Opinión
Ver día anteriorJueves 17 de septiembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La Fábrica de Warhol
U

na de las grandes lecciones de Andy Warhol fue mostrarnos que lo efímero, como la vida, permanece. Sólo así puedo explicarme que sus obras congreguen multitudes y hayan asombrado a los jóvenes de los años 60, de los 90 y aún a quienes desde hace unos días acuden con curiosidad sostenida al Museo de Arte del Banco de la República de Bogotá a mirar la exposición Andy Warhol Mr. América.

¿Qué hilos tocó, toca la obra de Warhol para mantener su vigencia?

En una sociedad donde la cultura de masas es una realidad y la aldea global algo más que una hipótesis, ¿por qué siguen asombrando sus retratos de Marilyn Monroe, de Jackie Kennedy hechos en serie o sus imágenes de autos chocados, de la silla eléctrica, de las latas de sopa Campbell’s o de las botellas de Coca-Cola? ¿Por qué sus desplantes contra el arte serio no han pasado a ser sólo un par de fechas en la historia del arte contemporáneo? ¿Por qué siguen reproduciéndose sus películas de 16 milímetros en blanco y negro sin sonido, donde el propio artista solamente aparece comiendo una hamburguesa o vemos caminar a sus amigos y a quienes tal vez no lo eran frente a una cámara fija que sólo registró fragmentos de un día cualquiera, en esta época en la que los programas Big Brother han fomentado el voyeurismo hi tech?

Las instantáneas de Andy Warhol parecen guardar con sus chillantes colores fragmentos de vida, momentos que son el sueño americano. Pocos artistas han logrado concentrar en algunas imágenes las luces y las sombras de un imperio. Subversivo y cínico Warhol reconstruye con ironía asombrosa la decadencia de un modelo de vida que, curiosamente, es el modelo con el que aún sueñan millones de personas en todo el mundo y con el que soñó el propio artista: la idea del progreso como un continuum inevitable, el consumo sólo por consumir, las estrellas de Hollywood y de la televisión como iconos laicos de la modernidad.

Como Salvador Novo, Warhol amaba la buena vida de la elite y disfrutaba formar parte de su corte. Su arte, nos dice Phillip Larrat-Smith, es una celebración descarada y una afirmación de la elite; un magnífico close up –agrego yo– de las emociones de los hombres de poder.

No es improbable que la crisis financiera global que se inició en Estados Unidos cambie un poco la imagen del trabajo de Warhol. Su crítica y su ironía podrán leerse posiblemente de otra manera. Pero dudo, sin embargo, que el cambio sea sustancial, porque sus imágenes están cargadas de emociones y sus emociones de nuevos referentes entre la juventud. Marilyn Monroe, por lo demás, continuará siendo un icono del star system; la silla eléctrica un método de corrección final y Warhol un artista de cabellos lo suficientemente grises para pensar en su edad. La Internet y las nuevas herramientas de la computación actualmente permiten no sólo multiplicar masivamente la obra de Warhol –como él hubiera querido–, sino imitarla sin rubor, como ocurre en cualquier sistema industrial que se respete. Si la producción industrial es una tarea colectiva, cualquiera de nosotros puede con un poco de iniciativa continuar el impulso iniciado por Warhol. Los jóvenes de hoy y de mañana, como los de los años 50, seguirán alimentando la Fábrica de ese genio con IQ de 60, como lo definió con tino y sorna Gore Vidal.