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A la mitad del foro

Con el agua al cuello

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Protesta de familiares y amigos de mujeres que han sido asesinadas en Ciudad Juárez, Chihuahua. Durante la movilización exigieron que se esclarezcan los casos y se ponga fin a la ola de violencia en la regiónFoto J. Guadalupe Pérez/archivo
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omificadas por el implacable sol del desierto, las muertas de Ciudad Juárez anticiparon el caos infernal que nos amenazaba mientras el presidente municipal hablaba con Dios. Vino la alternancia en el viejo Paso del Norte y la muerte dejó de discriminar en el territorio descontrolado por las imágenes del cadáver del señor de los cielos. Y vendría el retorno del priísmo. Y la guerra de Calderón, el arribo del Ejército a Juárez y la retirada de la tropa para que se hiciera cargo la policía federal. En el centro despacha en la Procuraduría General de la República el que dijera que las de Juárez se buscaron la muerte por usar minifalda.

Años de navegar el desierto. Al filo de 2000, en la escalinata del palacio de gobierno, una policía judicial le pegó un tiro en la cabeza a Patricio Martínez, gobernador priísta. No lo mató. Nunca se aclaró de dónde vino la orden de disparar la bala que desahució al sistema político del desarrollo estabilizador, criatura de Antonio Ortiz Mena, nativo de Parral, Chihuahua. Los feminicidios pasaron a páginas interiores, a programas de especialistas atentos a la descomposición del tejido social en el Paso del Norte, convertido en refugio permanente para los arrojados del Edén vecino y en amarga recomposición del orden patriarcal por el trabajo de miles de jóvenes mujeres en las maquiladoras. Pero la mortandad no cesa. Juárez, grita la nota roja, es la ciudad con más homicidios en todo el planeta.

Estadística para quienes dicen gobernar atentos a las necesidades de la gente y recuentan muertos con el desparpajo de los señoritos del sector financiero que manipulan los números a gusto del Señor de Los Pinos, hoy el de la higuera de San Felipe de Jesús, ayer apenas el ignaro abajeño del inconcebible ¿y yo por qué? Agustín Carstens voló a Davos a lucir galas de gobernador del Banco de México y escuchar los discursos de su jefe, que abarcaron la globalidad cósmica: De cómo mejorar las buenas intenciones de Copenhague y presentar en Cancún las decisiones y soluciones para el calentamiento de la Tierra. De la crisis económica, de la recesión que no cesa, ni hablar: las cifras hacendarias ya dieron cuenta del triunfo mexicano. Aunque ahora vengan datos de la Cepal y digan que dos más dos son cuatro.

Larga digresión, pero obligada porque el asesinato de 15 jóvenes estudiantes acribillados en una fiesta por matones a sueldo en Ciudad Juárez desde luego fue noticia en el mundo entero, a pesar de que se dio en las tristes horas que siguieron el terremoto que destruyó Haití. Y los balazos de esas metralletas resonaron en Japón, donde estaba el Presidente de México en visita de Estado. Algún malhadado asesor habrá susurrado al oído del patrón que seguramente se trató de un ajuste de cuentas entre pandillas. Y tomaron la palabra las madres de esos muchachos, los trabajadores, los empresarios, las mujeres de Ciudad Juárez: Venga, señor Presidente, hágase presente en esta tierra dura, donde hemos tenido que vencer al desierto. Vea la realidad: la muerte, la violencia desatada. No es lo mismo hablar de guerra a la distancia, bajo el resguardo de miles de pretorianos.

Algo habrá resonado en el ánimo de Felipe Calderón, porque reconoció tácitamente el fracaso de las mal llamadas estrategias aplicadas para combatir el crimen organizado. Por lo menos en el desgraciado asunto de los jóvenes asesinados y el vergonzoso papel de las autoridades que dieron por hecho, sin más averiguaciones, que se trataba de un pleito de pandilleros. Vamos a cambiar, dijo el Presidente de la República. Envió al Ejército a suplir a las policías municipal y estatal. Ordenó el retiro del Ejército y la toma de la plaza, a cargo de la Policía Federal. Y ahora habrá cambio de estrategia. Los huesos de Descartes, el Método y los animales sacrificados para demostrar que los perros no tienen alma.

