Directora General: CARMEN LIRA SAADE
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Domingo 5 de julio de 2009 Num: 748

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Carta a José Emilio Pacheco, con fondo de Chava Flores
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Angélica Abelleyra

Claudia Posadas: de saltos al vacío y de poesía

De lo poco que en ella se vuelve certeza es que no hay arte sin herida. Y las heridas puede ser una infinidad: la nostalgia de una ausencia, una pregunta, una meditación, una presencia luminosa o adolorida, la indagación sobre el misterio de la existencia, la posibilidad del espíritu, la extrañeza de la materia, la muerte como certidumbre única. Así, con esas búsquedas para nombrar desgarros, fracturas, grietas, Claudia Posadas (DF, 1970) confecciona su poesía.

Siempre ha estado cerca de los libros. No hubo en la familia antecedente de creación escritural, pero aquellos estantes del librero que disfrutaba desde niña le regalaban volúmenes de fábulas, cuentos y mitos que la hizo interesarse por los castillos medievales, la iconografía simbólica, los grabados referidos a la vida de los astros, la mística y la alquimia.

Desde entonces le asombraba el misterio que esos universos captan y advirtió que formaban parte de una simbología interior. Sus libros La memoria blanca de los muros (1997), Lapis aurea (2008) y Consolament (2009) son ejemplo de algo por lo que el poeta Javier Sicilia la nombra “la más triste de las alquimistas” y resalta su capacidad de darle una posibilidad al espíritu en la época contemporánea.

Si bien escribía poemas desde los quince años, recuerda haber explorado en el cuento, pero algunos misteriosos mecanismos internos le hicieron ver que la poesía era su camino. Un detonante fue la obtención del Premio Punto de Partida para saber que era su proceso de individuación para expresar sus tormentas interiores, en donde la experimentación tiene qué ver no sólo con la búsqueda formal sino con lo ético, con el contenido y, sobre todo, con la actitud de concebir a la poesía como un acto de vida que proviene de las profundidades y acaba por ser un salto al vacío.

También periodista cultural, una vez se encontraba en entrevista con la escritora Angelina Muñiz-Huberman, quien hablaba de Castillos en la tierra, un libro de memorias donde se refería a sus residencias interiores. Entonces Claudia se acordó de Las moradas, de Teresa de Ávila, y siguió estableciendo redes que la han llevado a más indagaciones sobre especialistas como Luce López Baralt o escritores como Abu-L-Hasan-al-Nuri, de Bagdad, un autor del siglo ix que escribió Las moradas de los corazones; exploración sobre la idea del alma como castillo hexagonal.

Todas ellas son exploraciones que le ayudan a depurar su proyecto poético actual: el tránsito del espíritu hacia la ciudad interior que es la ciudad del alma, la ciudad del espíritu y la ciudad del cielo. En todo ello, el trayecto es el referente, el contexto dividido en tres instancias: el mito o los símbolos, la conciencia y el referente real de cada símbolo.

Si bien ahora la poeta tiene una formación más constante en la alquimia y en poesía mística, asume como sus referentes a Gilberto Owen, Xavier Villaurrutia y José Gorostiza. De autoras más recientes, Elsa Cross con sus poemas que son meditaciones y silencios, así como Coral Bracho con sus recursos de espacios abiertos y de transición en donde se asoma el misterio.

Hacedora de collages que no sólo son ilustración de sus poemas, sino otro sendero para meditar y trazar sus divagaciones de otra manera, Claudia encuentra en la pintura de Remedios Varo algunos lazos comunicantes, como su cuadro Tránsito en espiral, que le sirve de asidero para su investigación poética en torno de la ciudad interior. Ella está cierta que no busca hacer una paráfrasis de esta y otras obras de Varo, menos algún homenaje, pero sí un diálogo invisible y atemporal con la surrealista y lo que a nivel simbólico quiso expresar en sus pinturas.

Formada como periodista en la unam , su ámbito de desarrollo durante quince años ha sido el cultural. Ha colaborado en los periódicos La Crónica, Excélsior y El Universal; las revistas Época y Siempre! y los suplementos Sábado, El Búho y Arena, entre otros.

Y así, la Tecolota, como se asume y le llama su marido –el también poeta Jorge Fernández Granados– se acomoda para escribir en las noches sus procesos de alquimia como éste, llamado “Plenitud”, incluido en el libro Consolament (El Errante Editor) que forma parte del Tríptico de los caminos, conformado por las plaquetas Lapis aurea (2008) y Scriptorium, de próxima aparición: “Vivo en la ira/ y en el amor también;/ vivo en el miedo,/ en el frío,/ en el horror de la noche;/ vivo en el deseo, en la ansiedad,/ el arrepentimiento.// En la mansedumbre/ vivo,/ vibro,/ respiro/ en el pulso de tu pecho desnudo,/ crisol donde todo se templa/ y todo es olvido.”