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Su polémica serie Diana mantiene dividida la opinión de los cubanos

Trato de hacer una televisión más de autor, con riesgos, dice Rudy Mora
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Rudy MoraFoto Gerardo Arreola
Corresponsal
Periódico La Jornada
Miércoles 7 de octubre de 2009, p. a10

La Habana, 6 de octubre. Una cruda serie dramática pasó en los pasados tres meses por el espacio estelar reservado para la telenovela. Parte del público protestó airadamente y le dio la espalda al horario más popular de la televisión, mientras otros aplaudieron al ver en escena las dificultades de la vida diaria de los cubanos.

El debate está muy polarizado, dijo a La Jornada Rudy Mora (La Habana, 1965), director de la serie Diana. No he encontrado términos medios, lo que me parece muy bien, aunque nunca pensé que hubiera una polémica así.

En Diana los escenarios son sombríos, hay ruido del ambiente en la banda sonora, el protagonista es tartamudo y se encadena una angustia detrás de otra, sin perfilar siquiera una válvula de escape. Abundan los planos secuencias, la única cámara es un personaje intrusivo que hace tomas oblicuas cuya velocidad sugiere el lenguaje del video. La historia es de unas familias cubanas sumidas en la lucha por la subsistencia y ahogadas en viviendas estrechas y decadentes, todo lo cual dispara hasta la crispación las tensiones personales.

El diario Juventud Rebelde y el sitio CubaSí abrieron espacios para recoger opiniones como la siguiente: “La telenovela cubana ha dejado de ser lo que era. Ya no se exhiben novelas de amor… de lo que se vive en la realidad, uno está cansado, pues lo ve día a día. ¿No podrían hacer una telenovela romántica?” O ésta: “Para hacer las cosas modernas y de la realidad actual nuestra no hay que hacerlas tan feas y tan sucias…el pueblo nuestro todavía no está preparado para esos experimentos”.

Gustó el fondo, pero no el estilo

Hubo a quienes les gustó el fondo, pero no el estilo (“la temática y el talento artístico son de primera, pero la gente desea ‘refrescar’, no terminar el día con dolor de cabeza”) y otros que apoyaron la realización (tal parece que salieron con una cámara y se metieron en los hogares y fueron a las calles).

Mora explicó que la serie, de apenas 35 capítulos, era la mejor opción que había para ese horario en las vacaciones de verano. Un criterio de programación terminó precipitando un debate inesperado entre un público que quiere ver la novela de rivalidades, amores imposibles, héroes y villanos, rostros de moda y final feliz.

Al final surgió una vitrina de opiniones que recorrió desde la apertura de ese espacio privilegiado a los problemas ordinarios del cubano de a pie, hasta lo que debiera ser la telenovela. No es casual que Cuba sea el país en el que despegó el género, después de que aquí se produjo en 1948 un célebre antecedente radial, El derecho de nacer.

Con más de 170 videos, Mora tiene un historial como ave de tempestades. En 2000 su serie La otra cara abrió una discusión sobre una de las claves de la trama: la bisexualidad femenina. Dos años más tarde mantuvo a familias enteras frente a las pantallas al narrar con acentuado realismo las tensiones entre padres y adolescentes en Doble juego.

Pero el realizador, quien fue el primer egresado de la Facultad de Medios Audiovisuales del Instituto Superior de Arte de Cuba, en 1992, no cree estar innovando ni rompiendo moldes ni haciendo experimentos. “Lo que trato es de hacer un tipo de televisión más de ‘autor-entre-comillas’ o buscar otros caminos, ésos que tienen riesgos, y aquí me los permiten hacer. En Tv Azteca jamás hubiera podido.”

Profesor eventual de guionismo en México, Mora dice que ha intentado trabajar con esa empresa. Lo que pasa es que ellos tienen muy claro cuál es su producto telenovela. Hablo de Tv Azteca, como de Televisa o TvGlobo.

Explicó que su trabajo tiene influencias como el impacto del clip en su generación, el interés por el neorrealismo italiano y el manifiesto de Dogma 95 (movimiento impulsado en ese año por el danés Lars von Trier en favor de filmaciones en escenarios naturales, cámara en mano, sin trucos, filtros ni música incidental, entre otros supuestos).

En Diana “me interesaba mucho movilizar el estado de la puesta en escena en Cuba. Siento que hay una especie de acomodamiento, de estancamiento de los actores, y creo que en buena medida tiene que ver con la reiteración de un solo tipo de lenguaje. Aquí tenían que actuar como en una obra de teatro, con secuencias de 10 minutos con cinco locaciones… con la tesis que plantean todos los teóricos rusos: defender y asumir su personaje, no importan las condiciones. Es decir, a un actor se le podía caer una silla y tenía que seguir, se equivocaba en el texto y tenía que seguir”.

Mora se resiste a aceptar que la vivienda sea el eje de su serie, como lo fue para muchos espectadores. Me preocupa más el comportamiento de la gente y todos mis trabajos van por ahí, aunque tengan una base tangible. Si mañana Cuba tiene casas para darle a cada persona, ¿los problemas de las familias se resolverían?