Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de junio de 2009 Num: 746

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Hijo de tigre
ORLANDO ORTIZ

Ángel bizantino
OLGA VOTSI

José Emilio Pacheco: la perdurable crónica de lo perdido
DIEGO JOSÉ

Jaime García Terrés: presente perpetuo
CHRISTIAN BARRAGÁN

Las andanzas de Gato Döring
MARCO ANTONIO CAMPOS

La cultura y el laberinto del poder
OMAR CASTILLO

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Columnas:
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Hugo Gutiérrez Vega

CRÓNICAS DE DOMINICOS

Dice Daniel Braning que “la historia de los dominicos en México aún está por escribirse”. Sin embargo la obra de los Anuarios dominicanos y los múltiples testimonios que en ella aparecen, nos entregan un panorama de los muchos actos civilizatorios y los acercamientos a las artes de los miembros de la orden de predicadores.

Limito esta presentación al tomo III de los Anuarios dominicanos que está dedicado a la portentosa labor que los hijos y las hijas de Santo Domingo de Guzmán realizaron en Puebla, la ciudad visitada por los innumerables ángeles que custodian su catedral. Y atestiguan el milagro cotidiano de la vida, de la sabiduría y de la representación artística de los mejores momentos del acontecer humano.

El excelente prólogo de fray Eugenio Martín Torres Torres es un recuento de los momentos dorados de esta ciudad sabia y hermosa. La prosa poética de fray Eugenio sabe cantar a la urbe piadosa que estudió las utopías, y en sus numerosos colegios y beaterios desentrañó los misterios de la teología y, guiada por la mano de su primer obispo, el dominico Julián Garcés, emprendió su labor evangelizadora y unió a ella el esplendor artístico que alcanzó su mayor momento de gloria en el laberinto dorado del barroco novohispano. El hecho de que un buen número de estudiantes de mi querida Unversidad Autónoma de Querétaro hayan colaborado en este tomo III de los Anuarios me llena de satisfacción. De esta simbólica manera el barroco con tonos moriscos de Querétaro se une al prodigioso barroco criollo y mestizo de la capital del sur de México. A lo lejos preside, desde el inmenso valle oaxaqueño, la fábrica magistral de Santo Domingo, iglesia y convento que resumen lo mejor del arte novohispano y muestran la genialidad de los artistas que, para alabar al creador, realizaron esos prodigios del ingenio humano, esas galerías sombreadas por la serenidad, esas vertiginosas nervaduras, esas representaciones artísticas del anhelo de perfección espiritual, de comunión de lo bello con lo sagrado.

Fray Mauricio Beuchot nos habla de la vida y de la obra de ese gran evangelizador que fue fray Julián Garcés, obispo de una ciudad que, durante toda la época colonial, fue la segunda del Virreynato, y la que cultivó con mayor esmero las ciencias divinas y humanas. René Acuña completa, en su erudito testimonio, el retrato del obispo misionero y defensor de los indígenas y de los talentos y bondades que los caracterizaban.

José Ignacio Uraquiola Permisán analizó a fondo las informaciones para las construcciones religiosas que rigieron, con voluntad artística, los principios arquitectónicos que dieron a Puebla su fisonomía originalísima y, de una manera sutil e inteligente, otorgaron al barroco su alma mestiza que unió la imaginación de los alarifes peninsulares y la sensibilidad florida de los indígenas. Pellicer nos decía que “el pueblo mexicano tiene dos obsesiones: “su gusto por la muerte y su amor por las flores”. Jesús Joel Peña Espinosa glosa las excelencias de la prédica dominica y la acerca al vuelo de los ángeles custodios de la ciudad, mientras que Celia Salazar nos habla de la sabiduría de los especialistas en las obras hidráulicas que mucho sabían de la tecnología de Al Andalus que dotó a Sevilla, Córdoba y Granada de obras que combinaban la belleza con la utilidad inmediata.

Rosario Torres Domínguez y Jaime Vega Martínez recorren los pasillos del ilustre Colegio de San Luis, sede de la sabiduría y del talante pedagógico de la orden de predicadores. Fray Santiago Rodríguez nos entrega un análisis del capítulo Provincial de la Orden celebrada en el Convento de Santo Domingo de Puebla en 1598, y Andrés Laguna Parra encuentra en el Puente del Río Atoyac el símbolo de la comunicación entre Puebla y Cholula, es decir, entre la comunidad criolla y los mundos mestizos e indígenas.

Fray Eugenio Martín Torres Torres se sumergió en archivos, crónicas y cronicones, y salió de ellos con una serie de riquísimas teorías y conclusiones sobre la Fundación de la Provincia de San Miguel y los Santos Ángeles de Puebla. Luis Daniel Tovar y Martín Chávez trabajaron en la investigación del documento sobre la reconstrucción de la Iglesia de San Pablo de los Frailes.

El entusiasmo de Joaquín Fuertes lo lleva a calificar a la Gran Capilla del Rosario, y con sobrada razón, de octava maravilla del Nuevo Mundo. Ese prodigio de armonía arquitectónica así fue clasificada por los historiadores del arte novohispano, especialmente por la doctora Elisa Vargas Lugo, que estudió a fondo la prodigiosa fábrica de la octava maravilla. Ignacio Cabral analiza las tres pinturas marianas de la Capilla y Lourdes González Balderas nos habla del sermón fúnebre y de su influencia como fuente histórica y literaria. Gabriela Bermúdez completa el tema con su estudio sobre algunos sermones pertenecientes al fondo antiguo de la Biblioteca José María Lafragua.

Sor María de Cristo Santos Morales hizo una acuciosa investigación sobre las monjas dominicas de Santa Catalina y de Santa Inés en el Siglo XVII, y José Luis Martínez Cervantes y Emilio Zúñiga Solís anduvieron por los rumbos de Santa Rosa de Santa María.

Norma Anabel Barrera centra su trabajo en el Monasterio de las Rosas y hace una serie de consideraciones sobre el ascetismo. Rosalba Loreto nos habla de las familias de las monjas del Convento de Santa Rosa y fray Justo Alberto Fernández nos obsequia una versión barroca de la vida de Santa Inés de Montepulciano.

Muchos siglos de historia y de arte, de ascetismo y de apostolado se reúnen en estas crónicas publicadas por el Instituto Dominicano de Investigaciones históricas. La utilidad de estos trabajos rebasa los límites de la obra de la orden fundada por Santo Domingo de Guzmán, y se adentra en la historia del Virreynato y en el análisis de la formación de una sólida y original cultura mestiza.

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