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Manuel Stephens
¿Lobo, estás ahí?
Hace muchos años, leíamos libros que contaban historias de tiempos que fueron alguna vez y jugábamos rondas, cantando rimas en las que se personificaba a algunos de sus personajes: “Jugaremos en el bosque/ mientras que el lobo no está,/ porque si el lobo aparece/ a todos nos comerá./ ¿Lobo, estás ahí?” La tradición escrita de relatos con intención moralizante tiene entre sus exponentes a La Fontaine , pero quien es un parteaguas y tiene influencia contundente y “moderna” para los artistas que se dirigen a los infantes es Charles Perrault.
Perrault publica en 1697 un volumen de cuentos en que da forma literaria a cuentos de la tradición oral; entre ellos se encuentra “Caperucita roja”, historia que desde entonces –y seguramente desde antes– ha sido constantemente modificada y de la cual se acaba de producir una versión dancística mexicana: El regreso del lobo, de Evoé Sotelo.
El cuento escrito por Perrault culmina cuando el Lobo se come a la abuela y a Caperucita. Perrault previene a niñas y doncellas del peligro de entablar conversación con hombres extraños: “Mujercitas, especialmente las que son bellas y bien educadas damiselas: nunca deben hablar con extraños, ya que si lo hacen pueden convertirse en la comida de un lobo […] Desafortunadamente, los lobos gentiles son los más peligrosos de todos.”
A principios del romántico XIX y con el pujante interés por recuperar las historias orales de la Edad Media, los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, publican en 1812 y 1815 los volúmenes que se titularían eventualmente Cuentos de los hermanos Grimm. Los cuentos, en sus versiones populares originales no tenían ningún tipo de tapujos respecto a la sexualidad y violencia implícitas en los acontecimientos relatados, pero son suavizadas por los Grimm.
En cuanto a “Caperucita roja”, lo escrito por Perrault mantiene un final fatal, pero los Grimm introducirán al Cazador, quien extrae vivas a Caperucita y la Abuela del estómago del Lobo, caracterizado como “pecador”, y que será aniquilado. El Cazador es una figura que representa el poder patriarcal que deviene en omnipresente y salvador. Asimismo, se elimina el que Caperucita acepte meterse en la cama con el Lobo-Abuela (en una versión francesa recopilada en 1887, Caperucita huye y se salva, pero después de haber ¡comido carne de la Abuela! y compartido el lecho con el Lobo). La moraleja de los Grimm advierte que no hay que alejarse del camino e internarse en el bosque –lo prohibido–, desobedeciendo la orden de la madre. La normatividad masculina extiende sus redes a personajes femeninos.
Siglos después continúa vigente esta arquetípica historia. En El regreso del lobo, Evoé Sotelo recrea el cuento, recupera y reinterpreta lo que pueden ser los elementos más arcaicos de la historia.
Escena de El regreso del lobo |
En escena aparece un hombre durmiendo su resaca en un sillón, detrás del cual se encuentran cuerpos desnudos y sin vida. Mientras tanto, un trío de mujeres, interpretado por Mitzy Dávalos, Daniela Murias y Sotelo realizan un desplazamiento que se acerca a la obscura región que habita el Lobo, para luego alejarse. En un inesperado momento uno de los cadáveres cae de entre la pila que conforman los cuerpos inertes. Finalmente, una de las mujeres en movimiento decide internarse en la boca del Lobo, se acerca y éste se incorpora, mientras que la mujer se desata una cinta atada a su cintura.
Sotelo ha denominado sus obras más recientes como danza mínima, ya que se sustentan en la expresividad del gesto, en contra del virtuosismo que se espera de los estereotipos dancísticos, condicionamiento que ha sido cuestionado por la coreógrafa desde el inicio de su carrera. A pesar de los elementos kinéticos reducidos –no en el extremo nivel de otras de sus obras–, Sotelo maneja el espacio y el tiempo escénicos de una manera efectiva, manteniendo un tempo en el que insinúa la duda y el deseo. Sotelo encripta el sentido de la obra y da una vuelta de tuerca al hacer que una de las tres Caperuzas se ofrezca ante el irresistible y lascivo Lobo, representación de la masculinidad a ultranza, lo cual resulta en una gozosa relación con tintes sadomasoquistas. La estética visual, color y diseños de la obra, compuesta por Mauricio Ascencio, consigue la atmósfera decadente y glam que el discurso requiere.
El regreso del lobo muestra la exploración de una coreógrafa que, siempre interesada en los recovecos del inconsciente, profundiza aún más en el deseo y la oscuridad de la psique. Y todos, maybe, fueron felices para siempre…
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