Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de abril de 2009 Num: 737

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Humor negro
EDITH VILLANUEVA SILES

La presencia de La Otra
ANA FRANCO ORTUÑO entrevista con JOSÉ ÁNGEL LEYVA

El sitio desde donde habla Sabines
DIEGO JOSÉ

El infinito Galeano
JAIME AVILÉS

Galeano y el oficio de narrar
ADRIANA CORTÉS KOLOFFON Entrevista con EDUARDO GALEANO

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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Foto: Luis Humberto González/
archivo La Jornada

La presencia de La Otra

Ana Franco Ortuño
entrevista con José Ángel Leyva

 

José Ángel Leyva ha realizado durante años una labor comprometida y compleja para la cultura literaria del país, de Latinoamérica y del mundo. Su obra como editor, poeta y difusor cultural promete ser interminable. Ahora, once años después de formar parte del núcleo directivo de la extinta Alforja, ha decidido, junto con María Luisa Martínez Passarge y Alfredo Fressia, emprender un nuevo proyecto con La Otra, revista de literatura, arte, poesía.

 

– En el último texto que publicaste en la gaceta virtual de La Otra dices: “Dejar de hacer para ocuparse”, ¿de qué se ocupa José Ángel Leyva en materia de poesía?

– Me ocupo en difundirla y en adquirir un compromiso conmigo mismo y con la sociedad al promover la lectura. Para mí es una preocupación fundamental, además de escribir. Tengo la convicción, como muchos otros escritores, de que el escritor debe ser lector. No puedo concebir a un escritor que no sea un buen lector. La regla es “grandes lectores-grandes escritores”; este país necesita de grandes lectores. Yo siempre hago un juego: “el lector es elector”. Concibo la lectura como propulsora de la toma de decisiones. Un lector es alguien que aprende a tomar decisiones y, conforme madura como ciudadano, como persona, como individuo, como lector se vuelve una persona que necesita más y más; una persona insatisfecha, demandante. La lectura está ligada también al sufrimiento y no solamente al placer. No todas las lecturas son placenteras; hay lecturas desagradables, difíciles, complejas, apabullantes; no obstante, son lecturas que nos enganchan y suelen dejar marcas profundas en nuestra manera de sentir y ver el mundo. Por eso, hacer revistas responde a dicha preocupación, a formar lectores en un ámbito que necesariamente es fácil, recreativo, placentero, el de la poesía. Yo podría dedicarme solamente a escribir, pero cada quien atiende a su propia naturaleza y ésta es la mía; no soy un poeta cien por ciento puro, soy también un editor, un promotor de la cultura.

– Una de tus preocupaciones fundamentales es la del diálogo; eres escritor, generador de textos, editor, lector, etcétera. ¿Cuál es el papel del poeta con respecto al resto de tus “personajes”?

– El poeta es un ser insatisfecho. Somos seres ligados a las profundidades humanas, al conocimiento, a la conciencia, a la percepción del dolor, de la alegría y el gozo. En esa medida uno está en permanente diálogo consigo mismo. Para mí, la poesía es dialógica. Un diálogo con una comunidad interior que lo acompaña a todas partes. Por eso, cuando dicen que la poesía tendría que ser anónima me parece injusto, porque el pensar en un lector posible y borrarse uno mismo es traicionar a la poesía misma. Uno tiene que asumir que es el autor de esas cosas que hace, y tiene que mostrarse como tal. La poesía, por otro lado, conlleva un acto de desnudez total, entonces, aquel que se desnuda y se oculta a la vez está contradiciendo ese trato de revelación, de exhibición.

– Creo que hay un paradoja: somos una comunidad que al jugar todas las posiciones, posibilita su propia corrupción, de la que nos quejamos tanto en México; vicios, grupos, preferencias, amiguismos, etcétera. ¿Cómo hacer crecer esta comunidad sin seguir en lo mismo?

