Opinión
Ver día anteriorDomingo 23 de agosto de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La refinería Bicentenario... y lo que sigue
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inalmente, después de sudar congojas miles, la dirección general de Petróleos Mexicanos (Pemex) anunció que la refinería Bicentenario –desde hace algunas fechas, todo se llama igual– se construirá en Tula, Hidalgo.

La solución, que parece correcta, a pesar de un procedimiento público inexplicable, en el que se puso a competir a dos estados para obtener los terrenos y en el que aparentemente, a manera de premio de consolación o de reintegro, al estado perdedor se le canalizarán algo más de 3 mil millones de dólares para reconvertir la refinería de Salamanca, se da con un retraso importante, el cual se suma a las décadas en que se abandonó la refinación en México.

Nunca es tarde cuando el bien llega, reza un refrán mexicano, y bienvenida la decisión, que esperamos no tome para cada uno de los múltiples pasos del proyecto el mismo tiempo, no padezca las mismas dudas, no sufra las mismas presiones políticas y no esté sujeto a las mismas intervenciones ignorantes. Es decir, que se hagan bien.

Pero, ¿qué sigue? Aprovechar esta derrama de más de 13 mil millones de dólares para dar empleo a mexicanos, para hacer uso del talento existente y para reclutar a quienes saben hacer refinerías que están haciendo otras cosas para subsistir y ponerlos a trabajar en beneficio de la industria petrolera nacional. De igual forma, para estimular la industria del país, para hacer de este proyecto un elemento de recuperación de tantas cosas que ya se hacían en México y que se dejaron de hacer por políticas promotoras de negocios para las empresas internacionales y para los comisionistas del país, para estimular al Instituto Mexicano del Petróleo y a las instituciones de investigación nacionales. Para hacer nuevamente de Pemex la palanca del desarrollo nacional.

En repetidas ocasiones los funcionarios del sector energético han manifestado que faltan ingenieros y técnicos para atender todas las necesidades. Que esto no sea pretexto para licitar llave en mano los trabajos a emprender, que descartan de entrada a las empresas nacionales. Este proyecto debe aceptar el reto, como se dio en momentos lúcidos de nuestra historia, en los que la ingeniería mexicana respondió con entrega, patriotismo y capacidad, de hacerlo nosotros mismos.

El momento en que esto se enfrenta –crisis económica, desempleo, desánimo– ofrece la magnífica oportunidad de retomar un cause adecuado. El mismo nombre de la refinería, Bicentenario, no debe plantearse como la conmemoración de dos hechos histórico que están uno a 200 años y el otro a 100, acontecimientos de los que nos enorgullecemos y recordamos como recorriendo el álbum familiar de la nación, sino como la ratificación de una decisión nacional de independencia, autodeterminación y soberanía plenamente vigente.

Y no hay que olvidar lo que algunos de los ingenieros mexicanos que saben del asunto han repetido en múltiples ocasiones: en las ineficiencias de nuestras refinerías actuales, debidas en buena medida a la insuficiencia de recursos dedicados a su mantenimiento y modernización, existe el potencial de otros 300 mil barriles de refinación. Si se aplican ahí algunos recursos, nuestros técnicos e ingenieros saben cómo hacerlo. No es necesario traer de fuera quién nos resuelva los problemas.