¡Ay Chihuahua!, cuánto apache, de calzón y de huarache. Hay elecciones todos los días. Lo trajo a cuento el mismísimo Presidente de la República nada menos que en Querétaro, en el Teatro de la República, sede del Congreso Constituyente de 1916-1917. Y en Chihuahua se elegirá gobernador este año, el 4 de julio, que han dado en llamar súper domingo. También habrá jornada electoral en Aguascalientes, Baja California, Chiapas, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Puebla, Quintana Roo, Sinaloa, Tamaulipas, Tlaxcala, Veracruz y Zacatecas. En San Lázaro decidió el diputado panista Javier Corral resucitar la memoria de hace seis años y confesar que le ofrecieron dinero del narco que, desde luego, rechazó, aunque le dijeran que cometía un error porque del otro lado habían aceptado, y el doble, de los dos grupos que se disputaban la plaza.

Estamos con el agua al cuello y el diputado Corral, con fama de hombre serio, arroja lodo desde el Congreso de la Unión al mar de fango en que se ahogan miles, decenas de miles, de damnificados por la incuria gubernamental y la maldición de la pobreza que los llevó a levantar sus viviendas en sitios de riesgo. Demandó el diputado Corral que renunciara José Reyes Baeza, gobernador de Chihuahua, su tierra. Lo del agua al agua. Reyes Baeza fue a Ciudad Juárez, donde velaban a los jóvenes asesinados, y oyó duras recriminaciones. Pero fue y asumió su responsabilidad. En San Lázaro tuvo defensores en sus compañeros de partido. Lo de siempre, pues. Pero mientras en Querétaro resonaba el llamado presidencial a la unidad, ardía en la Cámara de Diputados el furor de aprendices de Savonarolas.

El diputado priísta Jorge Carlos Ramírez Marín le preguntó a Javier Corral: Habiendo gravemente reconocido que tuvo esos contactos, ¿dio parte a la Procuraduría General de la República o a la autoridad correspondiente? Larga, difusa y confusa la perorata del experto en comunicaciones. Lástima, porque llueve lodo y se empantana el recuento de muertos. Lástima, porque el 5 de febrero, “en la avenida Constitución de 1814 y frente al monumento a la Cultura de Apatzingán, Michoacán, fue abandonada una camioneta verde con placas de Guerrero, donde había seis hombres decapitados, a quienes acompañaba un mensaje de sus ejecutores (La Jornada, sábado 6 de febrero de 2010).

Y para satisfacción de los adoradores de los usos y costumbres, vino el diluvio y en tres días ha dejado con el agua al cuello a más de 50 mil damnificados en seis estados, 25 muertos en cuatro entidades. Donde siempre, a la misma gente: Ecatepec, Valle de Chalco, Nezahualcóyoltl; en el valle de Toluca, en el camino a Temascaltepec, en Mesón Viejo, en Tenango del Valle; en Tuxpan y en Angangueo, Michoacán. Se salieron de madre los ríos. Como siempre, se desbordaron las aguas negras en el valle de Anáhuac, del que anticipara Alfonso Reyes: ¿Qué han hecho de mí alto valle metafísico?

Ahogarlo en mierda. Eso hemos hecho. Con insoportable ironía, los conductos de aguas negras conservan nombres como río de los Remedios; con cruel precisión, el canal de la Compañía y otras vías de muerte se desbordan y los sobrevivientes del hambre, el desempleo y la guerra contra el crimen ven sus hogares inundados, sus bienes perdidos, sus hijos contaminados, otra vez. Y otra vez más. Mientras sonríe José Luis Luege y los mandatarios de turno culpan a los que no hicieron las obras a tiempo.

Con el agua al cuello, oyen la sentencia: hay que reubicar sus casas, están en zona de riesgo.

Todo México es Chalco. Todo México es Ciudad Juárez.