Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de junio de 2009 Num: 746

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Hijo de tigre
ORLANDO ORTIZ

Ángel bizantino
OLGA VOTSI

José Emilio Pacheco: la perdurable crónica de lo perdido
DIEGO JOSÉ

Jaime García Terrés: presente perpetuo
CHRISTIAN BARRAGÁN

Las andanzas de Gato Döring
MARCO ANTONIO CAMPOS

La cultura y el laberinto del poder
OMAR CASTILLO

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


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Ilustración de Juan Gabriel Puga

La cultura y el laberinto del poder

Omar Castillo

Esto no es novedad, pero no sobra recordarlo. En Occidente, en el siglo XIX, se hace evidente el malestar acumulado por cuanto, hasta entonces, se entendía como cultura y, ante todo, como imposición y norma para las formas y disciplinas del arte que la representan. De las crisis movilizadas por este malestar se encuentran ejemplos en el desconcierto y los escándalos causados por las obras de pintores, poetas, novelistas, músicos, dramaturgos, filósofos y demás personalidades de la cultura de entonces. Es así como el siglo xx se inaugura con la eclosión de todas las formas de pensar y concebir la cultura y, por lo mismo, el arte. Nada debía permanecer en su canónico lugar de costumbre, parecía ser el oxigeno respirado en esos años.

Agregar que la primera y la segunda guerras, denominadas mundiales, contribuyeron para el ahondamiento de la crisis en la cultura de Occidente y, por extensión bélica y económica, del resto del mundo, es confirmar la malversación acumulada en las interpretaciones culturales oficiadas por las monarquías desfallecientes y la reciente clase burguesa propiciadora de la llamada Revolución francesa, es decir, el liberalismo. Lo cierto es que, desde entonces, la cultura y el arte no son como hasta ese momento se concebían y explotaban para la discriminación y el usufructo de lo humano. Y si es un hecho que quienes han ganado las guerras e impuesto sus dogmas económicos presumen de implementar una cultura y un arte de masas que los representa, el agotamiento de las realidades y la descomposición en la que viven quienes forman tales naciones demuestran lo contrario.

A la figura depredadora y acumulativa manejada por el poder adquisitivo de quienes dicen mantener e implementar una cultura y un arte, los artistas, sabedores de que la marginalidad no es algo que les puedan imponer, sino una decisión propia, oponen la desfiguración de dichos preceptos. Desfiguración posible a través de un arte hecho para confrontar los reflejos del ser humano amordazado por “feroces consignas” económicas y de consumo.

Para la cultura de Occidente, y es probable que también para la del resto del mundo, en el siglo XIX se inicia una ruptura entre quienes gobiernan en nombre de los derechos del hombre, entendidos éstos como códigos sociales implementados para mejorar el progreso laboral y una civilidad de consumo doméstico. Y los artistas que ven en el establecimiento de tales códigos una herramienta que permite a las políticas de Estado oficializar unas formas y maneras de sometimiento. Empero, y esto atañe a los artistas y al público, si no se contextualiza el antagonismo producido por esta ruptura, no es posible aprehender el devenir del arte en el siglo xx, y más aún, aprehender el radical y necesario para el XXI.

En la práctica neoliberal de estos días, no debe resultar extraño que el interés de las políticas de Estado, cuando implementa una cultura y un arte, nacional o globalizado, no sea otro que el de propiciar un ser humano anulado en sus condiciones para pensar y contextualizar las realidades donde es fundado. Lograr un ser óptimo para lo laboral y el consumo irreflexivo son los réditos en los cuales se establecen tales políticas. La uniformidad como expresión del arte, de la cultura.

La desconstrucción de las estrategias publicitarias puestas como espectáculo y consumo masivo, e impuestas como cultura por quienes conducen los designios del poder, es la opción que los artistas se han fijado como vehículo para, desde sus disciplinas artísticas, allanar formas y maneras de vivir la realidad sin estereotipos civilistas. El arte ha mudado de la desfiguración a la desconstrucción, fortaleciendo así su capacidad de confrontación.

Ahora bien, es preciso analizar el porqué de la incomunicación, ese corto circuito que se presenta entre las disciplinas artísticas. Si se miran detenidamente, las realizaciones de los pintores, poetas, novelistas, músicos, teatreros, audiovisuales, pensadores e inclusive las investigaciones científicas, se hará evidente la contundencia de lo tenido en común: el carácter desconstructor ante los actos impuestos como únicas formas de representación de la realidad. Entonces, es necesario hacer conciencia de los nexos comunicantes entre las realizaciones de quienes son hacedores de cultura. Esto ampliaría la capacidad de percepción y de proyección creativas, y permitiría una mayor capacidad operativa para estos tiempos de fascinantes políticas globales y de predadores de cultura.