores. Pero repetimos: pese a la maldad de algunos, los dedicados al arte de la música podrán cobrar dos mil pesos por veinte minutos de consulta, e incluso echarán mano de los seguros médicos de sus pacientes para lograr una casa de playa. En ese futuro, obviamente, la venta de instrumentos pasará por exámenes y exigirá licencias y diplomas, ¿tal como pasa hoy con las armas? No vaya a ser que un ingenuo adolescente con una guitarra termine convertido en homicida serial, de ésos que por venganza o despecho cumpla serenatas asesinas.

Lo mejor, además, es que en ese futuro, internet será prohibido a quienes se crean con el derecho de reventar oídos con puros acordes de quinta, por lo que deberán dedicarse a cosas que causen menos daño a sus congéneres. Mismo caso que el de las estaciones radiales que seleccionarán su repertorio animando e impulsando la productividad de sus audiencias. Obras parecidas a las que se utilizarán en la eutanasia, pero sin las modulaciones armónicas que llevan al descanso eterno.

Será en ese futuro cuando los músicos hagan valer las horas de inspirador quebranto que, en otros tiempos, dejaron poco al alma y menos a la cartera. A ellos se sumarán poetas millonarios, aliados a sus contrapartes instrumentales. Igualmente, bailarines enriquecidos aprovecharán el nuevo estado de las cosas, y a dios gracias, el sonido de hoteles, supermercados y elevadores pasará por la revisión de un comité. Y aquí lo malo. En ese futuro seguirá la corrupción en lugares como México, y las instituciones responsables, los gobiernos, empresas y partidos políticos intentarán adueñarse del arte aéreo para convencer a clientes y votantes, haciendo promesas y formando alianzas en contratos secretos que impidan la coalición de unos y otros compositores, todos capaces de lograr cambios totales si se les brinda una orquesta y diez minutos en un estudio de grabación. Así que, viéndolo bien… ese futuro apesta. Qué bueno que la música siga en manos de cualquiera y que, finalmente, cualquiera pueda hacerla.