– En la medida en que se fomente la lectura y se vea como un acto honorable, que nos enaltece. No todo mundo tiene que ser escritor profesional. Creo que todo buen lector es buen escritor, en la práctica y en lo cotidiano, pero no necesariamente tenemos que ser escritores profesionales. La lectura hace, por otro lado, que se dignifique el oficio de la escritura. El que haya más lectores significa que habrá más consumidores de libros, y que los escritores profesionales vivan dignamente de su trabajo. Por consiguiente, al haber una comunidad amplia de lectores, habrá también una comunidad profesional y comprometida de críticos que sean ese cedazo de la escritura. Las editoriales serían también mucho más exigentes con la calidad, más que con la moda.

Te preocupan la crisis y la indolencia, y sin embargo, tienes por ahí una frase que dice “la sabiduría está allí”, ¿dónde?

– La sabiduría está en la calle, en la gente, en el hombre que sabe convivir, que sabe callar o alzar la voz en el momento adecuado; por eso creo que no siempre los poetas son los abanderados de la sabiduría. Los poetas pueden ser ciudadanos con todos los vicios y defectos, o bien con los mayores atributos éticos. La sabiduría no está siempre en el conocimiento, en la ciencia; está en el sentido común, en el hombre bien educado, de buena estirpe, de buena raíz, que ha sido formado en su familia con valores, con principios. Personas íntegras que saben lo que es la dignidad, que saben lo que es el respeto a los demás; personas capaces también de asumir la rebelión o darse de baja cuando deben hacerlo porque no dan el ancho. La sabiduría está en las calles y la poesía está en las calles, en esas mismas banquetas donde el peatón no puede caminar porque están los autos. Está en los parques donde los ancianos ya no pueden ir a conversar porque están ocupados por los vendedores ambulantes y la pobreza. Es decir, la sabiduría es algo que se nos está yendo de las manos en ciudades como éstas. La sabiduría es arrollada literalmente por quienes llevan el volante de la política, de la burocracia, de las leyes, de la justicia.

– Y el poeta, ¿cómo se hace poeta? ¿Cómo lo reconoces?

– Te puedo responder partiendo de mi propio caso. Hago poesía o me asumo como poeta en contra de mi propia decisión. Yo había decidido no ser poeta, había decidido ser médico, ser psiquiatra, pero ganó el poeta. Abandoné la medicina, la abandoné entre muchas otras cosas para dedicarme a algo para lo cual yo no me había preparado y para lo cual no me siento aún del todo capaz. Más que una vocación, es un anhelo de una forma de vida, un anhelo de pensar el mundo, de concebir el mundo, y no siempre uno es congruente con esa idea. Hay un pequeño matiz: uno puede encontrar un reconocido escritor, digamos de moda, con mucha publicidad e influencias, que no necesariamente es un gran poeta; y hay poetas que quizás no sean los grandes escritores, es decir, que no sean los Premio Nóbel, los de los reconocimientos, pero esos poetas “menores” son lo que solemos ver crecer con el tiempo, en su singularidad y en su medio. Veo mucho esa relación entre el acto de vida y el acto de escritura. Reconocemos más a los grandes poetas por su capacidad de escribir que por su capacidad de vivir y dejar vivir.


Foto: Carlos Cisneros/ archivo La Jornada

– ¿El escritor sería este profesional de la letra?

– Yo creo que sí. Ser poeta tiene un lugar dentro de la sociedad, hay un prestigio en ser poeta. En los años sesenta, en la etapa en que yo conocí a los poetas del pueblo, en Durango, era como la visión de una persona un tanto periférica, no era tan prestigioso ser poeta. Ahora conlleva muchas cosas: becas, premios, reconocimientos. En esa época yo veía al poeta como un ser marginal, como una persona aislada de ciertos patrones, de ciertos valores, pero ahora el poeta está más metido en las conductas sociales, exigencias, normas que establece un status quo que nos va moldeando. Somos quizás menos rebeldes, menos frontales. Quizás por ello puedes encontrar grupos que ahora escriben desde el anonimato de internet, para criticar, satirizar o de plano envilecer, caer en la abyección. También esos jóvenes, porque son jóvenes, en su carrera desesperada por el reconocimiento y la fama, se profesionalizan en hacer de las letras un arma de la calumnia y de la infamia.

– ¿Sostienes que la poesía está de moda? ¿que es una manera de vivir?

