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Verónica Murguía
En esta vida calaca
Para el doctor González Crussí
Si el lector recuerda el resto del refrán, sospechará lo que voy a confirmarle: esta columna, hoy, será escatológica.
Hace unos días tuve la suerte de escuchar en la UNAM una conferencia del médico y ensayista Francisco González Crussí titulada El deseo de purgar. Como siempre, el doctor González Crussí logró ser al mismo tiempo erudito y ameno. Nos invitó a reflexionar sobre el tema con la gentil autoridad y el sentido del humor que lo caracterizan. Los egipcios de la Antigüedad, nos enteramos, echaban mano de las lavativas cuando, digamos, se atoraban. Los franceses del siglo XVIII padecieron la fiebre de las lavativas y se las aplicaban con un entusiasmo alarmante. Los musulmanes no se dejan poner una ni en artículo de muerte, en África son muy socorridas. Y claro, este asunto, tabú y obsesión en toda época y lugar, está presente entre nosotros.
Ya me había fijado, con curiosidad no exenta de mal humor, en los anuncios que aparecen cada vez con más frecuencia en la tele, protagonizados por mujeres estreñidas que cuentan sus pesares acompañadas de imágenes dizque discretas. “Cuando tenía tránsito lento –no se pierdan el eufemismo– me sentía sucia por dentro”, dice una mujer sobándose la panza. Entonces aparece en la pantalla la imagen de una naturaleza muerta en tránsito de convertirse en una naturaleza podrida. “El yogurt fulano te ayudará a limpiarte” dice otra, muy contenta, seguramente porque va al baño tres veces al día. Hablan de que se ponen de mal humor, de que se les hincha el vientre, de que sufren. Se muestra entonces una animación hecha con computadora que muestra un intestino taponado con cosas extrañas de color pardo, que al entrar en contacto con el yogurt milagroso se mueven y desaparecen. Todas las actrices quedan felices, pero el espectador desearía un poco más de discreción o, por lo menos, de precisión científica.
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Otro anuncio presenta a una niña recogiendo la caca del perro, que gracias a las virtudes de unas croquetas prodigiosas, “es más sólida”. Una actriz nos asusta diciendo que el papel de baño deja pelusas en zonas privadas, otra es sorprendida en el momento en el que hunde las narices en un papel higiénico perfumado y húmedo.
Una ridiculez, entre descarada e hipócrita, pues lo que parecería naturalidad para referirse a la excreción es, en realidad, una especie de campaña de “limpieza” absurda por imposible. Mientras estemos vivos, habrá caca, aunque nos vendan remedios, laxantes, perfumes.
Esta obsesión por la limpieza es una cosa curiosa: en Estados Unidos hay una gran industria dedicada a eso, a limpiar por dentro el cuerpo. Los low colonics o lavativas para dejar vacío el intestino grueso, son muy populares. Se aplican acompañadas de masajes en el bajo vientre para desalojar todo, dicen. Mae West aseguraba que eran su secreto para mantenerse guapa y rozagante.
Los entusiastas pacientes que se someten a estos incómodos tratamientos no son necesariamente personas que padecen estreñimiento, sino buscadores de la juventud eterna. Según quienes aplican estos preparados, si el cuerpo deja de usar la energía que emplea en la excreción, la aprovechará en una especie de renovación que resultará a la larga en mejor cutis, más energía y mejor sueño. Cómo se puede dormir mejor con el rabo adolorido, es algo que se me escapa, pero hay quien lo cree.
Yo creo que esta obsesión refleja inquietudes de otra laya. El cuerpo es misterioso. Está lleno de órganos, de huesos, de sangre, de líquidos pungentes, de ácidos y grasas. Excreta cosas. No se puede limpiar como se lavan los pisos, pero ese espejismo ha de proporcionar una sensación de control sobre aquello que no conocemos y a lo que, finalmente, tememos.
Pero lo intentamos. La limpieza, el buen olor, el vacío, allí donde hay cosas inmanejables, eso queremos. Cuerpos exangües, inodoros, que no envejezcan ni hagan ruidos. En el rechazo estadunidense a la gordura hay un rescoldo de miedo, pues un gordo no es sólo alguien cuya vida corre los peligros consabidos, es alguien que come, que tiene carne y grasa debajo de la piel, cuya humanidad se muestra sin disimulo pues jadea y suda.
Yo quisiera tener una actitud menos quisquillosa. Soy propensa al asco, más de lo que me parece sensato, pero no estoy dispuesta a poner un calificativo cargado de tintes morales a la caca. La caca no es mala, es apestosa. Punto.
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