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Ver día anteriorSábado 2 de mayo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La relación hemisférica
N

o pocos esperaban que la reunión de mediados de abril en Puerto España abriese una nueva etapa en la relación hemisférica. Tal expectativa se desprendía, más que de ningún otro factor, de la novedosa presencia de Barack H. Obama.

Algo parecido había ocurrido al menos tres veces en el siglo pasado, coincidiendo con el inicio de otras tres administraciones que suscitaron enormes expectativas: la de Franklin D. Roosevelt, en 1933, que proclamó la política del buen vecino; la de John F. Kennedy, en 1961, que anunció la Alianza para el Progreso, y la de William J. Clinton, en 1994, que echó a andar el llamado proceso de las cumbres de las Américas. Muchos se preguntaron si Obama –demócrata como los tres antecesores mencionados y que, como ellos o aún más que ellos, ha despertado una enorme expectativa hemisférica y global– preveía abrir una nueva etapa en las relaciones con América Latina –tan deterioradas y preteridas en los aciagos años de Bush; si se inclinaría a dotarla de una etiqueta o lema específico, y si se valdría de la quinta de esa serie de cumbres para anunciarla. En Puerto España no se brindó respuesta categórica a estas cuestiones. Concluida la cumbre no quedó en claro si se ha iniciado una nueva etapa para la relación hemisférica.

No se sabe, por principio de cuentas, si Obama quiso enviar, con su decisión de acudir a la reunión de Puerto España –programada, preparada y negociada casi hasta el último detalle antes del inicio de su gobierno– un mensaje de continuidad en la relación hemisférica. Sin mayores remilgos, sumó a su administración al proceso de las cumbres de las Américas, iniciado hace tres lustros en medio de la euforia del libre comercio, enarbolando el espejismo de un área de libre comercio desde Alaska hasta Tierra del Fuego, como se dijo a la sazón, y que ya acumula un marcado desgaste, para decirlo en la forma más delicada. Es posible, sin embargo, que esa señal de continuidad –como tantas decisiones al inicio de un gobierno, como se afirma que ocurrió con la administración Kennedy cuando se sumó a los planes, iniciados por su predecesor, que desembocaron en el fiasco de Bahía de Cochinos– se haya adoptado de forma automática, sin meditarla mayormente, caso en el que cabría esperar para ver si se ratifica o se modifica de alguna forma significativa.

Si se tiene en cuenta el contenido y, sobre todo, la forma de las acciones de Obama en Puerto España hay que concluir que quiso aprovechar una oportunidad, difícil de repetir en el corto plazo, para marcar una diferencia significativa en la actitud y el talante con el que el gobierno estadunidense aborda la relación hemisférica. Obama parece haber sentido que era urgente enviar una señal de diferencia y rectificación.

Como se sabe, en los preparativos de la cumbre de Puerto España prevalecieron los hábitos derivados de las cuatro cumbres previas –Miami, 1994; Santiago, 1998; Quebec, 2001, y Mar del Plata, 2005. Así, mucho antes de que se reuniesen los líderes, la declaración ya había sido negociada y, de hecho, finalizada en agosto de 2008. Por ello carecía de toda referencia a la crisis económica y financiera, que tan costosa resultará en términos de crecimiento, empleo y niveles de vida para los países del hemisferio, en especial los más vulnerables.

Sin un reconocimiento claro y suficiente de la crisis, a la que sólo se hace una referencia marginal, resulta por completo hueco el compromiso de fomentar mayores oportunidades de empleo decente, mejorar la salud, el bienestar y la nutrición, ofrecer mayor acceso a una educación de calidad, así como asegurar una energía adecuada y sostenible y manejar responsablemente nuestro medio ambiente contenido en el cuarto párrafo preambular de la denominada, con prosopopeya, Declaración de Compromiso de Puerto España.

En estas condiciones, no resulta extraño que varios líderes se hayan negado a firmarla. Se nutrió la noción de que había sido adoptada por consenso, a diferencia de la adopción por unanimidad que se esperaba. Lo cierto es, sin embargo, que no hubo acuerdo, por más que intentara disimularlo el jefe de gobierno del país sede, Patrick Manning, en una deslavada conferencia de prensa en la que estuvo flanqueado por los jefes de Estado de México y Panamá y el primer ministro de Canadá. Resultó claro, a fin de cuentas, que el proceso de las cumbres de las Américas llegó en Puerto España a un final tan desairado como inevitable.

Lo importante de esta quinta cumbre ocurrió en los corredores del centro de convenciones y en las pausas entre las reuniones formales. Los episodios de mayor interés tuvieron como protagonista al presidente Obama y marcaron, como ya se dijo, diferencias significativas en la actitud y la forma de su aproximación y contacto con sus colegas latinoamericanos y caribeños.

Como señalaron algunos analistas, la imagen proyectada por la cumbre fue de un menor desequilibrio, de una posición menos abrumadora de Estados Unidos, de una perspectiva de nuevo trato que, en palabras de Obama, se base en un mayor reconocimiento de la legitimidad de las distintas posiciones de las naciones del hemisferio.

No sería prudente desprender conclusiones excesivas de lo que sin duda fue un buen comienzo. En el futuro inmediato, las relaciones hemisféricas estarán teñidas por las distintas políticas y acciones nacionales contra la crisis global. Ya se ha hecho notar que cuestiones de interés para América Latina y el Caribe pueden ser víctimas colaterales de las acciones anticíclicas de Estados Unidos (y de otros países centrales). La cooperación internacional suele verse afectada en los tiempos de crisis y las relaciones hemisféricas no constituyen una excepción en este sentido.