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HUGO GUTIÉRREZ VEGA
De cine y literatura, el híbrido caso de Alberto Fuguet
JUAN MANUEL GARCÍA
Tensar un arco: tres poetas brasileños
JAIR CORTÉS
El pensar apasionado de Franco Volpi
ÁNGEL XOLOCOTZI YÁÑEZ
Diálogo con Franco Volpi (fragmentos)
ÁNGEL XOLOCOTZI YÁÑEZ
Luciano Valentinotti, un partisano en México
MATTEO DEAN
Elemental, querido Borges (150 aniversario de sir Arthur Conan Doyle)
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Columnas:
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MARCO ANTONIO CAMPOS
Las Rayas de la Cebra
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Felipe Garrido
Mamá
Como es más chica que yo, Evelyn sigue llorando mucho rato, horas digo yo. Estamos amarradas a la pata de la cama con una cuerda. Una cuerda para Evelyn, una cuerda para mí. Una cuerda fuerte, que no se troza aunque la mordamos. Me aprieta un poco, en el tobillo, y me lastima menos si no me muevo. Una cuerda un poco larga, para que podamos llegar al rincón donde hacemos nuestras necesidades. Antes yo también lloraba, pero ya no. Evelyn sí. Llorando se queda dormida. Estamos a oscuras, con las cortinas corridas, pero algo de luz llega por la ventana. Una ventila, más bien. Yo no lloro. Solamente la odio. Pienso en el parque. Pienso en las macetas de la casa de la abuela. Pienso en las niñas de enfrente, que van a la escuela con sus uniformes. Oigo los ruidos de la calle. Luego pasa el tiempo. Entonces a veces lloro, porque ya casi es hora. Sé que de pronto va a abrirse la puerta y van a entrar juntas, la luz y esa mujer que quiere que le diga mamá. |