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Quiero convertir esta villa en un Saint Tropez cultural, argumenta el diseñador

El pueblo francés de Lacoste se levanta contra Pierre Cardin; dice no a una Cardinlandia

En 1789 los lugareños se rebelaron contra el marqués De Sade y prendieron fuego a su castillo

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Lacoste, pintoresca aldea ubicada en las colinas de LuberonFoto Tomada de wikipedia.com
The Independent
Periódico La Jornada
Miércoles 2 de septiembre de 2009, p. 9

París, 1º de septiembre. No es la primera vez que los habitantes de Lacoste se rebelan contra sus amos. En 1789 prendieron fuego al castillo del pueblo, que pertenecía a la familia del marqués Donatien Alphonse François de Sade, quien llegaría a ser célebre como campeón literario del erotismo violento. Dos siglos y dos décadas después, los 400 residentes de Lacoste, pintoresca aldea en las colinas de Luberon, se levantan contra otro residente de fama mundial: el diseñador de modas Pierre Cardin.

Al igual que su ilustre predecesor, Cardin, de 87 años, es acusado de exquisita crueldad. Ha estado comprando la aldea casa por casa para convertirla en una meca artística o, en sus propias palabras, un Saint Tropez cultural. Insiste en que está rescatando a Lacoste de décadas de abandono y decadencia.

Los pobladores –no todos son franceses– afirman que Cardin está aplastando el verdadero carácter y espíritu de una pequeña comunidad provenzal para crear un falso entorno bucólico de lujo como campo de juego para él y sus amigos parisienses. Ofreciendo pagar mucho más que el valor de mercado, ha adquirido más de 40 casas, entre ellas la mayoría de las de la calle principal, que ha llegado a ser conocida como los Campos Elíseos de Cardin.

También ha lanzado un festival musical de verano que, a 65 euros (casi 93 dólares) el boleto por adulto, está fuera del alcance de la mayoría de los aldeanos. Aunque Cardin es un hombre que labró su éxito desde sus orígenes campesinos en Italia, se le acusa de tratar a los locales con el desdén de los aristócratas de antes de la revolución. “Cuando se aparece por el pueblo, hace una inclinación de cabeza que quiere decir ‘no te atrevas a dirigirme la palabra’”, se queja la señora Colette Truphemus, quien está entre sus opositores locales más decididos. ¿Qué clase de hombre llega a un pueblo como éste y no quiere saludar a los vecinos?

Les petits gens

Margaret Mottram es inglesa y vive en Lacoste desde hace 45 años. Su integración es tan completa que se le conoce como la reina de la aldea, pero eso no la hace más merecedora de la atención de Cardin. “En lo que a él respecta, somos les petits gens, los pequeños –comenta–. Se cree una especie de señor feudal. No le interesa la opinión de nadie.”

Lacoste es una aldea en lo alto de una colina, de piedras cálidas y doradas, cerca de las famosas montañas Luberon. Otros residentes de los montes circundantes son el dramaturgo Tom Stoppard y el actor y director de cine John Malkovich.

Es el destino de muchas aldeas del Luberon, y de otras partes pintorescas de Francia, atraer extranjeros o forasteros ricos y famosos. Aunque eso suscita resentimientos cuando los precios de las propiedades se disparan, la mayoría de los locales se conforman si con ellos fluye nueva vida y dinero.

“Siempre recibimos bien a los recién llegados si aprecian nuestra forma de vida y quieren compartirla –sostiene la señora Truphemus–. Cardin es muy distinto. Dice que salva a Lacoste, pero Lacoste no necesita que lo salven. En realidad lo está matando. Cuando él y sus amigos no están aquí, como esta semana, sus casas están cerradas y el lugar parece muerto.”

En 2001, Cardin compró el castillo que domina Lacoste, el que alguna vez perteneció a la familia Sade. Hasta sus opositores elogian el trabajo que realizó para restaurar el más famoso edificio de la localidad. Se quejan, sin embargo, de que sus otros proyectos –el festival de música y su compra masiva de negocios y casas– se han impuesto sin tomar en cuenta el punto de vista de los locales.

Cardin desdeña las críticas. Dice que los aldeanos no han hecho nada por el pueblo: ni drenaje ni alumbrado público; nada había cambiado desde la década de 1930.

“No puedo obligar a las personas a vender sus casas –declaró a Le Monde–. Venden porque quieren. Planeo convertir esta villa en un Saint Tropez cultural, pero sin el ángulo de espectáculos. Quiero restaurar su auténtica elegancia, su verdad.”

Elegancia y verdad son para él, según los lugareños, una visión aséptica y homogeneizada, parisiense, del encanto provenzal. Relatan que ha comprado casas sobre todo para alojar a los artistas y sus amigos durante el festival de verano. En invierno, e incluso en parte del verano, la aldea está en silencio.

La calle principal, la rue Basse, ahora cuenta con un hotel de dos estrellas, una pastelería, un café –el Café Sade–, un restaurante panorámico y tiendas que venden tés raros y cestas de champán y foie gras de Maxim’s. Todos pertenecen a Cardin (al igual que el célebre restaurante Maxim’s de París, que el veterano diseñador convirtió en una marca de alimentos y bebidas sólo para ricos).

Verdadera comunidad

La señora Mottram, hoy octogenaria, dice que cuando llegó a Lacoste, en 1964, la aldea estaba casi difunta. Pero ya no era así cuando llegó Cardin, hace unos años. Para entonces ya teníamos nuestra propia pastelería y nuestro café (que ella misma atendió con éxito durante muchos años). Sobre todo, el pueblo era una verdadera comunidad. Cardin no está interesado en nada de eso; sólo quiere mejorar su propia visión.

Pierre, originalmente Pietro, Cardin, emigró de Italia con sus padres cuando tenía dos años de edad. Comenzó como sastre en la ciudad industrial de Saint Etienne y llegó a ser una figura importante en la casa de modas Christian Dior antes de lanzar su propia marca en 1953. Fue el primer diseñador de modas que licenció su nombre a grandes almacenes, lo cual causó un escándalo en el mundo de la alta cultura parisina, pero le generó tanto dinero que pronto otros lo siguieron.

Los opositores a la transformación de Lacoste temen que por su avanzada edad tenga prisa por convertir el poblado en una especie de Cardinlandia, un monumento a sí mismo y no al encanto provenzal. “Pero algunos de nosotros jamás venderemos –advierte la señora Truphemus–. Ya puede golpear la puerta y ofrecer todo el dinero que quiera. No iremos a ningún lado.”

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya