Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 14 de marzo de 2010 Num: 784

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Ojos
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Nota ilegal
ARIS ALEXANDROU

El secreto de su cine
CARLOS ALFIERI entrevista con JUAN JOSÉ CAMPANELLA

Dos poemas
NATALIA LUNA

Mil 200 noodles: la deportación de niños no judíos de Israel
ROLANDO GÓMEZ

Reconstrucción
GASPAR AGUILERA DÍAZ

El Manifiesto comunista y el papel de la izquierda
MACIEK WISNIEWSKI

Al pie de la letra
ERNESTO DE LA PEÑA

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
JAVIER SICILIA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Enrique López Aguilar
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Jardines

El locus amenus siempre se ha relacionado con la noción de un lugar arbolado, lleno de estanques y flores, donde algunos animales predilectos, como las aves, adornan con su canto lo que, de por sí, es un sitio pletórico de asombros y placeres. El ser humano ha imaginado que cierta apacibilidad del espíritu, o cierta excitación de la carne (pues el cuerpo del otro también es un espacio dispuesto a la exploración), se propician mejor bajo el cobijo de los jardines. De la imaginación a la construcción de dichos lugares de felicidad (vale decir, desde el Jardín del Edén hasta el Parque Hundido, pasando por Versalles, el japonés que José Juan Tablada mandó construir en Cuernavaca, el Botánico de la UNAM, o el más sencillo que pueda haber en casas donde todavía existe esa manera de la felicidad), en ellos se ubica una cierta complicidad para la meditación, la travesura, el juego, la melancolía y, desde luego, uno de los temas favoritos del arte.

Sin embargo, no pretendo iniciar un recorrido donde la aglutinación de nombres como los de Virgilio y Horacio, Boccaccio, El Bosco, Garcilaso y muchos más, sólo tendrían la virtud de convertirse en una serie de rolling names, sino asomarme a dos aristas jardineras: la de quienes se ocupan de los jardines y la del universo infantil, que suele ser uno de sus más entusiastas usuarios.

La presencia del jardinero señala una de las condiciones inequívocas del jardín: el hecho de que éste se produce como el resultado de cierta organización mental contrapuesta a la “naturaleza”. Así, los jardines tienden a ser artificiales, por más naturalidad que se les pretenda imponer: calzadas, setos, espejos de agua y la suma de especies vegetales que, en estado salvaje, difícilmente se encontrarían en situación de convivencia… Cuanto se asocia a ellos suele tener la impronta de un artificio, así éste se deba a los caprichos de su propietario. Sin embargo, el cultivo y cuidado del mismo se encuentra en manos de quien siembra, poda y fumiga. Alguna vez, Alfredo Rosales –quien carga el destino con su apellido–, un jardinero, me dijo: “Cuando algún ayudante me pide trabajo diciéndome que necesita el dinero, le respondo que no me sirve para el jardín, porque los que estamos aquí debemos querer a las plantas; la paga viene después, de todas maneras.” Otro, Fernando Lugardo, me regaló una palabra digna de los juegos huidobrianos, pues transformó el ciruelo en cirihuelo, con lo que acercó ese árbol frutal a la vihuela.

En los jardines suele haber muchas cosas, pero algunos incluyen juegos destinados a los niños, quienes terminan por imponer su barullo a la seriedad con la que los enamorados del jogging corren sobre las calzadas. Ante el azoro de la mirada infantil, todo procedimiento mágico es posible: el de atrapar insectos, el de trasmutar árboles en personajes, el de iniciar una aventura con seres que van surgiendo a su alrededor: para ellos, un parque es el comienzo de un viaje interminable que prefigura el resto de los viajes. La infancia es un jardín secreto al que, a veces, a los adultos se les otorga la posibilidad de asomarse para entrever lo que fueron y ya no son.

Hay un lugar poéticamente descrito por Jomí García Ascot, “Jardín de noche”, donde se suman muchas de las incitaciones de ese espacio, donde la nostalgia evocativa, la niñez y el misterio, dan forma literaria a lo que muchos han debido sentir cuando la contemplación de árboles ordenados por la mano humana hacen volver a nosotros la vibración de algún jardín remoto, ya perdido y sólo rescatado por el sueño y la memoria: “Dentro del sueño/ hay un jardín de noche/ con los cipreses altos/ y una fuente.// A través de la noche canta el agua/ como el tiempo olvidado que sube desde dentro,/ luz al tacto que hace despertar estrellas en los dedos.// Dentro del sueño hay un jardín de noche/ donde otras primaveras pusieron sus olores/ ala inmóvil/ colgada de la sombra,// donde otras vidas, vidas mías,/ miraron las estrellas/ nota a nota/ en lo negro del cielo// donde, de niño, se me perdió una pequeña llave dorada/ y la busqué sin encontrarla y sabía/ que brillaba como un pez entre la hierba// donde escuché una música que hoy escucho y que no conocía/ detrás de los altos muros recubiertos de verde que era negro/ cuando subía la luna// donde tuve el primer miedo/ como un hilillo de agua por el aire// donde conocí la noche entera/ oscura flor de tiempo/ completamente abierta/ y soñé con pisadas descalzas y muy blancas/ que doblaban las hojas/ haciendo ruido sólo dentro de mí”.