Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
La utopía indígena de Ricardo Robles
LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO
Ceniza azul y destello
HJALMAR FLAX
La desigualdad de México desde el True North
MIGUEL ÁNGEL AVILÉS
Nocturno de Charlottesville
CHARLES WRIGHT
Estados Unidos y los indocumentados mexicanos
RAÚL DORANTES Y FEBRONIO ZATARAIN
Una actriz de dos ciudades
RICARDO YAÑEZ entrevista con GABRIELA ARAUJO
Leer
Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
Corporal
MANUEL STEPHENS
Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO
Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA
El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ
Cabezalcubo
JORGE MOCH
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|

Felipe Garrido
Renata
Era una ciudad serena, ante un mar extraordinariamente verde. Mushú nos decían en la calle. Allí vivía mi tío Fermín, hermano de mi abuelita, que tuvo diecisiete. Pasamos unas semanas en su casa, muy grande –diez habitaciones, jardín, patio y traspatio. Allí aprendí botánica y zoología, observando flores e insectos de la mano de mi padre. Jazmines, naranjos y guayabos fueron mis amigos. Un día una manga de chapulines nubló el cielo y se murieron todos. No quedó una hoja ni una flor.
Allí conocí la maravilla de los atardeceres. El cielo se vestía de naranjas y dorados, la brisa parecía venir de un horno y, más allá de la cocina, mi prima Renata se bañaba. Se metía desnuda bajo el chorro de agua, mientras yo la veía a escondidas, ante la mirada cómplice de un gallo. Me recreaba en sus pechos erguidos, sus caderas redondas, sus piernas esbeltas. Ella lo supo y empezó a castigarme alzándose la falda hasta los muslos. Yo me ruborizaba, pero la veía. |