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Teatro en Nueva York (I DE II)
Para la gente del Lark Center, con gratitud
Se sabe que para encontrar entre la diversidad hay que buscar exhaustivamente, y que en una metrópoli como la neoyorquina dicha búsqueda puede hacerse aciaga, dispuesta como está para aglutinar, mezclar, predigerir y reelaborar las aportaciones culturales de quienes llegan a ella desde todas partes del planeta. En Broadway destaca el musical Fela, recientemente estrenado en el Eugene O'Neill Theatre, que recorre la vida del músico nigeriano Fela Kuti, famoso entre la comunidad negra del mundo entero por su activismo político y sus contribuciones sociales en un país eternamente asolado, como muchos otros, por la desigualdad y la represión gubernamental. Imposible abstraerse del poderío de la música, ejecutada en vivo por una orquesta formidable, o del contoneo pélvico de un cuerpo de bailarinas cuyas coreografías componen un espectáculo que, sin ir más allá del entretenimiento, ofrecen al menos más de un momento de solaz y diversión genuina.
En medio de un fenómeno, muy en boga en el boca a boca neoyorquino, que cierta academia proclive a la sociología de ocasión llama “estratificación” –o, lo que es lo mismo, la eterna movilidad del mapa migratorio y social de una urbe que no ceja de recibir nuevos ciudadanos en pos de una vida un poco más digna de la que encuentran en sus lugares de origen–, subsiste cierta oferta concentrada en poblaciones específicas. Cuál otra más significativa, en términos que van de lo cuantitativo a lo socioeconómico, que aquellos que, bajo el nombre genérico de “latinos”, pueblan cada rincón de la ciudad y la hacen suya sin que ello obste para que habiten las muchas variantes de la nostalgia. El Repertorio Español, con una trayectoria de más de treinta años distinguida por presentar exclusivamente obras en el idioma de Cervantes, ostenta una oferta de más de quince obras en rotación, caracterizada por una cierta ambición por comprimir, sin lograrlo por supuesto, un caudal interminable y excluyente de referentes de la hispanidad. Entre adaptaciones a novelas conspicuas de Mario Vargas Llosa e Isabel Allende, dicha compañía solaza a la vasta comunidad hispanohablante de Manhattan con una producción que, en honor a la verdad, se acerca más a una estilización de los contenidos de Telemundo que a una programación teatral coherente en lo estético.
Escena de Post No bills
Foto: Rattlestick Theater |
De lo que hasta el momento ha podido contemplarse, lo más destacado es el estreno de Post No Bills (literalmente, No pegar carteles), del dramaturgo texano de origen mexicano Mando Alvarado, escritor icónico de la comunidad latinoamericana en Nueva York. Dirigida por Michael Ray Escamilla y auspiciada por el Rattlestick Theater de Greenwich Village, esta obra en dos actos tiene como sus más grandes virtudes la precisión y autenticidad del retrato de la soledad y el desarraigo en las grandes ciudades, el ritmo y el ingenio con que recoge, sin demasiadas reelaboraciones, el habla de las calles –más específicamente, el de las calles de Nueva York y el de la comunidad méxico-estadunidense– y la habilidad con la que urde la historia de un amor intergeneracional y por ende imposible, platónico y, todo hay que decirlo, muchas veces visto en las ficciones de éste y todos los tiempos.
La ficción de Alvarado, en cuyo estilo se reconoce la influencia evidente de David Mamet, alcanza a construir un relato interesante pese a lo que tiene de predecible y arquetípico, sobre todo cuando se inmiscuye en un humor sostenido por su ingenio humorístico y sus cualidades rítmicas. La historia de un conato de amor que deviene amistad profunda y aleccionante entre un músico callejero, otrora estrella del tex–mex (Teddy Cáñez) y una joven fugitiva con aspiraciones de estrellato (Audrey Esparza) desfila, salvo por un giro en su segunda parte, por una estructura que perfila un final todo menos sorpresivo. Se cuenta también con un deuteragonista carismático y ocurrente (John Martin Green) y con un rival de amores ad hoc (Wade Marcus)… Nada, pues, que no escape al lugar común. Lo que destaca, ya se ha dicho, es cierta austeridad y franqueza que, en medio de la artificialidad general, constituye una excepción. Habrá que ver si lo que pueda verse en el off-off- Broadway o en las salas experimentales de Brooklyn y Manhattan asume más riesgos, o si se pierde entre la bruma de una ciudad cuya teatralidad más viva se ubica más en las calles que en las propias salas.
(Continuará)
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