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TOROS

Poco o ningún sentido tiene la regulación en estados paraconstitucionales, señala

La esencia de la tauromaquia es la emoción de la bravura, no la sangre: antropólogo

Gerald Selubski afirma que debe haber imaginación empresarial en los puestos de decisión

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El tiempo real de la lidia quedó rezagado, dice el antropólogo francés. La imagen corresponde a una novillada de 2008 en la Plaza MéxicoFoto Jesús Villaseca
 
Periódico La Jornada
Lunes 3 de agosto de 2009, p. a46

La tauromaquia, como el circo, es un espectáculo medieval, no romano. Ni tan sanguinario como la lucha a muerte entre gladiadores, pues los hombres vestidos de luces casi nunca mueren en la arena, ni tan asegurado como la versión moderna del espectáculo circense, pues los toreros a veces llegan a ser lastimados, señala el investigador y antropólogo social francés Gerald Selubski.

“Al desconocimiento –agrega– de herramientas de comunicación para promover y destacar la originalidad del toreo, los promotores taurinos añaden otro: la virtualidad o realidad aparente que priva en esta época, por lo que los toros y en menor grado el circo resultan demasiado reales, no se pueden editar, y las faenas duran casi lo mismo que hace 60 años, aunque con menos sensación de peligro y más estética taurina ‘moderna’, predecible por la disminución de fiereza. El tiempo real de la lidia quedó rezagado del tiempo frenético de hoy.

“El circo moderno se virtualizó no sólo por su agilización y nuevos recursos de audio y video, sino además al sujetar a los acróbatas con arneses casi invisibles que impiden accidentes mortales, y la emoción brutal de las rutinas fue atenuada al disminuir los riesgos.

“A la fiesta de toros hay que promoverla profesionalmente pero a la vez ‘editarla’, magnificar habilidad y estética ‘garantizadas’, como en el circo, y disminuir el azar y, si es posible, la sangre, que a diario salpica nuestros hogares por la atroz programación televisiva junto a un animalismo puritano y demagogo.

“La esencia de la tauromaquia no es la sangre sino la emoción producida por la bravura del animal, su trapío y cornamenta amenazante frente a la fragilidad inteligente y a veces elegante del torero. Luego entonces, hay que vender emoción, habilidad, expresión, asombro y admiración ante un bello animal en plenitud. Que técnica, valor y personalidad prescindan de la sangre del toro. Insisto, la emoción surge de la bravura animal y de la habilidad y expresión humanas. Oro, seda, bravura y sol como alternativa de sobrevivencia.

“Ya no puede haber –agrega Selubski, con un taurinismo inusual en los académicos– una liturgia taurina ‘de espaldas y en latín’, sino de frente e inteligible para la masa, no para el conocedor. Finalmente, ante el amateurismo de los taurinos y la oferta de tantos espectáculos, de lo que se trata es de virtualizar la realidad de la lidia, que ya no puede basarse en la sangre sino en una emoción intensificada pero incruenta.

La regulación…

“La regulación –ataja Selubski impaciente– en general sirve de poco al usuario final. El mercado financiero de Estados Unidos supuestamente era el más regulado por las autoridades, pero éstas y las empresas se saltaron a la torera toda regulación para terminar en los megafraudes por todos conocidos. El problema, más que de regulación o autorregulación, es de imaginación empresarial en los puestos de decisión a partir de un claro sentido ético y un conocimiento de productos y de los deseos del público.

“¿Quién regula a la banca y a la televisión comercial en México? Nadie. Se medio autorregulan por poderosos y por guardar las apariencias, no por convicción ni por precaución a que se aplique la ley y se penalicen sus abusos. Y es que poco o ningún sentido tiene la regulación en estados paraconstitucionales, permanentemente al margen de las leyes y su puntual aplicación.

“¿Cómo puede mantenerse sano un espectáculo taurino en un escenario que sólo se llena una vez al año? El valor supremo no es el dinero, sino el talento y la lucidez para saber emplearlo con humanidad y creatividad –remata Gerald Selubski.