– No. Yo creo que la poesía no está de moda porque entonces habría muchos lectores. Lo que está de moda son los poetas, que es distinto. Y creo que la poesía correcta, la poesía profesional, también ha ocupado un lugar que no tenía antes. Hay muchos escritores que quizás no nacieron con ese talento, pero lo han desarrollado a base de talleres, de lecturas, de perseverancia. Antes se creía más en la genialidad y en el destello. Lo que no sé es si haya más lectores; hay una proliferación numérica de publicaciones, ¡como nunca!

– ¿Cuál es el lugar de la revista en el siglo XXI?

– Mira, es un lugar que tiene más que ver con cierto romanticismo, con una idea antigua de la letra impresa y con el placer de hojear. Pero hay que reconocer que las páginas web, que los blogs, que la intercomunicación cibernética ocupa mucho más tiempo que lo que lleva la lectura de una revista impresa. Eso hace que la gente sienta que no tiene que comprar una revista si puede verla en internet. El tiempo no alcanza para tanto. Las revistas son como esa terquedad de permanecer atados a una vocación editorial, de no querernos dejarnos llevar por este vértigo de la electrónica y sentir que todavía estamos con los pies en la tierra, que podemos palpar y tocar algo que se vuelve cada vez más virtual. La revista es eso, sentir la carne de la imagen.

– Pensando en el título de La Otra. En su editorial dice: ser distinto, ser aquello que no somos, lo que fuimos o lo que deseamos ser. Lo que se inscribiría en un proceso temporal con respecto a Alforja, todavía; pero también entiendo que el nombre tiene que ver con una otredad en femenino. Dice: la otra voz, la otra sensibilidad y la otra imaginación. Sin embargo, también lo leo como el nombre de la concubina y entonces lo interpreto como lo que se guarda en secreto, lo que se oculta de lo social y, además, el encanto, ¿cabe?

– Cuando terminas una etapa te pasas a la otra; con la que te estaba esperando o con la que no te estaba esperando, con la alternativa. La Otra tiene también el sentido de lo prohibido, de lo oculto. Todas esas acepciones caben porque ¿cuántas cosas se prohíbe uno cuando tienes una revista como lo que fue Alforja, que nació como un proyecto colectivo, con un grupo de personas que se fueron yendo del proyecto, que dejaron de ser amigas porque se pelearon o dejaron de estar unidas por el mismo interés, porque no tienen ya la misma visión con la que se juntaron para hacer nacer un proyecto, una idea? Siempre habrá acusaciones de que unos y otros fueron infieles, que traicionaron una idea para pasar a otra; pero en este caso, para mí, el nombre está en constante conformación. Conformarse, como su nombre lo dice, significa tomar una forma y ya no moverse, romper con toda una época. La ruptura con el pasado no significa el olvido, simple y sencillamente el deseo de querer ser distinto le gana al de ser siempre el mismo, ¿no? En ese sentido veo La Otra. Lo mejor está en la otra, en lo que nace, en lo que representan los otros, los extraños, los de fuera.

– Te sitúas en el territorio de lo masculino-femenino.¿qué pasa, dónde están las mujeres?

– En el ensayo que hice para la revista Casa Silva de Colombia y que luego publicó la peruana Fórnix, “Lo florido y lo espinudo en la actual poesía mexicana” comento que si hay algo nuevo en la poesía mexicana es la voz de las poetas, de las mujeres. No la voz femenina, la voz de las poetas, simplemente. Cada vez son más y mejores. Es una voz más honesta.

– ¿Por qué?

– Creo que el hombre se desnuda con vergüenza y la mujer con decisión. Cuando la mujer escribe, escribe desde más adentro. Al hombre le da pudor todavía, se esconde a menudo en la forma. La mujer puede llorar sin que su poesía sea lacrimógena o chillona, ni sea plañidera; el hombre suele desdecirse de lo que dice o escribe en momentos muy emocionales. La de la mujer puede ser una voz poderosa o sosegada, pero siempre tiende a ser más honesta y más compleja. Veo registros más interesantes y sugerentes que en generaciones anteriores. Esa es también La Otra poesía.