Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 30 de noviembre de 2008 Num: 717

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Al Sur
JORGE VARGAS BOHORQUEZ

El verano
DÍNOS SIÓTIS

Pedro Henríquez Ureña, el militante
NÉSTOR E. RODRÍGUEZ

José Carlos Somoza: el estilo fluctuante
JORGE ALBERTO GUDIÑO

Carta desde (La) Resistencia
ESTHER ANDRADI

Los inmigrantes en la era Obama
RAÚL DORANTES Y FEBRONIO ZATARAIN

El alfaquí
PAUL BOWLES

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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

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Verónica Murguía

La Inquisición jalapeña

El 4 de noviembre de este año, el Diario de Xalapa publicó en la primera página una nota que reza: “Obligan a estudiantes a leer textos violentos.” La fotografía que acompaña la nota es de la madre de familia Maricarmen Sifuentes con el libro Cartas del interior, de John Marsden, en las manos. El gesto de la señora Sifuentes es elocuente: sostiene el libro con repugnancia y tiene el ceño fruncido. Pero el gesto es lo de menos: la señora Sifuentes ha emprendido una protesta con un vigor digno de mejor causa contra la maestra que dio a leer el texto a sus alumnos, Alejandra Solís.

Según la nota, la maestra Solís, quien en la escuela secundaria general número dos “Julio Zárate”, imparte a los alumnos de tercer grado de secundaria la materia de literatura, les dio a leer tres libros: el mencionado Cartas del interior, Buscando a Alaska, de John Green, y Sobibor, de Jean Molla. La señora Sifuentes protestó antes de leer los libros, pues no quería comprarlos. Argumentó que “en ninguna cláusula del reglamento interno de la escuela se señala que los padres de familia están obligados a comprar materiales extraordinarios a los pedidos por la Secretaría de Educación de Veracruz”.


John Marsden

Por supuesto que está en su derecho de no querer comprarlos, pero que se haya quejado antes de leerlos descalifica completamente su objeción, basada, según ella, en un asunto puramente educativo, o como se dice en algunos círculos –todos ellos con una circunferencia intelectual muy estrecha– “de valores”. Si fuera así, la discusión tendría sólo una vertiente. Pero, ¿por qué la señora Sifuentes, según la nota del Diario de Xalapa, se entrevistó con la maestra para saber qué pasaría con las calificaciones de su hija si se negaba a comprar los libros?

Cartas del interior es una novela dura. Marsden retrata la violencia familiar y social por medio de un intercambio epistolar entre dos adolescentes, Tracey y Mandy. Mandy decide contestar un a n u n c i o p a ra tener amistades por correspondencia a Tracey, quien poco a poco cae en una serie de contradicciones que revelan que no tiene una vida perfecta, como al principio manifestó. El mundo de las dos está lleno de amenazas: la que se cierne sobre Mandy es la violencia familiar. La de Tracey es la de la cárcel y, desde allí, al principio ocultándolo, es desde donde escribe como un paliativo para una soledad inimaginable.

Marsden, metido en su tema, usa un lenguaje punzante. Tracey es una presa, y sus cartas son ásperas y llenas de “malas palabras” con las que describe fantasías sexuales y deseos de venganza espeluznantes, justificadas por el contexto.

La señora Sifuentes dice que “es una lectura grotesca e inadecuada para alumnos de catorce años”. Escribió una carta al director de la escuela, Mario Melchi, en que explica “que son párrafos aberrantes que por ningún motivo pueden ser literarios ni informativos”. Además, asegura que averiguó que la maestra percibe, por parte de la editorial, el treinta por ciento de regalías sobre las ventas. Esto es un misterio; los autores que en este mundo han sido ganan por lo general el diez por ciento del precio de tapa. Cómo una persona que recomienda los libros gana una comisión tan generosa, es inexplicable.

Esto me recuerda el escándalo que se suscitó alrededor de la lectura de Aura, de Carlos Fuentes, protagonizado por el entonces Secretario de Gobernación, Carlos Abascal, y que terminó con la reivindicación pública d e l libro –que es magnífico– y el despido de la maestra.

Se pueden esgrimir argumentos literarios: ¿acaso la señora Sifuentes le prohibiría a su hija la lectura de Francisco de Quevedo porque algunos de sus poemas están llenos de obscenidades, o de Twain porque Huckleberry fuma, miente y se hace amigo de un esclavo fugitivo? Tal vez, pues la ignorancia suele ser sinónimo de aplomo, y sospecho que a la señora Sifuentes no le importa la educación más que como ella la concibe: un sistema, por lo menos en lo literario, de censura. Pero el enemigo real de su hija no es la maestra Solís; es la ignorancia.

No tengo idea de lo que a esta señora le puede parecer recomendable. Pero me gustaría defender a los libros en general y Cartas del interior en particular. No son los libros los que crean la violencia: los libros la retratan y algunos la explican. Si la violencia se solucionara con dejar de leer, en México, donde nadie lee, todos dejaríamos la puerta abierta y dormiríamos como angelitos.