Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de febrero de 2010 Num: 781

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Un año en la vida de José Revueltas
GILBERTO GUEVARA NIEBLA

Aurora M. Ocampo: el dígito y la sílaba
JOSÉ DE JESÚS SAMPEDRO

Poema
KALINA ALEXANDROVA KABADJOVA

Escenas de barrio latino
HERMANN BELLINGHAUSEN

Esther Seligson: vencer al tiempo
ADRIANA DEL MORAL ESPINOSA

Tomás Eloy Martínez o la obsesión de volar
JOSÉ GARZA

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Verónica Murguía

Wesley o el Camino del Búho

Dice el dicho: “Cuando el búho canta, el indio muere”; pero el búho no canta: ulula. Hace un ruido así:uh, uh, uh. Y lo de que “el indio muere” no sé por qué se dice. No por dármelas de científica, pero los indígenas se mueren porque es nuestro destino fatal morir. Si el dicho se refiere a morir antes de tiempo, me temo que eso pasa porque este país no es muy democrático y los indígenas están marginados, no por el canto del búho.

A los búhos los rodea la superstición. Todavía en el siglo pasado en algunos pueblos de Francia los campesinos los crucificaban por temor a la mala suerte; conducta brutal y errónea, pues los búhos y las lechuzas impiden el crecimiento desordenado de las poblaciones de ratas y ratones, plagas que devastan las cosechas. Pero los búhos y las lechuzas fueron asociados a la magia y a los brujos durante siglos, quizás porque son grandes depredadores nocturnos y tienen una facha imponente. Son majestuosos y su inteligencia se revela en su fisonomía. A nadie le extraña que el búho sea el ave de Minerva, pero todos levantaríamos la ceja si alguien nos dijera que en ciertas partes de Grecia la diosa es asociada con el pollo, por ejemplo.

Los búhos son inteligentísimos e interesantes. Por eso, cuando vi en un estante de aeropuerto un libro titulado Wesley, el búho, lo compré. No pude soltarlo hasta la última página.

La autora, Stacey O'Brien, es una bióloga que, mientras trabajaba en el Instituto Tecnológico de California (Caltech), en California, adoptó a un búho pollo. Antes de embarcarse en la narración de sus aventuras con Wesley, O'Brien nos informa que los búhos son tan sensibles que, cuando pierden a su pareja, suelen deprimirse y morir. Cuenta, también, que uno de sus colegas trabajaba con un búho que se metió dentro de los conductos del aire acondicionado y que falleció a causa del stress y ¡por haber hecho el ridículo! Parece que los búhos se dan cuenta cuando meten la pata y, literalmente, se mueren de vergüenza.

O'Brien se dedicó por completo a Wesley: aprendió a matar ratones de un solo golpe para que su mascota se alimentara, lo llevaba al trabajo con ella y casi no tenía vida social. Ella cuenta cómo un día con su amigo Kurt hicieron un plan para que él pudiera observar a Wesley: Kurt se metió en la cama debajo de un montón de cobijas mientras ella salía disimuladamente del cuarto. Se les olvidó que los búhos pueden escuchar el latido del corazón de un ratón escondido entre la hierba, y el corazón de Kurt no latía al mismo ritmo que el de O'Brien. Wesley, territorial como cualquier ave, acorraló al pobre Kurt hasta que O'Brien lo rescató.

El asunto se complicó cuando Wesley maduró sexualmente y trató de aparear se con O'Brien. En una curiosa variación del abrazo de pierna en el que suelen incurrir los perros norteados, el búho agarró el brazo de O'Brien, chilló, puso los ojos en blanco (“parecía un zombi”), convulsionó …y se relajó. En adelante, Wesley exhibió todos los gestos del búho macho con O'Brien: hacía nidos con revistas despedazadas, le ponía ratones en la boca cuando estaba dormida y atacaba a sus novios. Otros investigadores que habían adoptado búhos pasaban por experiencias semejantes: los búhos se “improntan”, convierten a sus domesticadores en su familia. O'Brien aprendió a reconocer los matices en los sonidos de Wesley: hambre, miedo, juego, ganas de jugar, sed y llamadas amorosas.

A resultas de vivir en una casa Wesley aprendió a reconocerse en el espejo; se bañaba en la tina (los búhos no nadan, el agua puede resultar fatal para ellos), permitía que O'Brien lo secara con la pistola y le limara las garras mientras él la “abrazaba”.

El anecdotario es gozoso hasta que O'Brien enferma. Wesley, ya viejo, le brinda compañía y consuelo mientras ella lucha contra el dolor. Al final, O'Brien afirma que escribir para honrar la memoria de Wesley es lo que la ayudó a seguir viva durante su insoportable convalecencia.

Nunca, a pesar de que tuvo que conformar su vida a las necesidades de un ave salvaje, el lector siente que O'Brien se sacrificó. Se entiende, más bien, que escogió entre dos formas de vida: la convencional, y otra que consistió en tran sitar el hermoso y arduo puente de la domesticación. Logró mucho: tanto, que a veces humaniza a falta de otra forma de explicación su vínculo con el búho, pero algo del misterio queda. Suficiente para llenar al lector de asombro.