Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 5 de julio de 2009 Num: 748

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Parasitismo (II Y ÚLTIMA)

Si casi toda palabra cuenta con un cúmulo de peripecias que la filología es capaz de explorar, esa vida azarosa y aventurera –de índole verbal– se ejemplifica en “parásito”: en la antigua Grecia tuvo un pasmoso desplazamiento de significado, pues de implicar el cargo honorífico de “cobrar el trigo sagrado” –en sus orígenes–, llegó a adquirir el sentido de “gorrón”, que es el que luego se generalizó en el mundo romano, mucho más cercano a lo que en la actualidad se entiende comúnmente cuando se escucha esa palabra; además, en español, ésta comenzó acentuándose a la latina (es decir, “parasito”) antes de adquirir su forma esdrújula, a la griega, que es el uso fonético con que se difunde en la actualidad. Además, no deja de ser curioso que “parásito” sea ahora un concepto más bien ligado con la medicina y la biología cuando sus orígenes muestran significados que la ligan a los usos y rituales propios de la sociedad humana.

Sin embargo, es igual de interesante perseguir el campo semántico de “parasitismo” desde la biología moderna, pues lo que ésta entiende en ese concepto permite entender mejor y amplifica lo que se criticaba en las comedias griegas y latinas: se considera un caso particular de consumo por tratarse de una interacción entre dos organismos en la que el parásito consigue la mayor parte del beneficio a partir de una relación estrecha con el hospedador: hay parásitos que viven dentro del organismo hospedador (endoparásitos), que viven fuera (ectoparásitos) y que matan al organismo donde se hospeda (parasitoide). Algunos de ellos son “sociales” por obtener ventaja de su interacción con los miembros de una especie.

Es cierto que por “sociedad” puede entenderse a todo conjunto organizado de seres vivos (de la flora y la fauna), pero pretendo circunscribirme a la considerada humana, donde el parasitismo social es una variante perversa de procesos semejantes conocidos en el resto de la naturaleza. En ésta –salvo que el protagonista sea un parasitoide (casi siempre se trata de insectos)–, el parásito se alimenta de su huésped, al que debilita sin matarlo, porque la muerte del hospedador supondría el mismo destino para el parásito (lo cual no es el caso del parasitoide, cuyas larvas se alimentan hasta la extenuación de su “arrendatario”). Como el hospedador es quien lo alimenta, el parásito no depreda: vive de su presa y la va devorando, como un vampiro stokeriano que mantuviera en letargo a su fuente de sangre, pero sin el deseo de que la víctima se convierta –a su vez– en otro vampiro, pues eso crearía un competidor adicional que también buscaría alimentarse con la sangre de otros: salvo por la búsqueda de los beneficios de una herencia o por otros oscuros motivos, ningún parásito humano tiende a convertirse en parasitoide.

Dejaré de lado terribles circunstancias como las actuales, en las que el cúmulo de crisis (financieras, políticas, sociales y de salud) propician el desempleo –incluso de quienes desean trabajar y se encuentran en el momento adecuado para incorporarse a una actividad remunerada– y formularé la siguiente pregunta: ¿será cierto que “parásito social” es quien pudiendo trabajar en algo útil no lo hace y obtiene su forma de vida mediante dádivas inmerecidas, o extrae de alguna otra persona los recursos para vivir sin dar nada a cambio? Se supone que en toda forma social, comenzando por la familia, cada persona que tenga una edad idónea puede contribuir proporcionalmente al sostenimiento de su grupo, así sea con las obligaciones que le son correspondientes como (sólo por ofrecer algunos ejemplos “solidarios”) atender a los hijos, ir a la escuela, hacer la tarea, ir al tianguis, preparar la sopa, pagar la renta, apoyar el sostenimiento de la casa, terminar “esa tesis”…

En tiempos de lenguajes “políticamente correctos” los sordos ya no pueden ser llamados así: ahora deben ser “personas con habilidades diferentes y deficiencias severas pero involuntarias de su aparato auditivo”. ¿Cómo llamar, entonces, a quienes los griegos y romanos llamaron parásitos? Surgen muchos sinónimos: legisladores, asesores de legisladores, juristas, políticos, (ex)presidentes, funcionarios electorales, empresarios, policías, banqueros, tratantes de blancas, los llamados “aviadores” dentro de la burocracia… Pero el significado grecolatino de la palabra no ha perdido vigencia: el nombre para quienes viven a expensas de otros sin dar nada a cambio sigue siendo el de “parásitos sociales” (y contra ellos no hay emulsiones curativas).