Opinión
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Foro de Iberoamérica: el miedo a la oclocracia
L

a historia política de América Latina ha transcurrido en dos grandes escenarios desde 1810: el nacionalpopular y el liberalconservador. En ambos se manifestaron las fuerzas favorables o reacias al cambio social. Izquierdas y derechas que a veces fijan sus posiciones con relativa claridad, y en ocasiones se retroalimentan de un modo impredecible y confuso.

V.gr. (y por sólo nombrar un par de sendos casos), en el espacio nacional popular tenemos procesos luminosos como la revolución cubana, y capítulos sombríos como el de Sendero Luminoso, en Perú. Y asimismo en el espacio liberal-conservador figuran personajes dignos como el hondureño Manuel Zelaya, y delincuentes del fuero común como el colombiano Álvaro Uribe Vélez.

Las circunstancias hacen que cada generación política interprete y tome decisiones o eventuales cursos de acción. De ahí la dificultad semántica para definir, con antelación, las ideologías en danza. Lo cierto es que en el transcurrir de la historia, las experiencias valen por sus contenidos, y no por sus formas.

Los independentistas de la primera hora tenían sólidos motivos para inspirarse en la revolución francesa y la gesta emancipadora de las 13 colonias estadunidenses. Sin embargo, sus ideas sintonizaban y dependían de una realidad inmediata y lejana a la vez: la revolución liberal en España y su lucha contra el agónico y decadente poder de los Borbones.

A 200 años de aquellas gestas es posible que poco y nada haya quedado. Ni los ideales de Washington, Adams y Jefferson (1776) ni los de Marat, Danton y Robespierre (1789). En Estados Unidos, la primacía de los intereses privados sobre los públicos (cosa que Benjamín Franklin ejemplificó con la Inglaterra de 1783) acabó con el american dream.

En nuestra América, no obstante, sigue vigente la queja del Inca Yupanqui, delegado ante las Cortes de Cádiz (1810-14). La mayor parte de los diputados y de la nación son españoles que apenas tienen noticia de este dilatado continente. Palabras que anticiparon las guerras de independencia, pues dejaban claro que los derechos de España y del pueblo sobre España no serían los mismos que los de los americanos.

Las izquierdas deshistorizadas y las derechas colonizadas coinciden en endosar a los caudillos de la independencia su cerrazón y aislamiento en un mundo que se abría. Pero sin aclarar cuál: ¿el de la patria en peligro de la Convención de París (junio de 1792) o el del golpe de Estado del 18 Brumario (1799)?

Extrapolando, igual debate subyace en la actualidad: ¿frente a qué mundo se cierran y aíslan los patriotas y revolucionarios de la América triétnica? ¿Frente a la globalización excluyente de plutocracias y timocracias aceitadas por Estados Unidos y la Unión Europea (léase reconquista española), o frente a los proyectos incluyentes que democráticamente los representan?

En 1959, la revolución cubana fue el parteaguas que rompió el círculo vicioso del debate teórico. Pero desde 1992, año emblemático, nuestros pueblos sienten que los amargos desenlaces de la primera independencia respondieron a un denominador común: la desconexión entre las luchas de los criollos revolucionarios y la de los pueblos originarios y negros del continente.

Guiñadas de la historia: en 1830, Colombia encabezó la contrarrevolución antibolivariana (monroísmo santanderista) y en 1998 (año del triunfo de Hugo Chávez) Colombia fue nuevamente elegida por el imperio para frustrar la puesta en marcha de la segunda independencia. El golpe en Honduras, los acuerdos militares entre Washington y Bogotá, y el redoblado odio contra Chávez, son la señal.

El debate, en suma, sigue por otros andariveles: el Foro de Sao Paulo (FSP, 1990), espacio nacional popular integrado por los partidos de la izquierda latinoamericana, y el liberal conservador del llamado Foro de Iberoamérica, que reúne a ex presidentes, grandes empresarios, dueños de oligopolios mediáticos y escritores insomnes que se dicen enemigos de las autocracias, aunque mal disimulan su espanto por las oclocracias (o gobierno de la muchedumbre y las plebes).

En noviembre de 2000, auspiciado por el ex presidente Ernesto Zedillo, el primer Foro de Iberoamérica empezó a sesionar en el Castillo de Chapultepec. Las palabras de inauguración estuvieron a cargo de Carlos Fuentes, quien dijo: “La historia señalará que gracias al presidente Zedillo la democracia se volvió realidad plena en México… el 2 de julio no hubo vencedores ni vencidos, ganamos todos”.

A su turno, el ex presidente de Uruguay, Julio María Sanguinetti, aseguró que el presidente Vicente Fox recibía un país, una economía y una sociedad en calma. Qué alegría. Y agregó: Vivimos un tránsito tan normal como nunca nadie lo hubiera imaginado: la extravagancia de la normalidad.

En días pasados, el Foro de Iberoamérica transmitió su alegría en Buenos Aires, donde sesionó a puertas cerradas. La derecha lo recibió con entusiasmo y el gobierno de Cristina Fernández no acudió a la cita. Qué pena.