Editorial
Ver día anteriorMartes 7 de julio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Desarme nuclear: avances y pendientes
L

os presidentes de Estados Unidos, Barack Obama, y de Rusia, Dmitri Medvedev, suscribieron ayer en Moscú un pacto nuclear que remplazará al Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START-1, por sus siglas en inglés), suscrito en 1991 y que expira el próximo 5 de diciembre. El nuevo acuerdo compromete a ambos países a reducir hasta un tercio el límite de sus ojivas nucleares operativas en un plazo de siete años y fija el nuevo máximo de cabezas estratégicas entre mil 500 y mil 675, lo que constituye una baja sustantiva con respecto al pacto suscrito por George Bush padre y Mijail Gorbachov.

El hecho que se comenta es positivo por cuanto representa un nuevo paso en la reducción de los arsenales nucleares, renueva las expectativas con miras hacia la erradicación global de ese tipo de armamento y da cuenta del avance de un proceso que, aunque incompleto, ha logrado cambios significativos: si hasta hace poco más de dos décadas, en el contexto de la confrontación bipolar vigente en ese entonces, se percibía muy cercano el riesgo de una guerra nuclear entre Estados Unidos y la desaparecida Unión Soviética –que habría tenido consecuencias desastrosas para la humanidad–, el programa de desarme ha logrado que de 1991 a la fecha la Casa Blanca y el Kremlin disminuyan de común acuerdo sus arsenales en 80 por ciento, y lo cual es en sí mismo prueba del avance de la civilización sobre la barbarie, y de la viabilidad de consensos multilaterales en beneficio de la paz mundial y la sobrevivencia de la especie.

No puede omitirse, sin embargo, que la firma del nuevo acuerdo nuclear ocurre en un contexto en que la posesión de ese tipo de armas no se limita a Washington y Moscú, y ni siquiera al resto de las naciones integrantes del Consejo de Seguridad de la ONU (China, Francia e Inglaterra). En las últimas décadas, con el surgimiento de nuevas naciones nucleares como India, Pakistán, Israel y Corea del Norte, el mundo ha asistido a un proceso de proliferación y dispersión de las armas atómicas que ha multiplicado los factores de tensión mundial, en el cual Occidente tiene una buena cuota de responsabilidad: Estados Unidos y sus aliados han aprobado implícitamente los proyectos armamentistas de los regímenes de Tel Aviv, Nueva Delhi e Islamabad –el primero, de hecho, ha sido excluido inexplicablemente del Tratado de No Proliferación Nuclear y ha logrado evitar las inspecciones de la Agencia Internacional de Energía Atómica–, mientras que el afán de Pyongyang por desarrollar un arsenal atómico propio se explica, en buena medida, como consecuencia de la doctrina de la guerra preventiva ideada y puesta en marcha por la Casa Blanca y el Pentágono en Irak y Afganistán durante la administración de George W. Bush.

En la circunstancia actual, es necesario que las potencias atómicas, empezando por Estados Unidos y Rusia, que son, con mucho, las mayores, abandonen la doble moral que las ha caracterizado y centren sus esfuerzos en encontrar mecanismos adecuados de control y erradicación de armamento nuclear, como lo ha hecho la comunidad internacional con la proscripción y el control de las armas químicas: mediante convenios y regímenes de inspección eficaces para destruir ese tipo de armamento e impedir su elaboración y diseminación mundial. Adicionalmente, resulta obligado que Washington disponga, como paso previo para negociar la reducción de arsenales atómicos de Rusia y otros países, el desmantelamiento de sistemas antibalísticos como los que planea instalar en Europa del Este, los cuales constituyen un acicate para que los miembros del club nuclear –y Moscú en particular– destinen mayores recursos a la carrera armamentista.

Ante los elementos de juicio mencionados, cabe esperar que el convenio dado a conocer ayer en la capital rusa prefigure una serie de medidas de mayor importancia y alcance para lograr el objetivo –deseable y necesario– de contar con un mundo libre de bombas atómicas.