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Carlos Lozano diseña cajas de colores y relojes para guardar cenizas

Urnas de autor dicen RIP a la estética del martirologio

La vanidad y la globalización, presentes aun en el momento fatal

Foto
Urna de plástico, uno de los innovadores diseños funerarios de Carlos Lozano
 
Periódico La Jornada
Lunes 2 de noviembre de 2009, p. a17

Cuando tenía ocho años, Carlos Lozano descubrió que la muerte era cosa seria. Tanto, que frente a ella no caben más que la solemnidad y la tristeza, sea quien fuere el difunto. La revelación vino de mano de uno de sus tíos, quien con voz grave y mirada de reprobación le dijo: En un funeral no puedes utilizar esa corbata de figuras verdes.

Momentos así no se olvidan. Tal vez por eso, o por una cuestión de desafío a la autoridad, al crecer tuvo la necesidad de restarle dramatismo a un suceso que de en sí mismo es doloroso, y en el camino satisfacer la necesidad comercial de dar a la muerte un aspecto menos lúgubre.

Así fue como se inició desde hace más de diez años en el negocio de los servicios fúnebres con una pequeña empresa (www.urnas.biz) que, según él, pretende innovar en el diseño de ataúdes y urnas.

Imagen esperanzadora

Empujado por la crisis y el desempleo, Lozano comenzó asociándose con el dueño de un horno crematorio, quien le pidió maquilar recipientes para cenizas, pero los diseños eran muy oscuros, muy grises, todo con temas religiosos, con imágenes de sufrimiento y cristos ensangrentados.

Esa estética del martirologio no resultó compatible con su concepción –elemental, pero contundente– de la vida y la muerte: todos los que nacen en algún momento van a fallecer, así que, ¿por qué no dar al momento fatal una imagen esperanzadora?

Comenzó entonces a diseñar urnas de autor con emblemas menos ominosos, colores más vivos y alegres y formas de animales, así como relojes de arena con las cenizas del difunto (una de sus creaciones más solicitadas), que ahora exporta a España, Colombia y Centroamérica.

De esa forma tomó conciencia del negocio que representa la vanidad después de la muerte. Porque una cosa es ya no vivir y otra perder el estilo. En la muerte también está ese elemento, en el que todavía se le tiene miedo al qué dirán si utilizas un ataúd o una urna barata. Incluso muerto, a uno se le da una competencia social, comenta.

El inmenso mercado que representa la muerte en una ciudad como ésta se lo disputan, por un lado, las grandes casas funerarias que organizan los velorios de las clases alta y media, y por el otro los más de 350 pequeños negocios –muchos en la informalidad– que todavía mandan a sus empleados a los hospitales a la subasta del muerto, a ver quién le ofrece a los deudos una ganga más atractiva que la competencia.

A todos, mal que bien, los ha alcanzado la modernidad, dice. Ha habido cambios provocados por la globalización. Ahora, con la desbandada que han sufrido las religiones, se rompieron más esos patrones de dolor y sufrimiento.

Si bien la mayoría de la gente todavía prefiere una ceremonia luctuosa tradicional, hay cada vez más clientes que optan por alternativas más amables a los sentidos, como los dijes en los que se reparten las cenizas, o las ceremonias multimedia, en las que se pone música y se proyectan fotos sobre una pantalla, para provocar una catarsis más dulce, si cabe.

Uno de los éxitos de la empresa de Carlos Lozano vino de la mano de la política televisada. La urna que contuvo las cenizas de la esposa de Enrique Peña Nieto –que paradójicamente tenía la imagen estilizada de unas gaviotas– se convirtió en todo un éxito de ventas. Ahora, no es raro que llamen para pedirle una urna Peña Nieto.

De la misma forma, cada vez se vuelve más común que la obesidad, uno de los problemas de salud que afectan a miles de mexicanos, se refleje en los hábitos luctuosos. Los féretros extra grandes, como el del hombre de 250 kilos de peso que murió infartado en un avión, ya forman parte de los catálogos de varias casas funerarias.

Desde un punto de vista muy ortodoxo, Lozano se ve demasiado afable y sonriente para ser vendedor de ataúdes, pero tal vez ése sea el nuevo perfil de dicho oficio. Se vale ponerse triste, pero también hay que saber relajarse y bromear, porque muchas veces no sabemos canalizar el duelo.

Lo dice alguien que usó corbata de vivos verdes en un funeral, que abomina de los formatos rígidos y las frases hechas. Alguien a quien la muerte le apasiona y le parece una cosa muy bonita (y tiene la mirada de decirlo en serio), y piensa en ese momento como en la graduación final de la vida. Cuando se llega a un punto de conciencia en el que ya no hay secretos.