Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 5 de julio de 2009 Num: 748

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Por qué menos es más
RICHARD MEIER

Esperábamos...
ANDREAS KAMBÁS

José Emilio Pacheco y los jóvenes
ELENA PONIATOWSKA

Carta a José Emilio Pacheco, con fondo de Chava Flores
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Michael Jackson (1958-2009)
ALONSO ARREOLA

Leer

Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Por qué menos es más

Richard Meier

De niño, había una cantera abandonada cerca de mi casa, en Nueva Jersey. Casi siempre andaba por ahí en mi bicicleta. Me encantaba todo de ese lugar: caminar de un lado a otro, trepar por ahí, explorar ese abismo de superficies y muros grises de piedra. Me asombraba la unidad del material que envolvía el espacio, siempre distinto en cada nueva visita. La piedra siempre parecía otra, dependiendo de la hora e incluso de la época del año. La luz y el color se desvanecían en la textura de la piedra pálida, irregular y porosa aquí, suave y opaca allá, proyectando luces y sombras en un cambio incesante. Algo tan simple como jugar se cargaba de energía con el silencio y la naturaleza única de la cantera, y entonces pensaba que era exactamente así como un lugar debía ser.

Muchos años después de que salí de la casa de mi infancia, cuando trabajaba en The Getty Center, me encontré de nuevo en una cantera, esta vez en Bagni di Tivoli, Italia y discutiendo con John Walsh, el director del museo, sobre el mobiliario. De los bloques de travertino cortados para el exterior del Getty, habían quedado unos pedazos increíbles de 4.5 metros de largo por 1.80 de ancho, así que se me ocurrió que podrían quedar perfectos como bancos para la entrada del museo. Walsh se opuso rotundamente. Pensando en lo que yo decía, recuerdo que lo describió como “una hostilidad hacia el confort”, una definición que hoy sólo me parece significativa como la imagen perfecta del más grande equívoco que hay respecto al minimalismo. Quienes lo juzgan sólo por sus apariencias lo llamarán espartano, austero y hasta desalmado. Pero el arte y el diseño no son sólo apariencias. La ornamentación no es arte. El gran arte aviva nuestras experiencias. Para mí, la estética minimalista es la más humanista de todas, la que despierta la plenitud de nuestros sentidos. Aquello que Le Corbusier llamó “el espíritu del orden, una unidad de intención”, es lo que nos permite contemplar la belleza y participar en el viaje de nuestras propias mentes y corazones.

Cuando miro por una ventana, cualquier ventana del mundo, de Brooklyn a Roma, pasando por Fatehpur Sikri, India, veo un concierto de luz y color trabajando juntos de un modo ajeno a la planificación. Como arquitecto, no puedo imaginar una situación en la cual intentaría competir o imitar el ambiente que rodea mis edificios. Mi trabajo consiste en aceptar la naturaleza, crear vínculos entre interiores y exteriores, y aportar un orden que le dé solidez a los espacios en que vivimos y transitamos.

Asumo mi trabajo con seriedad, pero sé que existen otras formas de diseño y arte. En ocasiones incluso las admiro. Hace algunos años vi unas mecedoras grandes, cómodas y manejables en Long Island, Nueva York, y me gustaron tanto que pensé que podría diseñar una versión contemporánea. Lo intenté, pero los prototipos están en una bodega y ahí se quedarán. El minimalismo no es la única forma de hacer las cosas, pero es la forma que yo elegí.

Traducción de Iván García