Opinión
Ver día anteriorMartes 14 de abril de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Museo de la Estampa
L

a sala principal en el piso superior de este museo está dedicada a exhibir el último proyecto de Carlos García Estrada. No es un homenaje nacional, sino un medio de dar a conocer aquello en lo que el artista –recientemente fallecido– estaba trabajando cuando su dolencia se agravó.

La exposición póstuma respeta la voluntad del autor sobre el curso de su trayectoria. La antológica retrospectiva que entregaría el meollo de sus quehaceres probablemente está entre los proyectos a realizarse. Es consecuente llevarla a cabo, porque estamos hablando de un grabador, que como otros en la historia, formó a varias generaciones de artistas en las disciplinas gráficas.

En un principio sorprendió con sus estupendos grabados al buril de época temprana. En nuestro medio yo sólo me he topado con otro artista que ha trabajado primordialmente las disciplinas gráficas: Ignacio Manrique Castañeda, a quien se le conoce fundamentalmente como grabador y maestro.

Dos pintores que se han distinguido a lo largo de sus respectivas trayectorias mediante del acento puesto en la gráfica integran la exposición paralela: José Castro Leñero y Roberto Turnbull. En el texto de presentación desplegado en el primer nivel, Raquel Tibol establece los puntos de contacto generacionales y sobre todo las diferencias de aproximación entre los quehaceres de ambos, dejando ver que la mancuerna propuesta por el Museo de la Estampa es oportuna y elocuente. Eso es obvio para quien la recorre con el tiempo suficiente: las obras de uno y otro se presentan alternando en los mismos espacios, o bien formando sus apartados respectivos en dos áreas circunscritas.

Roberto Turnbull practica en cuanto a técnicas el grabado ortodoxo, bajo diversidad de motivos, algunos, muy bellos por cierto, relacionados con las vanguardias históricas y otros con sus hallazgos cotidianos, que edita reuniendo pequeñas placas en una sola impresión, como si se tratara de recopilación de memorias registradas a partir de objetos encontrados. Pudieron verse ejemplos de estos procederes en la muestra individual de este artista en el Museo de Arte Moderno.

José Castro Leñero ofrece un abanico en buena parte inédito respecto a exhibición –que en realidad es mucho más amplio de lo que se exhibe– partiendo del año 2000 hasta la actualidad. En todas formas, el conjunto da cuenta de sus pesquisas no sólo en el terreno de la gráfica digital, sino también de otros medios que en todos los casos implican transferencias impresas, ya se trate de series de complicada ejecución que de monotipos, exhibidos en conjunto de modo que se configuró mediante éstos una sola pieza de dimensiones amplias, a partir de imágenes aisladas, todas del mismo tamaño, que van ofreciendo sus variantes, como notas musicales, valga la analogía.  

Quienes observan sus piezas, sean o no conocedores de las técnicas contemporáneas de ejecución, se preguntan en muchos casos cómo es que están realizadas. Las cédulas aluden a los métodos de la neo-gráfica,  sobre todo a aquel referido a inyecciones de tinta.

Las obras pueden ser espectaculares y su diversificación –que siempre presenta ciertas constantes– permite identificarlo como un autor en todos los casos, inquieto, más interesado tal vez en explorar que en detenerse a reflexionar sobre lo que hace, una vez conquistados los resultados. Por eso uno puede tener la sensación de que debió detenerse más en la exploración de tal o cual motivo, tal y como aconteció con la serie de la ventana, de la que existe un video no exhibido.

Se antoja que –sin desdecir su raigambre pictórica– este autor se encuentra profundamente atraído por tres instancias: la animación, la imagen televisada y el cine, en resumen: la tecnología de punta siempre se ha encontrado entre sus más arraigados intereses de representación. En ocasiones sus piezas funcionan como pinturas, en otras, cuando elige sólo una técnica, como sucede con las serigrafía recientes –muy atractivas– todas con motivos vegetales casi monocromáticos, el resultado visual es análogo al del dibujo.

Una característica museográfica a la que me es necesario aludir es que las piezas se presentan en su mayoría sin vidrio o acrílico que las proteja y enmarcadas mediante plafones. Visualmente eso es muy efectivo, pero al ser obras sobre papel, carecen de protección, cosa que impediría su posible y muy deseable itinerancia en otros sitios, pues se trata de una exposición de primera línea.