Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 24 de enero de 2010 Num: 777

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La utopía indígena de Ricardo Robles
LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO

Ceniza azul y destello
HJALMAR FLAX

La desigualdad de México desde el True North
MIGUEL ÁNGEL AVILÉS

Nocturno de Charlottesville
CHARLES WRIGHT

Estados Unidos y los indocumentados mexicanos
RAÚL DORANTES Y FEBRONIO ZATARAIN

Una actriz de dos ciudades
RICARDO YAÑEZ entrevista con GABRIELA ARAUJO

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Verónica Murguía

Nada de orgullo

El orgullo y la vanagloria, pecados tan vistosos, tan prestigiados, colocados en el centro de la teológica caída de Luzbel, me importan un pepino. Me alarma que se les considere parientes de la dignidad, porque algo tienen de fanfarrón, de farolero, de estridente. La dignidad suele ser discreta y templada, contenida en sí misma, mientras que en el orgullo hay espectáculo, brillos.

En la Edad Media descrita por Johan Huizinga el orgullo y la ira son los pecados de la época: los reyes iban al patíbulo cubiertos de oro y seda, en medio de un suntuoso protocolo; en impulsos furiosos la nobleza mataba a sus hijos, a sus cónyuges y desataba guerras.

Nunca he sido orgullosa: de niña cuando peleaba con alguien y mis padres me obligaban a pedir perdón, me disculpaba y a los cinco minutos me olvidaba del asunto. Es verdad que no voy por el mundo disculpándome con quien sea, pero he oído con mucha frecuencia a personas que alegan lo arduo que les parece admitir una equivocación. Tampoco suelo pedir favores, pero es una característica que está relacionada con el pudor, con la vergüenza. Éstas, al menos en mi caso, poco tienen que ver con la soberbia.

Tal vez por lo mismo, no me siento orgullosa de los logros ajenos; me parece cursi y coptativo. Si gana la selección de futbol, bueno, pues me alegro por ellos, pero no me siento partícipe, ni voy al Ángel de la Independencia.

Es más: no me siento orgullosa de ser mexicana, porque esta fatalidad no la decidí, además de que hay miles de cosas que van mal en este país. Si se avecinan conmemoraciones, se debe sólo a que el tiempo ha pasado y se cumplen los siglos, no al esfuerzo de la sociedad mexicana y mucho menos al afán de Felipe Calderón. No me enorgullezco de lo que se recuerda; puedo admirar a Morelos, a Villa o a Zapata, pero enorgullecerme de ellos sería un poco abusivo. ¿Qué hemos hecho la mayoría de nosotros por el recuerdo de estos héroes? Me temo que nada, como no fuera estudiarlos y, a veces, a regañadientes.

En el pueril y reiterativo esfuerzo propagandístico del gobierno federal, en el que locutores engolados y sentimentales ponderan las virtudes de la patria, se omite con toda intención, me imagino que hubo dos guerras importantísimas después de las aclamadas guerra de Independencia y la Revolución: las de Reforma, que separaron a la Iglesia del Estado, y la horrorosa Cristiada, guerras, claro, de religión.

Si se recordaran estos baños de sangre, ¿sería posible que el inefable Norberto Rivera llamara a la rebelión de los católicos por el asunto del matrimonio entre homosexuales? ¿Que el gobernador Peña Nieto se ufane de su peregrinación al Vaticano acompañado por La gaviota? Lo dudo. La descarada interferencia de la Iglesia en los asuntos seculares, las afrentosas y agresivas declaraciones de fe de muchos políticos mochos que censuran libros, dan limosnas millonarias con dinero del erario y se quejan porque viven en un Estado laico, son contrarias al espíritu de la República tal y como quedó perfilado en la Constitución.

Yo no estoy orgullosa. Estoy enojadísima y hasta el copete de sandeces y mentiras. Por una parte, las impostadas alabanzas a los héroes patrios, por otra, la minuciosa destrucción de su herencia.

La propaganda dice exactamente lo contrario de lo que sucede, de lo que atestiguamos, con el pelo erizado de terror, día con día. Los errores de lógica del gobierno federal aparecen por doquier y se repiten machaconamente: ¿qué tal el anuncio que narra por una parte la captura y la muerte del capo Beltrán Leyva para seguir con la aseveración de que hechos como ése nos van a convertir en un país de leyes ¿la ley fuga? para “que las familias vivan en paz”.

Sabemos que al gobierno panista la Historia no le merece el menor respeto, pero el hoy tampoco parece inspirarles consideración. Creo que no leen el periódico. Si asuntaran lo que consignan, rememorarían el asesinato de la madre, la tía y los hermanos del marino muerto en el operativo de captura de Beltrán Leyva ¡al día siguiente de su funeral! ¿Esa es la paz que prometen?

Que a esta burla contrahecha se sume la orden que Felipe Calderón dio a funcionarios del Servicio Exterior instándolos a “no hablar mal del país” por como nos perciben en el extranjero, es una muestra de orgullo mal entendido.

Hablar mal, en este caso, es describir la situación. Situación de la que el gobierno es responsable.